Día del Vino Argentino: ¿Qué hay después del Malbec?
Pancho Barreiro Editor LifeStyle
Pancho Barreiro Editor LifeStyle
Cada 24 de noviembre, la Argentina detiene un instante su ritmo para celebrar al vino: la bebida nacional. La fecha no es casual. Conmemora la presentación del Plan Estratégico Vitivinícola, la hoja de ruta que modernizó al sector y lo proyectó al mundo sin renunciar a sus raíces.
Desde entonces, la efeméride funciona como un espejo que recuerda de dónde venimos y obliga a pensar hacia dónde vamos en un país donde el vino es más que un producto. Es un lenguaje compartido, un punto de identidad y un símbolo de continuidad cultural y económica.
Para los argentinos, el vino no es sólo un acompañante de la mesa, sino un gesto cotidiano de pertenencia. Representa el trabajo de miles de familias, motoriza economías regionales y actúa como embajador silencioso en mercados globales, defendiendo la idea de una Argentina diversa, sofisticada y capaz de dialogar con el mundo desde su terroir.
Tener un día específico para celebrarlo ordena la conversación, concentra la mirada y abre la puerta a revisar qué legado queremos construir. En ese contexto, el Día del Vino Argentino se vuelve una excusa perfecta para preguntarnos qué camino sigue más allá del Malbec. Entender que diversificar no es dispersarse, sino edificar una mesa sólida donde cada vino cumple un rol claro y contribuye a escribir el próximo capítulo de la vitivinicultura nacional.

El Malbec continúa siendo el pilar del vino argentino en el exterior. Según datos oficiales del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV), más del 70% del volumen de varietales exportados proviene de esta cepa, consolidándola como el gran embajador de la marca país. A su predominio en volumen se suma su fortaleza en valor: sigue siendo la etiqueta que sostiene buena parte del ingreso en dólares.
Pero aunque su liderazgo es indiscutible, ya no alcanza para contar la historia completa del vino argentino. Los mercados más sofisticados exigen variedad, diferenciación y nuevas narrativas. De ahí surge la pregunta que muchas bodegas se hacen en voz baja: ¿qué más quiere el mundo, además del Malbec?
En un escenario donde el Malbec seguirá siendo emblema, las bodegas empiezan a buscar nuevos socios de ruta para responder a una demanda internacional cada vez más diversa. Y las góndolas globales ya dan pistas claras sobre dónde está el deseo: Cabernet Franc, blancos, blends.
Los mercados premian a quienes arriesgan con inteligencia. En estos años de premiumización entendimos que el mundo ama al Malbec, sí, pero también empieza a pedir matices. Busca profundidad, no repetición. Y ahí se abre el nuevo capítulo que la Argentina tiene por delante.

Entre los varietales que más están ganando terreno fuera del Malbec, el Cabernet Franc emerge como una apuesta estratégica. Pasó de ser un viejo conocido a volverse imprescindible: es la cepa que las bodegas eligen cuando quieren diferenciarse sin extremos, manteniendo una elegancia sobria y bien ordenada.
Su perfil, menos estructurado pero más fino, seduce a consumidores internacionales que buscan tintos sofisticados, pero no necesariamente potentes como un Cabernet Sauvignon. Aunque su superficie cultivada en Argentina es limitada, muchas bodegas han comenzado a diseñar partidas de Cabernet Franc especialmente pensadas para la exportación.
Esa diversificación no responde únicamente a una demanda de nicho, sino a una estrategia clara: elevar el ticket promedio y reforzar presencia en mercados clave. Según el informe específico del INV sobre Cabernet Franc, en 2023 las exportaciones de este varietal (tanto en su versión pura como en cortes) alcanzaron 17.559 hectolitros, por un valor FOB de 11.666.000 USD, con un precio promedio de 6,64 USD por litro. Son cifras que confirman su posicionamiento premium y el margen que ofrece para las bodegas que apuestan por calidad antes que volumen.

