El costo del desperdicio: por qué tirar comida es un problema de negocios
Cecilia Valleboni Forbes Staff
Cecilia Valleboni Forbes Staff
Cada vez que un argentino tira un alimento, no solo se descarta comida; se pierde dinero, se malgastan recursos y se acelera un problema ambiental global. Según la "Encuesta Regional sobre Percepción de Desperdicio de Alimentos 2025" de la firma Cheaf, el problema está lejos de ser esporádico: uno de cada cuatro argentinos reconoce tirar alimentos al menos una o dos veces por semana. Esta cifra, que puede sonar alarmante, esconde un problema de escala mucho mayor: la ineficiencia económica de una cadena de valor que deja un rastro de pérdidas millonarias, desde la producción hasta la mesa familiar.
La encuesta, que consultó a más de 5.800 personas en Argentina, Chile y México, revela la desconexión entre la percepción y la realidad. Aunque más de la mitad de los encuestados afirma que rara vez desperdicia comida (54,2%), el patrón de descarte es consistente y masivo. Las comidas preparadas y las sobras representan el 38,9% del total, seguidas de cerca por frutas y verduras, que representan un 34,3% de los desechos. La principal causa, en un 40,8% de los casos, es que los alimentos se echan a perder antes de ser consumidos, un dato que apunta directamente a fallas en la planificación de compras y la gestión del hogar.
El desperdicio de alimentos no es solo un tema de conciencia social; es un problema que impacta en los márgenes, los costos operativos y la sostenibilidad de las empresas. El informe de Cheaf subraya tres consecuencias clave: el impacto en la economía familiar, el encarecimiento de la canasta básica y el daño al medio ambiente.
El desperdicio de comida tiene un costo directo para los consumidores. Al tirar alimentos, las familias pierden dinero que ya invirtieron. Esto, a escala masiva, no solo erosiona el poder adquisitivo, sino que también contribuye a la inflación. La pérdida de productos agrícolas, la energía y el agua utilizadas en su producción y distribución, y la logística para deshacerse de los residuos se trasladan inevitablemente a los precios finales de los productos. Se estima que el desperdicio de alimentos es responsable de casi el 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel global, un dato que, según el estudio, solo el 62,3% de los argentinos conoce.
Además, el problema no es solo del consumidor. Las ineficiencias de la cadena de suministro, desde el productor hasta el punto de venta, contribuyen significativamente. Los productos que no cumplen con estándares estéticos, el manejo inadecuado y las fechas de vencimiento cercanas generan pérdidas considerables para productores, distribuidores y comercios minoristas. El desperdicio se convierte en un fracaso estratégico, una señal de que los modelos de negocio no están optimizados para la eficiencia y la sostenibilidad.
Uno de los hallazgos más contundentes del estudio es la brecha entre la preocupación ciudadana y el conocimiento real sobre el problema. Mientras que el 89,3% de los argentinos considera que el desperdicio es un problema grave o relevante, apenas un 12,4% se siente muy informado sobre su impacto ambiental.
Esta falta de conocimiento se extiende al plano legal. A pesar de que la gran mayoría de las personas (85,1%) apoya una ley que incentive u obligue a donar alimentos aptos para el consumo, Argentina es el país con mayor desconocimiento normativo en la región: el 71,8% no sabe si existe alguna regulación al respecto. Este dato es crucial para el sector público y el privado, ya que señala una demanda social insatisfecha y un espacio para la acción.
Para los gobiernos, es una oportunidad para diseñar políticas públicas efectivas que conecten la voluntad de la población con marcos regulatorios claros. Para las empresas, esta brecha es un llamado a la innovación. Firmas como Cheaf, que buscan crear puentes entre la oferta de productos próximos a su vencimiento y los consumidores, se posicionan como actores clave para solucionar una de las ineficiencias más grandes del consumo masivo. El desafío para estas compañías es educar al mercado y convertir esa alta preocupación en acciones concretas, demostrando que la reducción del desperdicio no es solo una responsabilidad ética, sino también un modelo de negocio viable y rentable.
A nivel doméstico, el informe revela que las principales soluciones adoptadas son individuales (congelar, reutilizar, planificar), mientras que hay una baja adopción de estrategias comunitarias o colaborativas. Esto subraya la necesidad de plataformas y servicios que faciliten la conexión entre actores y promuevan un enfoque sistémico para el problema.