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la gran renuncia
Liderazgo

Donde hubo fuego, cenizas quedan: ¿cómo tratamos a quienes se van?

Diego Pasjalidis Director, conferencista y autor especializado en innovación

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Lo que digan de nosotros al irse pesa más que lo que publicamos al recibirlos. Si no cuidamos las despedidas, alguien más capitalizará esas cenizas...

31 Octubre de 2025 09.26

Hay algo curioso en la manera en que las personas abandonan los lugares. Algunos cierran la puerta con un portazo, otros se van en silencio. Algunos lo hacen con gratitud, otros con decepción. Pero todos, absolutamente todos, dejan algo atrás: un gesto, una conversación inconclusa, un recuerdo bueno o malo. Una marca que, aunque invisible, permanece.

Renuncia.
 

Porque donde hubo fuego... cenizas quedan. Y lo que muchos líderes aún no comprenden es que esas cenizas también hablan: hablan de la cultura que no se ve en las paredes, hablan de la coherencia entre lo que una organización declara y lo que realmente hace. Hablan de vos, de tu estilo, de tus valores. Y a veces, lo hacen mucho más fuerte que los discursos corporativos.

Vivimos obsesionados con atraer talento, conquistar clientes, crecer en métricas visibles. Celebramos cada onboarding como si fuera una conquista, dándole la bienvenida a cada nuevo colaborador con una sonrisa, una foto y un "bienvenido al equipo" en redes. Pero cuando alguien se va, cuando un cliente decide irse a la competencia o cuando un proveedor deja de elegirnos, cerramos carpetas, archivamos vínculos y nos desentendemos. Como si la historia hubiese terminado, o como si esa salida ya no importara.

El comienzo de otra historia

Y, sin embargo, ahí empieza otra historia. Una que ya no controlamos, pero que nos pertenece igual. Es la historia que esa persona empieza a contar —a veces sin querer— en pasillos, eventos, redes, almuerzos, entrevistas, o en la toma de decisiones futuras. Porque en el fondo, nadie se va del todo. Se va físicamente, pero se queda emocionalmente. Y ahí, en ese fuego apagado, queda la memoria. Queda la ceniza, los gestos del final.

Hay líderes que despiden personas con frialdad quirúrgica, como quien corta una soga sin mirar atrás. Y luego, sorprenderse al descubrir que esa persona ahora lidera un proyecto estratégico... desde la vereda de enfrente o, peor aún, desde la vereda del cliente.

Debo renunciar a mi empleo?
 

"Hechos son amores", dice el refrán. Y en el mundo profesional, los hechos que más se recuerdan no son los grandes proyectos, sino los gestos del final: cómo tratamos a alguien cuando ya no había incentivos. Cómo hablamos de quien decidió irse. Qué hicimos cuando alguien te dijo que su camino debía continuar en otro lado. Ahí (también) está el verdadero examen de liderazgo.

Liderar no es solo encender fuegos nuevos, también es saber apagar sin quemar. Es tener la madurez emocional y estratégica para entender que una salida, bien gestionada, puede transformarse en embajadores de marca. Y que una salida mal gestionada, puede convertirse en un incendio reputacional.

Es fácil cuidar a quien recién llega. Lo difícil —lo que revela nuestro verdadero nivel como líderes— es cómo cuidamos a quien ya no forma parte.

El valor estratégico de cuidar las salidas

Nadie recomienda un lugar del que se fue mal. Nadie olvida un adiós que dolió más de lo necesario. Y nadie vuelve a confiar en quien lo trató como descartable cuando ya no sumaba en los indicadores de una planilla Excel.

¿Quieren saber si una organización tiene buena cultura? No miren sus publicaciones. Pregúntenle a alguien que se fue. ¿Quieren saber si un líder deja huella? Escuchen lo que dicen de él después de irse, cuando ya no hay poder de por medio. Las empresas maduras entienden que las relaciones no terminan con una renuncia ni con una baja en el sistema, sino que continúan en forma de posibilidad, de percepción, de recuerdo. Y a veces, si todo se hizo bien, en forma de regreso o de re vinculación desde otro rol u organización.

He visto talentos volver. He visto clientes regresar. He visto relaciones recomenzar, no porque alguien pidió perdón, sino porque el fuego nunca fue odio, sino evolución. Y todo eso fue gracias a que la despedida fue digna, a que la salida fue humana, y porque quedó la puerta abierta.

Entonces, no subestimemos a las cenizas. No las desechemos como si no valieran. Porque de esas cenizas puede surgir mucho más que polvo: puede surgir reputación, respeto, retorno. Y —para quien lidera con verdadera inteligencia emocional— puede surgir hasta un renacimiento.

En la era de la hiperconectividad, nadie se va del todo. Por eso, como líderes, no podemos darnos el lujo de ser olvidables, pero mucho menos el riesgo de ser recordados por lo contrario. 

Cuidar los finales no es un gesto menor: es parte de liderar el futuro.
 

(*) Diego Pasjalidis es director de posgrados y maestrías de ITBA, conferencista y autor especializado en innovación. 

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