Creó un medicamento para una enfermedad sin cura y hoy su empresa vale US$ 4.000 millones
Suma Krishnan, una desarrolladora de fármacos con larga trayectoria, tenía 51 años cuando cofundó Krystal Biotech. Hoy, la compañía ya tiene una terapia génica aprobada y trabaja en el desarrollo de otras.

Suma Krishnan tenía poco más de 50 años cuando se le ocurrió una idea que cambiaría su carrera: desarrollar una terapia génica tópica para tratar una enfermedad de la piel poco común y extremadamente dolorosa, en la que la piel se vuelve tan frágil como las alas de una mariposa. En 2016, con 51 años, luego de meses de trabajar en el concepto y empezar los trámites de patente, cofundó Krystal Biotech junto a su esposo, Krish Krishnan, con quien ya había compartido más de una década en el sector biotecnológico.

La decisión de enfocarse en una enfermedad rara, que afecta a apenas unos miles de personas en Estados Unidos, no fue la única jugada poco convencional. También eligieron evitar el capital de riesgo y en su lugar apostaron por autofinanciar la empresa. Reunieron cerca de US$ 5 millones, obtenidos principalmente de emprendimientos anteriores. Pero tal vez el riesgo más grande fue el científico: propusieron una terapia completamente nueva, administrada en gel, que podía transformarse en un negocio muy rentable si funcionaba, aunque también tenía altas chances de no prosperar. "Tuve que trabajar con los reguladores porque nunca habían visto esto", dijo Krishnan en una entrevista con Forbes US. "Era completamente nuevo", agregó.

A solo 18 meses del lanzamiento de la empresa en Pittsburgh, los Krishnan la llevaron al Nasdaq. Hoy, Krystal Biotech vale US$ 4.400 millones en el mercado. Ya tiene una terapia aprobada por la FDA, Vyjuvek, para tratar la epidermólisis ampollosa distrófica —conocida también como enfermedad de la piel de mariposa—, y avanza en el desarrollo clínico de tratamientos para la fibrosis quística y el cáncer de pulmón, entre otras enfermedades. Todas sus terapias utilizan un virus del herpes simple modificado, aunque cada una tiene un mecanismo de administración distinto.

En 2024, los ingresos de Krystal alcanzaron los US$ 291 millones, más de cinco veces los US$ 51 millones del año anterior. Las ganancias netas también crecieron fuerte: pasaron de US$ 11 millones a US$ 89 millones.

Los Krishnan tienen el 12% de la empresa. Suma, que se desempeña como presidenta de investigación y desarrollo, acumula un patrimonio estimado en US$ 300 millones, casi todo vinculado a su participación accionaria y a la venta de acciones que hizo con los años. Las acciones de Krystal tuvieron una suba de más del 1300% desde su debut en bolsa, aunque en el último año cayeron cerca del 25%.

"Hay que ser valiente y audaz para hacer esto", dice Krishnan. "Nunca tuve miedo de arriesgarme. Nunca sentí la necesidad de un trabajo estable", añadió.

Suma Krishnan integra la lista Forbes 50 Over 50 de este año, que destaca a 200 mujeres emprendedoras y líderes con impacto profesional destacado en sus sexta, séptima u octava décadas de vida. Entre las elegidas también están la actriz Halle Berry, reconocida por su startup vinculada a la menopausia; la inversora social Freada Kapor Klein; y Maria Shriver, quien fundó el Movimiento de Mujeres con Alzheimer hacia el final de su primer mandato como primera dama de California.

Hoy Krishnan tiene 60 años y creció en Bombay, en una familia de tres hermanos donde sus padres hicieron grandes esfuerzos para salir adelante. Como hija del medio y mujer, cuenta que su madre —casada a los 18— empezó a buscarle un matrimonio arreglado en cuanto terminó la universidad. Ella se negó. "Siempre lo desafié y luché", recuerda. "Fui una persona difícil para ellos. Rompí todas las reglas", continúa.

