Adicción a la inteligencia artificial y agotamiento emocional: el nuevo rostro del colapso silencioso en las oficinas
Jason Walker PsyD, PhD
Jason Walker PsyD, PhD
El colapso silencioso ya es una realidad. Los empleados siguen llegando cada mañana y cumpliendo con los plazos. Pero por dentro, se están quebrando. ¿El motivo? Una cultura marcada por la inteligencia artificial, que impone una velocidad sin precedentes, presiones constantes y jefes demasiado concentrados en los paneles de control y los KPI como para notar la implosión emocional que atraviesan sus equipos.
No se trata de una elección personal. Es una crisis de identidad provocada por la tecnología, y ese quiebre no es accidental: es deliberado.
Mientras las empresas achican sus equipos en áreas como animación, los que quedan cargan con una exigencia implícita: rendir como si fueran máquinas. El problema es que los humanos no funcionan como algoritmos. No se puede mantener un nivel de perfección y velocidad imposibles sin consecuencias. Si no hay metas realistas ni una revisión seria de los objetivos internos, los empleados no solo se van: se derrumban.
La inteligencia artificial prometía potenciar a las personas, no aplastarlas. Sin embargo, en muchas empresas está ocurriendo lo contrario. Al apoyarse en la IA, el trabajo se volvió una carrera contra el reloj, con plazos cada vez más exigentes, cargas imposibles de sostener y sin oportunidades reales de crecimiento.
¿El resultado? Los empleados compiten contra un rival que no duerme ni se cansa. Y en esa competencia desigual, el agotamiento se confunde con problemas de rendimiento, hasta que se transforma en licencias médicas, renuncias o incluso demandas.
Entonces, ¿qué está pasando? ¿La inteligencia artificial es la receta para una crisis de cultura laboral o una herramienta que puede ayudar a los equipos a rendir mejor? La segunda opción es posible, pero solo si se usa con criterio.
La inteligencia artificial puede haber sido el detonante de esta reacción silenciosa, pero el problema de fondo es otro: el liderazgo. Muchas empresas persiguen logros inmediatos impulsados por la IA, sin pensar en el impacto que eso tiene a largo plazo.
Una parte importante de los empleados ya se siente incómoda. Y cuando expresan sus preocupaciones, la respuesta de la gerencia es, en el mejor de los casos, indiferente. Lo que alguna vez fue una cultura basada en la escucha, hoy se percibe como una catarata de respuestas tipo ChatGPT: impecables, veloces, pero vacías.
En vez de asumir la necesidad de cargas laborales realistas, los líderes suman medidas simbólicas: apps de bienestar, seminarios online y recursos genéricos, que muchas veces terminan siendo otra tarea más en una agenda que ya no da más. Es un gesto para la foto, no un cambio real. Y esa estrategia está fallando.
Según Fortune, la desconexión silenciosa ya le cuesta a las empresas unos US$ 438.000 millones en productividad. Pero el dato más inquietante lo aporta Gallup: estima que la falta de compromiso genera una pérdida de US$ 8,9 billones en la economía mundial cada año.
No son cifras abstractas. Reflejan el impacto directo del deterioro en la salud mental de los empleados —agotamiento, ansiedad, depresión y enfermedades relacionadas con el estrés— que, sin hacer ruido, va apagando el rendimiento laboral.

Estas pérdidas no son simbólicas. Son errores en los balances contables, provocados por liderazgos que desatienden el costo humano hasta que afecta las ganancias. Cuando la salud mental cae, también lo hace la productividad. Y las señales de alerta ya no se pueden ignorar.
Esto ya no es una opción. Quienes lideren equipos y quieran mantenerse en pie en tiempos de inteligencia artificial tienen que cambiar su forma de liderar. Y hacerlo de verdad.
La IA tiene que servir para aliviar la carga, no para reemplazar el pensamiento crítico. Si una herramienta obliga a las personas a trabajar más, en lugar de facilitarles las tareas, el error es del liderazgo, no de la tecnología.
Basta de imponer plazos inhumanos. Los objetivos deben tener un ritmo realista y sostenible, que contemple tiempos de recuperación. Si eso no ocurre, el agotamiento va a ser el único resultado.
El bienestar hay que tratarlo como el salario. La flexibilidad, los beneficios reales y una carga de trabajo diseñada con las personas en mente no son extras, son parte de la estructura. No alcanza con apps, discursos o promesas.
Los ascensos deben ser para quienes sepan liderar, no solo para quienes admiran la IA. La inteligencia emocional, la empatía y la seguridad psicológica pesan más que cualquier destreza técnica a la hora de tomar decisiones sobre quién conduce un equipo.
Y, por último, asumir los errores. Cuando un equipo falla, es un dato directo sobre el liderazgo. No hay excusas ni paneles que oculten lo evidente.
Ese crujido silencioso no es menor: es una alarma a todo volumen. Si decidís ignorarla, tu negocio se va a desmoronar junto con tu equipo.
En tiempos de inteligencia artificial, la verdadera ventaja no es la velocidad: es la gente. Si tus empleados se quiebran, tu liderazgo ya colapsó.
Cuando el equipo falla, es hora de liderar distinto. No hay alternativa. Poné a las personas por delante de los procesos, porque cuando el equipo está fuerte, la organización crece desde adentro.