Ignacio Lartirigoyen, el hombre que forjó un gigante del agro desde el corazón de La Pampa
Trabajo, confianza, resiliencia y el valor de la palabra: las claves del líder que, tras la crisis de 2002, decidió pagar sus deudas en dólares, transformando un mal negocio en el cimiento de su expansión. Un análisis sobre el futuro del campo y la primacía de lo humano en la era de la IA de uno de los nombres icónicos de mundo agropecuario.

"La resiliencia nos define, la Argentina es un país difícil por los grandes cambios que tiene, pero el productor es súper eficiente porque se desarrolló en un entorno siempre hostil." La frase, que podría ser de cualquier empresario argentino, es la que eligió Ignacio Lartirigoyen, el presidente de Lartirigoyen y Cía, para resumir el ADN del campo en el cierre del Forbes Agro Tech & Campo Summit. Un hombre que recién pasados los 30 años tuvo el quiebre en su vida profesional para empezar a construir una corporación agropecuaria que hoy maneja desde insumos y cereales hasta ganadería y criaderos de cerdos.

La historia de Lartirigoyen no comenzó con un plan de negocios sofisticado. Estudió Agronomía y su primer trabajo real en el sector fue administrar un campo de unos amigos en La Pampa, el corazón del país agropecuario. La empresa Lartirigoyen y Cía SA nació en 1986 como una pequeña comercializadora de granos en la localidad pampeana de Catriló, forjando desde el inicio esa visión de cercanía con el productor que hoy mantiene en sus diversas unidades de negocio.

El camino fue, como él mismo describe, un hacerse sobre la marcha. Tras su paso por la administración rural, empezó a comprar cereal "sin saber nada" del negocio, según confesó en la charla con Alex Milberg, director de Forbes Argentina, y tuvo que aprender sobre la marcha desde lo básico de la industria. Su "doble aporte" de comercial y técnico se consolidó cuando asumió como asesor del grupo CREA, combinando la venta de commodities con el know-how agronómico, una mezcla que lo preparó para el salto.



El punto de quiebre se dio ya a los 32 años, cuando la empresa para la que compraba cereales empezó a desmoronarse. Fue el momento en el que decidió probar suerte solo, asociándose con alguien que le dio un crédito para operar una planta de acopio en La Pampa. Pero su primer gran lección fue la del acuerdo societario: "Para ser socio no tenés que tener objetivos comunes, tenés que pensar lo mismo", sentencia. El hito fue darse cuenta que la clave está en definir antes de empezar a dónde irán, cómo distribuirán y, lo más importante, qué harán si les va mal.

Pero el hito que marcó a fuego la historia de la compañía fue la crisis del 2002. En ese momento, Lartirigoyen se encontró con que la ley le permitía pesificar una deuda de 8 millones de dólares a valor de sólo 2 millones de dólares. El dilema era ético: el acreedor era su socio. "Hicimos un muy mal negocio que fue para nosotros cumplir en dólares nuestra deuda cuando a toda nuestra competencia le habían desindexado las deudas", recuerda. Pagaron los 8 millones de dólares en octubre de ese mismo año.

Ese gesto, que a corto plazo parecía una locura financiera, "fue buenísimo para toda la historia" de la compañía. Se acabó la desconfianza con el socio (que luego fue adquirido por Glencore y hoy es Viterra), y esa palabra cumplida les valió una confianza total y financiamiento irrestricto durante 15 años. Una demostración práctica de que los valores tienen un valor económico a largo plazo.

A partir de ese quiebre de confianza, la empresa creció exponencialmente, pasando de cuatro empleados a 1.200, y de una unidad de negocio a mpas de 20, extendiendo sus operaciones no solo a las principales zonas agrícolas de la Argentina, sino también a México con su unidad de cerdos. Una evolución constante que para Lartirigoyen responde a una necesidad intrínseca: "Si no crecemos, nos desmotivamos todos".

Consultado sobre el agro con el que sueña, el empresario es categórico: "quiero un país mucho más desarrollado en el interior, con más diversidad y menos concentración en Buenos Aires. Un sector que sea más tecnológico, más conectado y también más cuidado". Pero para que ese sueño despegue, el reclamo es histórico: "reglas claras que pongan fin al stop and go de retenciones y una infraestructura que requiere un dinero enorme para bajar los costos logísticos".

No obstante, la solución para Lartirigoyen pasa por un cambio de mirada política: "Me encantaría tener unos cuantos diputados en el Congreso que medien por los intereses del agro, como Brasil", señala, lamentando que en la Argentina "el sector se vende mal y es visto como el botín, a pesar de ser la fuente principal de divisas por más de 200 años".

Finalmente, el empresario miró hacia el futuro, más allá de la resiliencia y la economía, y puso el foco en lo humano. "Aunque la tecnología y la Inteligencia Artificial avanzan a pasos agigantados, -Lartirigoyen cree- las empresas necesitarán incorporar psicólogos y sociólogos. Nunca hay que dejar que el rol de la persona sea reemplazado por ninguna máquina." Para la juventud que seguirá construyendo el futuro del campo, "el desafío es ser pragmático y saber discernir el papel de la agronomía, la tecnología y, sobre todo, la persona en cualquier organización".