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El "disparo de amígdala" y el "Punto Popeye": cómo evitar el desborde emocional

Alejandro Melamed

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Qué sucede en el cerebro en los momentos de desborde y cómo anticiparse para evitar consecuencias irreversibles. Una lectura esencial para líderes y equipos que buscan fortalecer su inteligencia emocional.

1 Septiembre de 2025 07.25

Juan Carlos fue durante varios años el director comercial regional de una reconocida empresa multinacional. Llegó a esa posición luego de haber recorrido un camino que había comenzado cuando ingresó como Joven Profesional, recién egresado de la Facultad de Ingeniería. Así fue que atravesó cada una de las etapas intermedias en su paso por la organización, consiguiendo logros que siempre impactaron positivamente en cada uno de sus diferentes interlocutores. Se destacaba por su solidez, su compromiso, su capacidad de influencia y sus buenos modales.

En 2024, Juan Carlos tuvo una situación que lo marcó para siempre y lo sumió en una angustia profunda: la muerte de un familiar muy cercano. Pese al dolor de su pérdida, se esforzó en seguir trabajando como si nada hubiera ocurrido; no quería mostrarse vulnerable.

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Pero ese supuesto autocontrol tenía los días contados y, en una reunión de rutina del Comité Ejecutivo, ocurrió lo que nadie hubiera imaginado: la conversación habitual con el director financiero por el presupuesto del año siguiente comenzó a subir de tono y, lo que parecía ser una simple discusión de negocios, terminó siendo una escena cercana a un ring de boxeo, o más bien a una pelea de barrio.

Totalmente fuera de sí, Juan Carlos empezó a gritarle al director financiero y a expresarse de manera descontrolada; incluso sus colegas tuvieron que atajarlo para que no atacara físicamente a su interlocutor, que permanecía atónito ante semejante reacción.

Juan Carlos fue retirado de la sala y lo acompañaron hasta su oficina. Tardó varios minutos en calmarse y caer en la cuenta del error que había cometido. Las represalias llegaron al día siguiente, cuando le comunicaron que, de acuerdo al código de conducta de la empresa, su comportamiento no era aceptable e iba a ser desvinculado de inmediato. Incrédulo y arrepentido de haber reaccionado de ese modo, Juan Carlos aceptó la decisión y cerró su ciclo en la compañía.

Cuando pasa lo impensado 

Existen momentos de la vida en los que algo dentro nuestro se activa sin aviso. En una fracción de segundo, la mente se nubla, el cuerpo acelera y reaccionamos de manera descontrolada. Más tarde -con la cabeza fría-, nos sorprendemos pensando: "¿cómo pude decir o hacer eso? ¿cómo pude reaccionar de esa manera?". Ese fenómeno tiene nombre y apellido: "disparo -o secuestro- de amígdala".

En su reconocido libro La inteligencia emocional, Daniel Goleman popularizó el concepto para explicar ese instante en que la amígdala -una pequeña estructura de nuestro cerebro- toma el mando de nuestras acciones y "secuestra" la racionalidad. Goleman lo resume con claridad: "Cuando somos presos de emociones fuertes, estas acaban tomando el control de nuestra atención y el resultado es que nos fijamos exclusivamente en lo que nos altera y nos olvidamos de todo lo demás". En esa frase hay un detalle clave: la atención queda capturada. No vemos el cuadro completo; vemos solo el peligro. Lo demás desaparece.

La explicación de las neurociencias hace referencia a la amígdala, que tiene la función de regular nuestras emociones, especialmente el miedo y la rabia, en el instante en el que percibe una amenaza activa; es una respuesta inmediata que nos hace reaccionar sin reflexionar. Se trata de un mecanismo útil en situaciones de peligro real, pero puede ser un verdadero problema en la vida cotidiana y laboral.

La teoría explica que, desde la noche de los tiempos, este mecanismo nos salvó la vida ante la presencia de predadores más grandes que nosotros; sin embargo, en la actualidad los disparadores pueden ser mucho más sutiles: una simple diferencia de criterio, un comentario, un cambio de humor de último momento.

Emociones que enceguecen

Como dijimos, el problema aparece cuando esa alarma se dispara en escenas cotidianas: un email, una crítica mal formulada, un cambio inesperado en la agenda, un audio de whatsapp con una noticia que no esperábamos.