Llegó a Estados Unidos para hacer un posgrado y obtener una maestría en química orgánica en la Universidad de Villanova. Allí conoció a Krish Krishnan, quien estudiaba un MBA en Wharton y vivía cerca. Después de graduarse, empezó su carrera como desarrolladora de fármacos en Janssen Pharmaceuticals. Más adelante, en New River Pharmaceuticals, lideró el descubrimiento, desarrollo y aprobación de Vyvanse, un medicamento muy exitoso para tratar el TDAH. En 2007, la farmacéutica europea Shire —hoy parte de Takeda, que pagó US$ 62.000 millones por la compra en 2018— adquirió New River por US$ 2.600 millones. Luego, trabajó en enfermedades raras y más tarde en Intrexon (actual Precigen), donde dirigió el área de terapias génicas.

Suma Krishnan llegó a Estados Unidos para hacer un posgrado y obtener una maestría en química orgánica en la Universidad de Villanova. 

Tiene más de 70 patentes vinculadas a distintos fármacos. "Durante 25 o 30 años, esto fue todo lo que hice", asegura Suma. "Conozco muy bien las enfermedades raras y sé dónde están las necesidades no cubiertas", explica.

"Nunca tuve miedo de arriesgarme. Nunca sentí la necesidad de un trabajo estable".

Suma Krishnan, cofundador de Krystal Biotech

A Suma Krishnan se le ocurrió una idea que cambiaría la vida de miles de personas con piel de mariposa: una terapia génica en gel que pudiera aplicarse directamente sobre la piel dañada, usando una versión modificada del virus del herpes simple. El tratamiento introduce una copia sana del gen que produce un tipo de colágeno en las células de la piel, lo que permite que las heridas cicatricen. En Estados Unidos hay unas 25.000 personas con epidermólisis ampollosa, pero solo alrededor de 3.000 padecen la forma distrófica, que es la más grave y para la cual está indicada la terapia de Krystal.

Brett Kopelan, director ejecutivo de Debra —una organización sin fines de lucro que acompaña a familias afectadas por la enfermedad— conoce esa realidad de cerca: su hija, que ahora tiene 17 años, nació con una forma severa del trastorno. La llama "la peor enfermedad de la que jamás hayas oído hablar". Los chicos que la sufren viven con dolores constantes, necesitan vendajes en casi todo el cuerpo y son propensos a muchas otras complicaciones, incluso a un tipo agresivo de cáncer de piel. "Mi objetivo es convertirla en una enfermedad crónica y soportable, como la diabetes tipo 2", dice Kopelan. Su hija usa el tratamiento de Krystal, entre otros. "Estamos muy cerca de lograrlo, y tenemos que agradecerles a Suma y Krish", comenta.

Cuando Krishnan pensó en lo que más tarde sería Vyjuvek, no existían tratamientos aprobados. En ese momento trabajaba en Intrexon, que colaboraba con Fibrocell (luego adquirida por Castle Creek) en una terapia para uso hospitalario. "Vi el dolor y el sufrimiento", recuerda. "Estos chicos nacen sin piel, y su situación empeora con el tiempo. Dicen: 'Nadie se preocupa por nosotros'", explica.

Le contó la idea a su esposo Krish, que había sido director de operaciones tanto en New River como en Intrexon. Llevaban más de diez años trabajando juntos. Decidieron avanzar por su cuenta. En ese entonces, el auge de la biotecnología hacía casi imposible conseguir espacio de laboratorio en San Francisco. Buscaron en todo el país y terminaron alquilando un laboratorio desocupado en Pittsburgh. La ciudad tenía más fama por sus startups de robótica que por la biotecnología, pero ofrecía algo clave: la posibilidad de contratar a graduados de Carnegie Mellon. Al principio, viajaban seguido desde su casa en el norte de California.

Los Krishnan terminaron alquilando un laboratorio desocupado en Pittsburgh ante la posibilidad de contratar a graduados de Carnegie Mellon.

Rechazaron la financiación tradicional de capital riesgo. En cambio, juntaron una suma modesta entre amigos y familiares, a quienes les dijeron sin vueltas que tomaran la inversión como una forma de filantropía. "Pensamos que si no funcionaba, lo cancelaríamos", comparte Krishnan.

En 2017, los Krishnan llevaron la empresa a la bolsa y recaudaron US$ 45 millones. Lo lograron gracias a la red de contactos de Krish Krishnan, que ya había acompañado a otras compañías en sus salidas al mercado público. "Fue una salida a bolsa de Mickey Mouse", dice con ironía, y explica que sirvió para que un inversor de Fidelity —que había apoyado sus proyectos anteriores— se sumara como accionista.

