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The studio. Foto: Difusión
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Qué ver: The show, este es el precio del espectáculo

Matías Castro

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La serie protagonizada y codirigida por Seth Rogen se burla sin piedad de las vanidades y sinsentidos de parte del mundo del cine con una historia repleta de celebridades que interpretan versiones distorsionadas de sí mismas

25 Julio de 2025 09.50

En cierto momento de la serie The studio, de Apple Tv, el personaje de Bryan Cranston debe decir: "las películas son lo que une a la gente". Sin embargo, no puede hacerlo (por motivos que es inconveniente adelantar aquí). El hecho de que no pueda completar la frase se convierte en una situación tensa y en un chiste, que adquiere otra lectura cuando se terminan los 10 breves episodios de esta serie. Las películas son lo que distorsiona a la gente, sería la frase que se adecuaría más. 

Ilusiones distorsionadas

The studio trata sobre el director de un histórico y ficticio estudio de cine que lucha por adaptarse al siglo XXI y las reglas del Hollywood actual, repletas de franquicias sobre propiedades intelectuales. Seth Rogen encarna a ese director, además de que es quien codirige todos los capítulos junto a su viejo colega, Evan Goldberg, con quien ha realizado muchísimas comedias y un par de series de televisión. Si hay algo que esta dupla tiene como marca distintiva, además de un humor muy delirante y casi histérico (la película animada La fiesta de las salchichas es el mayor ejemplo de esto) es intensidad y capacidad de satirizar. 

Su película La entrevista, que tal vez no sea la primera a recomendar de su filmografía tanto como actor, director o guionista, es igualmente un ejemplo de su forma de satirizar. En ella terminan por matar al líder de Corea del Norte. La mención de esta película viene a cuento porque causó una represalia desde ese país, mediante la que un grupo de hackers sacaron a la luz muchísima información interna del estudio Sony Pictures, quien la había financiado. 

Esto, a su vez, le habría generado una mala y decepcionante experiencia a Rogen y Goldberg con los ejecutivos de los estudios. Y dio pie a la idea que, años más tarde, se convertiría en esta serie. 

The studio. Foto: Difusión
The studio. Foto: Difusión

Al comienzo de la serie Rogen es un idealista, alguien que cree que realmente las películas unen a la gente y que pueden ser arte e industria a la vez. A pesar de ser elegido como director del estudio Continental, se considera a sí mismo como un artista por defender las películas filmadas en celuloide y no en formato digital, y porque el poder que le da su cargo le permite tomar decisiones sobre los procesos creativos ajenos. 

Su primer encontronazo con la realidad es hacerse cargo de una franquicia que compró Continental. Se trata de Kool Aid, el refresco, con el que tienen que hacer una producción familiar y masiva. Si se hicieron películas pochocleras sobre el juego de mesa Batalla naval y otra sobre Pac-man ¿por qué no una sobre un jugo? 

El desafío para este ejecutivo está en el casamiento entre la industria y el arte. Su referencia está en Barbie, franquicia comercial que provocó un fenómeno de masas y abrió, de un modo un tanto superficial, un debate social. En ese proceso de hacer Kool Aid, la película, aparece Martin Scorsese, uno de los más respetados cineastas vivos de Estados Unidos, que se interpreta a sí mismo, y que tiene, por casualidad, un proyecto vinculado al refresco. Financiarle el proyecto a Scorsese sería la forma más idílica de solucionar el tema: una película sobre una marca comercial pero hecha con inteligencia por alguien de muchísimo prestigio. 

La ruta, sin embargo, no es tan sencilla y conduce hacia la desilusión. Está muy, pero muy empedrada por otros ejecutivos, personajes delirantes, asistentes, agentes, actores y actrices y, sobre todo, por compromisos. Todo es contado con muchísima agilidad, diálogos rápidos, muchas referencias cinematográficas, buena música y una puesta en escena propia de una película. 

Las formas recuerdan a las del fallecido director Robert Altman (M.A.S.H. y muchas otras), entre el dinamismo, la improvisación y la sátira. The player (1992), de Altman, en la que Tim Robbins interpretaba a un ejecutivo de estudios de cine, es un ejemplo que emparenta bastante su cine con esta serie. 

El tema de The studio, por otra parte, parece un gran ejercicio de exorcismo de los fantasmas de la industria. Un ejercicio para el que se prestan decenas de directores, actores, actrices y hasta un famoso periodista, interpretando versiones paródicas de sí mismos. 

En el fondo y una vez apagadas las risas que provocan todos los capítulos, da la impresión de que hay algo traumático en la experiencia de producción que Rogen, Goldberg y sus coguionistas expresan con humor. Y si tantas figuras se suman a la parodia, es probable que el sentimiento sea compartido.

The studio. Foto: Difusión
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Condiciones imperfectas

Al ser un medio muy caro y colectivo, el cine está sujeto a innumerables condiciones. Lo que sucede con el proyecto de película sobre Kool Aid atraviesa toda la serie (aunque cada capítulo tiene una anécdota autocontenida) y muestra cómo las decisiones van más allá de egos o voluntades individuales. No importa cuánto dinero haya en una producción, siempre habrá condiciones.

Tal vez los que se muestran en The studio puedan verse como problemas de gente rica, o mas bien millonaria (es brillante el episodio en que se exprimen los sesos para lograr un elenco políticamente correcto), pero pueden tener algunos puntos de contacto con otras realidades.

A una escala menor, se puede comprobar que hay condicionantes a la creatividad y al idealismo. Un ejemplo uruguayo sería el de Pablo Stoll con su comedia de zombies El tema del verano, que no habrá tenido relación con marcas comerciales, pero debió sostener diez años de búsqueda de capitales para filmar. Y cuando lo hizo, había atravesado por tantas variables que el resultado final era distinto al de la idea inicial. Lo mismo le sucedió a otro uruguayo, Gustavo Hernández, con su película de terror Virus 32, que demoró menos en rodarse pero que por motivos económicos tuvo varios cambios desde su concepto original.

Siempre hay factores que afectan estos procesos. Lo hermoso del cine es cuando no se ven en pantalla. The studio presenta una catarata de condicionantes y piedras en el camino, de las que la primera es la idiosincrasia de quienes toman decisiones de producción a gran escala. La serie y sus actores aprovechan esto para crear una comedia arrolladora a la que exprimen hasta llegar a niveles delirantes en los últimos capítulos. Si en los discursos de agradecimientos de las galas de premiación se habla de amor por el cine como arte, aquí se ve cómo ese amor idealizado se diluye entre gente pretensiosa, inescrupulosa, torpe, vanidosa o frágil.

The studio. Foto: Difusión
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AppleTV se ha convertido en una plataforma asociada a producciones de calidad, casi como lo fue HBO hace veinte años. Produjeron la película de Napoleón, de Ridley Scott, así como también Los asesinos de la luna, de Scorsese. Han tomado decisiones más o menos arriesgadas, probablemente asociadas a parte de los perfiles de quienes usan productos de su marca. 

Así y todo, han trascendido fronteras en cuanto a espectadores con producciones tan populares como prestigiosas, como Severance (la gran favorita a los premios Emmy). The studio, también en carrera por los Emmy, se disfruta más si se pueden registrar todas las referencias y comentarios. Pero tiene la virtud de no dejar afuera a quien solo capte algunas de ellas. Basta con tener interés en mirar detrás de las cortinas de Hollywood y descubrir a un montón de figuras con ganas de reírse del mundillo con el que lidian para ejecutar sus trabajos. 

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