La doctora María Roca es directora de Ineco Organizaciones, un centro donde convergen científicos y especialistas en salud mental que trabajan con el fin de promover la salud emocional de las personas en diferentes ámbitos. La especialista afirma que "la amígdala -ligada íntimamente a las emociones- funciona como un detector de relevancia que nos dice que algo importante para nosotros está sucediendo. Al detectarlo, dispara un sistema de alarma para que nuestro cerebro y nuestro cuerpo se preparen para la acción. Este proceso cerebral en sí no es malo, todo lo contrario".

Burn Out
 

Según explica Roca, "es importante que nuestro sistema pueda detectar cuando algo debe ser atendido porque nos impacta. El problema es que ese estado de alerta y activación emocional puede teñir nuestra manera de ver el mundo y dirigir nuestras decisiones en una dirección distinta a la que tomaríamos racionalmente".

En definitiva, debemos comprender que en este tipo de situaciones solemos hacer cosas que no haríamos normalmente, de las cuales nos arrepentimos en el instante mismo en que recuperamos la calma (o la razón). Son momentos en las que las emociones nos enceguecen y el pensamiento racional queda fuera de juego.

El punto Popeye

Popeye era un personaje de tiras cómicas que hizo su aparición pública hace casi cien años, presentándose como un marino musculoso que amaba comer espinacas. Su antihéroe era Brutus, que lo acosaba y hostigaba permanentemente.

Popeye acumulaba impotencia, insatisfacción, bronca... hasta que llegaba un momento en que no toleraba más y explotaba. Entonces consumía su alimento favorito, la espinaca, que lo energizaba y, a partir de ello, generaba una respuesta totalmente desmedida para expresar su enojo. Sus músculos se expandían y castigaba duramente a Brutus.

Esta es la idea que toma Karl Albrecht en su libro La inteligencia práctica para aplicarlo al ámbito laboral y organizacional. Lo llama simplemente "Punto Popeye". Es el fenómeno que observamos en muchas personas que están expuestas a un estado continuo y agobiante de tensión.

El concepto se refiere a la acumulación de tensiones mínimas -y a veces no tanto-. Este tipo de personas no reaccionan, sino que almacenan el malestar en su interior.  Hasta que por alguna razón la presión los supera y, en un momento determinado, "estallan".  

Reaccionan de manera súbita, injustificadamente por ese evento, pero la realidad es que ese episodio -por más que sea una nimiedad- es simplemente el detonante de algo que se vino gestando desde hace mucho tiempo. Es el momento en el que decimos "no pienso aguantar más" y cambiamos el rumbo.

Es lo que coloquialmente se llama "cuando salta la térmica" o "cuando se suelta la cadena". Por eso -destaca Roca-, "es importante que en nuestro día no suprimamos nuestras emociones. Eso tiene un impacto en nuestra salud física y nuestra salud mental.  Por el contrario, tomar conciencia de ellas y trabajar estrategias que nos permitan gestionarlas adecuadamente sin ignorarlas nos permitirá sostener mayores niveles de bienestar y de agilidad emocional".

Determinación y propósito

Por su parte, Albrecht hace una aclaración importante: destaca que el rasgo más interesante del fenómeno es que podemos explicar nuestras razones para superar la situación de forma muy clara y convincente... cuando ya hemos estallado, pero no antes.

En el segundo previo al "Punto Popeye" estamos confusos y quizás hasta nos sentimos superados o derrotados. Un segundo después de que se produzca ese suceso mágico en nuestro biocomputador, nos encontramos en una realidad distinta.

Tanto el "Punto Popeye" como el "Disparo de Amígdala" consisten en una repentina sensación de determinación y propósito, que nos hace tomar una decisión radical y apresurada, sin considerar sus consecuencias. Esta decisión podría ser muy extrema, como una agresión física a nuestro jefe o a colegas, o renunciar al trabajo. Es una reacción en la que, desbordados por nuestras emociones, expresamos nuestro disgusto de una manera totalmente desproporcionada.

Pero hay un aspecto muy curioso: en muchos casos, lo que nos hace reaccionar violentamente no es un tema realmente significativo sino algo marginal; pero, por la situación de agobio en la que nos encontramos, ese detalle marginal se nos presenta de forma totalmente abrumadora.

