Un consumidor entra a una vinoteca y pide un Malbec "light", un Sauvignon Blanc bajo en alcohol y, para completar el pedido, un espumoso elaborado con el método champenoise que apenas roza los 9 grados. Lo que hace unos años sonaba a una escena de "Volver al Futuro", hoy empieza a abrirse paso entre el sinfín de posibilidades que ofrece el mundo del vino.
En marzo de 2024, el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) aprobó la producción y comercialización de vinos con bajo contenido alcohólico en Argentina. Se establecieron dos categorías: Vino parcialmente desalcoholizado (entre 0,5% y 9,5% de volumen) y Vino desalcoholizado o sin alcohol (menos de 0,5%).
Así es como desde hace más de un año, los vinos bajo en alcohol plantearon un nuevo dilema: ¿estamos ante una nueva categoría que llegó para quedarse o frente a un movimiento más de marketing que de consumo real?
Lo cierto es que con esta resolución, el país se alineó con una tendencia global que busca mover cifras millonarias y que, según la consultora IWSR, será uno de los motores de crecimiento de la industria de bebidas hasta 2028.
Sin embargo, los datos aún muestran un escenario desigual: en Gran Bretaña, por ejemplo, el vino sin alcohol creció un 8% en 2024 frente a 2023, mientras que el low-alcohol cayó más de 5%. Por ahora, el mercado parece preferir el "0%" antes que la reducción parcial. No sólo eso, en países vitivinícolas tradicionales, como Francia, España y Argentina, el proceso avanza muy lento y hasta fragmentado.
Entre la técnica y la percepción
El primer gran debate lo dan los enólogos: ¿es posible bajar el alcohol sin perder identidad? "Se trata de vinos elaborados a partir de cosechas más tempranas, con madurez polifenólica anticipada. El resultado son vinos más frescos, fluidos y bebibles, no son tan complejos ni tan profundos", explica Rodrigo Serrano Alou, enólogo de Domaine Bousquet. Estos vinos apuntan claramente a consumidores que recién se inician en el mundillo: "Son bebedores iniciales que encuentran en menos impacto alcohólico, una mayor frescura y fluidez".
Desde Bodega Falasco, Pablo Sánchez aporta otra mirada: "El problema son los costos tecnológicos: los procesos de desalcoholización son caros y requieren amortizaciones largas. La demanda todavía es baja, pero el crecimiento global ronda el 8% anual y en Latinoamérica llega al 11%".
El propio Serrano Alou admite que esta categoría no busca competir con vinos complejos de guarda: "No son tan profundos, pero funcionan porque responden a un consumidor que quiere beber algo liviano y seguir con su día".
En cuanto a la percepción, también juega un rol decisivo. "El consumidor tradicional asocia más alcohol con más cuerpo y valor. Pero los más jóvenes lo ven distinto: menos alcohol significa más versatilidad", sostiene Olivia Harguindey, gerenta de marketing del Grupo Colomé.
"La clave es entender que menos alcohol no significa menor calidad. El alcohol no define la calidad de un vino", explica Federico Ontanilla, gerente de marketing de Doña Paula. "Los estudios indican que está incrementándose, año tras año, la preferencia por los alimentos saludables", agrega Federico.
Melisa Baur, Directora de Marketing de la Consultora Umami, suma un detalle importante: "El público no decide el consumo de vino por la cantidad de grados de alcohol, aunque parte del beneficio del vino bajo alcohol es que se asocia a menos calorías, con lo cual ese recurso, sumado a una vida más saludable, pueden ser ejes importantes a la hora de comunicarlo".
El nuevo lenguaje de los vinos bajo alcohol
Esta nueva categoría, pareciera tener el mismo ADN que impulsó al boom de los rosados hace una década: comunicación descontracturada, packaging llamativo y un relato más aspiracional que técnico.
Para Ana Lovaglio, de Susana Balbo Wines, "son vinos que no se van a vender por su varietalidad o por un estilo clásico, sino por su concepto. El packaging y el naming deben transmitirlo con claridad; de lo contrario, el consumidor se va a desilusionar". Y se suma a la comparación: "Así como pasó con los rosados, que crecieron gracias a etiquetas atractivas y un cambio cultural en la percepción, los vinos bajo alcohol necesitan un envase que hable por ellos".