El Chardonnay vuelve a levantar la voz en los despachos internacionales. No es un capricho del mercado, sino la consecuencia de un trabajo paciente: en 2024, este varietal alcanzó 97.669 hectolitros exportados, por 39.287.000 USD FOB, con un precio promedio de 4,02 USD por litro, según el informe específico del Instituto Nacional de Vitivinicultura. Son números que lo posicionan con fuerza entre los blancos argentinos capaces de competir en cartas gastronómicas del exterior, más allá de vinotecas y supermercados.
La clave de este renacimiento está en el estilo. Con un uso moderado de la madera -cuando la necesita- y un foco creciente en la frescura, la textura y la mineralidad, las bodegas lograron un perfil que seduce a sommeliers atentos a los matices.
Para muchas, es una apuesta a largo plazo: no disputar volumen, sino prestigio. El consumidor global ya no busca blancos simplemente "correctos": quiere blancos memorables. Busca carácter. En ese tablero, el Chardonnay argentino dejó de imitar modelos externos para hablar con voz propia: pulcra, filosa y firmemente definida.

Siguiendo la huella identitaria que el Malbec dejó en el mundo, el Torrontés parecía ser el compañero ideal: el blanco destinado a representar la autenticidad nacional, ese que despierta orgullo por su ADN 100% argentino. Sin embargo, durante mucho tiempo le costó traducir esa identidad en un lenguaje que sedujera a los paladares internacionales.
En los últimos años, el Torrontés comprendió que la madurez no reside en la exuberancia, sino en la armonía. Dejó atrás el folclore para abrazar una expresión más precisa, sobria y afinada. Ese cambio ya se refleja en su desempeño exterior: en 2023 se exportaron 46.330 hectolitros, por un valor FOB de 11.021.000 USD, según datos del INV.
Su volumen de exportación no es masivo, pero su peso simbólico es indiscutible. El Torrontés sigue siendo una carta de identidad para el vino argentino. Su superficie cultivada (8.392 hectáreas en 2024) confirma su arraigo en el NOA, mientras que cada vez aparecen más interpretaciones provenientes de otras regiones, desde Mendoza hasta la Patagonia, enriqueciendo su diversidad sin perder su esencia nacional.

Los mercados internacionales no buscan solo varietales; buscan historias. Y pocas categorías cuentan una narrativa tan nítida como un blend bien construido, ya sea blanco o tinto. Los cortes argentinos tienen una ventaja estructural: no están condicionados por reglas rígidas, sino que se mueven con una libertad creativa que pocas regiones del mundo pueden permitirse.
Hoy, muchos assemblages se conciben desde el viñedo o la misma bodega como verdaderos "cuadros sensoriales". Más que una mezcla, son una declaración de intención. Para las bodegas, se convirtieron en una herramienta estratégica para proyectar marca de autor: combinan cepas, alturas, suelos y texturas para narrar una identidad que no siempre cabe en un solo varietal.
Ese enfoque no solo eleva el valor percibido del vino, sino que además reduce la vulnerabilidad frente a variaciones de cosecha o fluctuaciones de precio de una sola uva. Los blends permiten ajustar volumen, costo y estilo sin perder coherencia, y eso los transforma en una pieza clave del crecimiento exportador argentino.
Desde 2024 que ya hay señales de interés por ensamblajes que no dependan exclusivamente de una sola cepa: desde co-fermentaciones tradicionales hasta cortes experimentales. Las exportaciones muestran una amplia gama de cortes (Malbec-Cabernet, Malbec-Syrah, etc.) que cuando se gestionan con claridad de marca, permiten a las bodegas escalar en precio y posicionamiento.
El blend es, en definitiva, una carta ganadora para mercados donde la historia pesa tanto como el contenido de la botella. Minoristas, sommeliers y distribuidores internacionales buscan coherencia sensorial y una narrativa sólida que justifique su precio. Por eso muchas bodegas están apostando a "flagship blends": vinos insignia que funcionan como carta de presentación ante importadores, críticos y consumidores exigentes, y que, en partidas limitadas, permiten conquistar nichos específicos con una identidad propia y memorable.