El anticipo de la explosión

La directora de Ineco Organizaciones destaca que "la ciencia nos dice que las emociones tienen un componente físico, que se dispara frente a una situación de amenaza. Detectar esa activación, puede ser uno de los canales de ingreso a la adecuada gestión de la emoción".

Antes de que aparezca el pensamiento impulsivo, el cuerpo avisa, da señales; hay diferentes indicios que nos anticipan. En algunos casos puede manifestarse como calor en la cara, un nudo en la garganta o la mandíbula tensa. Otros sienten cosquilleo en las manos, sudoración en las manos, rigidez en los hombros o un hormigueo que sube por la espalda.

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¡Esas señales son el semáforo amarillo (o anaranjado)! Si las ignoramos, el rojo llega rápidamente sin escalas previas. Cada uno de nosotros tiene la posibilidad de llevar su propio registro: "¿qué sentimos? ¿en qué parte del cuerpo? ¿qué lo disparó? ¿cómo reaccionamos? ¿qué haríamos diferente?". 

Algunas propuestas para anticiparnos y evitar disgustos

¿Estamos condenados a estar a merced de nuestros excesos emocionales? ¡Claro que no! Existen diferentes estrategias que podemos seguir para desarrollar nuestra autogestión y no caer presos del secuestro de amígdala. Desde ya, es un proceso que hay que llevar a cabo previamente, en momentos de calma, y prepararse para el incendio, para esas situaciones en las que se nos pone a prueba.

  1. Señales físicas: como el cuerpo habla (¡o grita!), prestar atención si se acelera nuestra respiración, se tensionan los músculos, transpiramos por demás o tenemos palpitaciones.
  2. Respiración profunda: nos vuelve a nuestro eje, nos permite retornar a la calma (sólo un par de segundos)
  3. Salir al balcón o contar hasta diez: darnos permiso para corrernos de la escena y tomar perspectiva, dándole el verdadero valor que tiene esa situación. La doctora Roca precisa que las emociones se disparan automáticamente y crecen muy rápido en intensidad. Pero así como la intensidad sube, también baja, por lo que esperar un tiempo razonable para decidir cómo responder frente a la situación suele ser una muy buena estrategia.
  4. Generar acuerdos preventivos: establecer reglas dentro de los equipos para saber cómo actuar en momentos más complicados para evitar situaciones irreversibles.
  5. Atención plena: escuchar activamente a nuestros semejantes y permitirnos no emitir opinión hasta que finalicen. No responder inmediatamente, procesar la información.
  6. Empatía genuina: tratar de pensar qué está experimentando la contraparte de manera auténtica.
  7. Reconocernos vulnerables: expresar que estamos en un momento particular y tratar de no continuar en el proceso.
  8. Separar a las personas de los problemas: no atacar a las personas, focalizarse en el problema.

En síntesis

Somos humanos y todos estamos expuestos a tener un día de furia, pero también tenemos la posibilidad de elegir la mejor respuesta disponible, incluso cuando todo nos empuja a reaccionar de manera inapropiada.

El "Disparo de la amígdala" y el "Punto Popeye" nos recuerdan que cualquiera puede perder el control en un instante. Pero también nos enseñan que ese instante no tiene por qué decidirlo todo. La elección es desarrollable: reconocer señales, regular el cuerpo, reconectar con el propósito, pedir tiempo, cuidar la forma.

Qué bien le hubiera venido a Juan Carlos haber tenido esta posibilidad de "parar la pelota" (como se dice en el fútbol). No se trata de ser perfectos, sino de ser más humanos y no permitir que la emoción tome el control. Que no se "nos suelte la cadena", que no nos "salte la térmica" depende -exclusivamente- de nosotros.

 

(*) Alejandro Melamed es Doctor en Ciencias Económicas, speaker internacional y consultor disruptivo. Es autor de nueve libros, entre ellos Liderazgo + humano - Historias de (mi) vida para inspirarnos (2025), El futuro del trabajo ya llegó (2022), Tiempos para valientes (2020), Diseña tu cambio (2019) y El futuro del trabajo y el trabajo del futuro (2017).

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