La idea de aplicar una terapia génica en casa, en lugar de en un hospital, parecía tan brillante como descabellada. "Mirá, sinceramente, por más genial que fuera la idea, cuando alguien viene y te dice: 'Quiero aplicar terapia génica en gel sobre una herida en casa', es como si hoy alguien dijera: 'Quiero tener una casa en Marte'", afirma Krish Krishnan, actual director ejecutivo de Krystal. "Sí, una gran idea, pero ¿cómo se va a lograr? Era ese tipo de idea", comparte.

Pero seis años más tarde, en 2023, Krystal consiguió la aprobación de la FDA para Vyjuvek. Fue una autorización inusualmente rápida para una terapia génica novedosa. Conseguirla en plena pandemia de COVID-19, cuando las preocupaciones sobre los virus estaban al rojo vivo, implicó realizar estudios que despejaran cualquier duda sobre la seguridad del tratamiento. "La gente estaba muy nerviosa por los virus", recuerda Krishnan.

La empresa fijó el precio de lista en US$ 24.250 por vial, lo que equivale a un costo anual de US$ 631.000 para un paciente promedio que usa 26 viales. Sin embargo, muchos pacientes necesitan menos dosis a medida que sus heridas cicatrizan. Las terapias génicas suelen tener precios altos: muchas superan el millón de dólares. En casos de enfermedades poco frecuentes, las aseguradoras suelen tener más margen para negociar. "Las aseguradoras son un poco más flexibles con los precios", señala Krishnan, y explica que es raro que una aseguradora tenga más de unos pocos pacientes con esta condición. "Podemos mostrarle la propuesta de valor a Blue Cross Blue Shield y lo entenderán", asegura.

Dan Janney, inversor en ciencias de la vida y socio director de Alta Partners, fue uno de los pocos amigos que apostaron personalmente por Krystal en sus comienzos. Conoció a Suma y Krish a través de sus hijos, que compartían escuela. Hoy, define a Krystal como "probablemente la empresa más eficiente en la que trabajé" en lo que respecta al uso del capital. "Hicieron un trabajo increíble para alcanzar la rentabilidad", asegura.

"Por más genial que fuera la idea, cuando alguien viene y dice: 'Quiero aplicar terapia genética en gel sobre una herida en casa', es como si hoy alguien dijera: 'Quiero tener una casa en Marte'".

Krish Krishnan, cofundador de Krystal Biotech

El medicamento de Krystal para la dermatitis atópica ya no está solo en el mercado. En abril, Abeona Therapeutics —una biotecnológica en etapa clínica que cotiza en bolsa con una valuación de US$ 348 millones— consiguió la aprobación de la FDA para su propia terapia génica: Zevaskyn. Este tratamiento utiliza injertos de piel elaborados a partir de láminas de células cutáneas del propio paciente, modificadas genéticamente. Salió a la venta este verano con un precio de US$ 3,1 millones.

Después de obtener la única terapia aprobada para esta condición en Estados Unidos, y sumar aprobaciones en Europa y Japón, Suma Krishnan ahora dirige su atención a otras enfermedades. Investiga problemas pulmonares, distintos tipos de cáncer y afecciones oculares. Uno de los ensayos más avanzados —ya en fase 3— apunta a las complicaciones oculares de la misma enfermedad de la piel que ya tratan. Otros ensayos, aún en etapas iniciales, buscan desarrollar tratamientos para la fibrosis quística y tumores pulmonares. Este último tema es una prioridad para Krishnan, ante el aumento del cáncer de pulmón en mujeres jóvenes que nunca fumaron.

En todos los casos, el objetivo es el mismo: administrar una copia sana del gen afectado mediante una terapia génica, aunque el modo de entrega varía. Por ejemplo, el tratamiento experimental contra el cáncer de pulmón se administra con un nebulizador.

La gran incógnita es si Krystal podrá ir más allá de una enfermedad rara y expandirse con éxito hacia múltiples tratamientos que usen terapias génicas basadas en el virus del herpes modificado. El plan de Krishnan es reinvertir lo recaudado por las ventas de Vyjuvek para financiar el desarrollo de esos nuevos medicamentos. "Tenemos dinero y podemos usarlo para desarrollar el resto de nuestros productos en desarrollo", afirma. "El primero siempre es más difícil", sostiene.

Con información de Forbes US.