Los números no mienten: las exportaciones vitivinícolas argentinas crecieron en 2024 un 5,3% en volumen, y las expectativas de divisas para la industria se mantienen muy altas. Eso demuestra que el mercado global sigue firmemente comprometido con el vino argentino, y que no es un fenómeno pasajero.
Pero el verdadero salto estratégico no pasa (sólo) por vender más botellas, sino por construir un portfolio diverso y sofisticado. El Malbec seguirá siendo la base; pero ya no como única carta. Cuando se lo acompaña de otras opciones, el negocio gana en valor, resiliencia y diferenciación, sobre todo para mitigar riesgos y conectar con consumidores exigentes en mercados maduros.
La pregunta clave ya no es si las bodegas deben "salir del Malbec", sino cómo diseñar un portfolio en el que esa cepa sea la puerta de entrada, y las demás rutas las que lleven al consumidor hacia la gama alta. Esa estrategia exige inversión, coherencia de marca y campañas comerciales pensadas para los mercados que hoy lideran las ventas internacionales: Reino Unido, Estados Unidos y Brasil.
El Malbec abrió la puerta; ahora el desafío es animarse a cruzarla con algo más que un solo nombre. El futuro no es el abandono o el reemplazo: es acompañarlo con voces nuevas que sostengan la identidad del vino argentino en cada copa.

Andeluna fue una de las primeras bodegas en trabajar el Cabernet Franc con una mirada precisa, paciente y profundamente identitaria. Esa línea trazada hace años hoy continúa bajo la conducción de su enóloga, Jimena López, quien sostiene una filosofía de rigor y sensibilidad para darle a la variedad un perfil propio dentro del mapa argentino.
Pasionado Cabernet Franc encarna esa búsqueda: un vino de alta gama que no sólo honra el carácter varietal, sino que revela con claridad su origen en Gualtallary, Tupungato. Nacido de pequeñas parcelas que aportan definición y estructura, ofrece un estilo elegante y sofisticado, consolidando a Andeluna como una referencia ineludible para quienes buscan grandes Cabernet Franc de montaña.
Precio sugerido: $62.570

Trivento Golden Reserve Chardonnay 2024, distinguido con 96 puntos por Decanter, se afirma como un blanco sólido y preciso. Nacido en los viñedos de altura del Valle de Uco, muestra un equilibrio que combina frescura, tensión y una identidad varietal afinada, capaz de dialogar sin complejos con los paladares más exigentes del mundo.
Su crianza, sutilmente trabajada en roble francés y complementada con vasijas de hormigón, aporta volumen sin perder nitidez. Magdalena Viani, enóloga a cargo de la línea, lo define como "un vino que honra la identidad mendocina". Golden Reserve es una línea reconocida por su consistencia y por elevar el perfil del vino argentino en los mercados globales con una excelente relación precio-calidad.
Precio sugerido: $21.100

Susana Balbo, bautizada como la "Reina del Torrontés", redefinió esta cepa autóctona al priorizar elegancia y equilibrio por sobre la exuberancia aromática. Con casi 45 años de experiencia, derribó el prejuicio del Torrontés dulce y mostró su verdadera versatilidad: un blanco capaz de expresar terroir y proyectarse con identidad propia en los mercados internacionales.
Su Signature Barrel Fermented Torrontés 2024, nacido en Paraje Altamira y fermentado en roble francés, encarna ese estilo. Preciso y refinado, combina flores blancas, lima fresca y una tensión que demuestra hasta dónde puede llegar el Torrontés cuando se trabaja con intención y cuidado.
Precio sugerido: $32.330

Domaine Almanegra nació como un proyecto sin ficha técnica, donde la voz principal es el vino y no una descripción que condicione al consumidor. La premisa es simple y efectiva: que cada quien "descubra el secreto mejor guardado" de la bodega.
Desde hace años, esta propuesta seduce a mercados locales e internacionales con un concepto donde el misterio pesa tanto como el contenido de la botella. No hay datos que certifiquen que Almanegra Tinto se trata de un blend, pero sí muchas sospechas y una identidad construida sobre sabor, coherencia y una narrativa enigmática que distingue a Almanegra en cualquier mesa del mundo.
Precio sugerido: $39.600