En un mercado aún incipiente, la comunicación y explorar nuevos espacios son cuestiones vitales para asegurar el éxito. Olivia Harguindey cuenta la estrategia detrás de Amalaya Liviano: "Trabajamos sobre tres ejes: credibilidad técnica, experiencia sensorial y estilo de vida. En el lanzamiento lo ofrecimos como copa de bienvenida en nuestro wine bar e hicimos acciones en carreras y maratones. Así vinculamos el producto con experiencias saludables y rompimos prejuicios de entrada".
Una misma lógica de bienestar que comparte con Pablo Sánchez de Falasco: "Hoy su consumo está muy asociado al mundo fitness y a la vida saludable. Los preconceptos sobre calidad deben ser derribados con campañas educativas y experiencias directas".
Desde la consultora Umami, Melisa Baur agrega un matiz importante y más actual: "El canal más receptivo es la gastronomía, porque permite integrar la categoría en menús de día y con maridajes livianos. También las dietéticas y almacenes saludables", aunque remarca: "Hoy sigue siendo un producto de nicho".
¿Hay mercado en Argentina para los vinos bajo alcohol?
En el plano local, la categoría apenas empieza aunque cada vez se suman más jugadores. "Desde hace más de 5 años que venimos trabajando con Bodega Cruzat con el espumoso cosecha temprana bajo alcohol que presentamos en 2022", cuenta Jorge Muñoz Olesti, gerente general de Distribuidora Ley Seca. "Si bien hay puntos de venta que son receptivos al producto, todavía no deja de ser un espumoso de nicho y de una producción baja. Por ahora, suma para acompañar el resto del portfolio", remarca Muñoz Olesti.
Agustín Malvicino, gerente de ventas del Grupo Colomé, sostiene: "En Argentina la categoría está en una etapa inicial y todavía no se ve una demanda considerable. De todos modos, creo que hay una gran oportunidad teniendo en cuenta los nuevos hábitos de consumo donde se buscan opciones saludables".
Ignacio Martínez Landa, de Domaine Bousquet, es más cauteloso: "Es una categoría chica y muy de nicho. Falta educación, generar ocasiones de consumo y sobre todo degustaciones. Muchos consumidores aún no tuvieron contacto con estos vinos".
Y agrega un punto clave: "La comunicación debe ser más llana, menos solemne que la del vino tradicional. Esta categoría le habla a un público joven, nuevo, que tal vez no conoce tanto del mundo del vino. Ahí hay una oportunidad de sumar consumidores".
En ese sentido, la referencia de la cerveza no es menor: "Las cervezas sin alcohol ya derribaron el prejuicio de que menos alcohol significa menos calidad. Ese camino puede ayudar al vino", suma Martínez Landa.
Entre la moda y la cultura
Los datos globales muestran que el fenómeno no es homogéneo. En mercados como Reino Unido o Estados Unidos, la categoría crece con fuerza, lo mismo ocurre en gran parte de Latinoamérica, Brasil y México, pero en Argentina todavía faltan opciones y educación del consumidor.
De todos modos, la tendencia es clara. "Lo vemos como un mercado que tiende a crecer. Hay consultas y eso ya es una señal", insiste Serrano Alou y Malvicino lo resume con optimismo: "No es sólo una tendencia, también se alinea con la concientización sobre el consumo responsable. Eso le da un marco más sólido".
Como ocurrió con los rosados, la paciencia fue clave: primero hubo dudas, luego prejuicios, y finalmente una aceptación que transformó el mercado. En el fondo, lo que se discute no es solo el grado alcohólico de una copa, sino el lugar que el vino quiere ocupar en la vida cotidiana del consumidor del siglo XXI.
"Los vinos bajo en alcohol nunca reemplazarán a los tradicionales, pero pueden complementar el mapa de consumo con nuevas ocasiones y nuevos consumidores", sostiene Jorge Muñoz Olesti.
¿Será moda, estrategia de marketing o un hábito cultural en construcción? La respuesta requerirá tiempo, trabajo de comunicación, persistencia, paciencia y varias degustaciones... como todo en el mundo del vino.