Las recientes decisiones del Banco Central de la República Argentina (BCRA) en materia cambiaria y de reservas marcan un punto de inflexión relevante dentro del proceso de normalización macroeconómica que el país intenta consolidar de cara a 2026. Tanto J.P. Morgan como Morgan Stanley coinciden en que las medidas anunciadas representan un ajuste largamente esperado, que apunta a reducir inconsistencias acumuladas entre inflación, tipo de cambio real y política monetaria, sin abandonar del todo un marco de control que las autoridades consideran necesario dadas las particularidades del mercado local.
El eje central de los anuncios es doble. Por un lado, la modificación del esquema de bandas cambiarias, que a partir de enero de 2026 comenzarán a ajustarse mensualmente en función de la inflación observada (con rezago). Por otro, la puesta en marcha de un programa preanunciado de acumulación de reservas, calibrado explícitamente en función de la demanda de dinero y de la liquidez efectiva del mercado de cambios. En conjunto, ambas decisiones buscan atacar uno de los principales cuellos de botella del programa económico: el riesgo de apreciación real del peso en un contexto de desinflación más rápida que el crawling del tipo de cambio.
Desde una perspectiva macroeconómica, el ajuste de las bandas por inflación introduce un cambio cualitativo relevante. Hasta ahora, la dinámica del régimen cambiario tendía a favorecer una apreciación real persistente, dado que la inflación mensual corría a un ritmo sensiblemente superior al desplazamiento de las bandas. Al indexarlas al IPC, el BCRA reduce ese sesgo y, al mismo tiempo, disminuye la probabilidad de verse forzado a vender reservas si el tipo de cambio spot se acerca al techo de la banda. No se trata de un abandono del esquema administrado, sino de una corrección pragmática que reconoce la inercia inflacionaria aún presente y la sensibilidad de los agentes económicos al riesgo cambiario.
El segundo pilar (el programa de acumulación de reservas) es igualmente significativo. J.P. Morgan subraya que el BCRA planea alinear la compra de divisas con el proceso de remonetización de la economía. En su escenario base, la base monetaria aumentaría desde niveles cercanos al 4,2% del PBI hasta alrededor de 4,8% hacia fines de 2026, lo que permitiría absorber compras de divisas del orden de US$ 10.000 millones sin necesidad de esterilización sostenida. En un escenario de mayor demanda de dinero, ese margen podría ampliarse incluso hasta US$ 17.000 millones.
El diseño operativo del programa revela, no obstante, una cautela explícita. Las compras diarias estarán inicialmente limitadas a un máximo del 5% del volumen promedio negociado en el mercado cambiario, con flexibilidad para adaptarse a episodios de menor liquidez e incluso realizar operaciones en bloque cuando sea necesario. Este punto no es menor: tanto J.P. Morgan como Morgan Stanley enfatizan que el mercado de cambios argentino sigue siendo relativamente poco profundo y volátil, por lo que una intervención rígida podría generar más distorsiones que beneficios.
Desde el punto de vista del programa con el FMI, estas medidas también cumplen una función política y estratégica. Si bien la meta de acumulación de reservas para fines de 2025 difícilmente se cumpla, el nuevo esquema mejora la narrativa de consistencia macroeconómica y aumenta las probabilidades de obtener waivers y de destrabar las revisiones pendientes. Morgan Stanley interpreta el giro como una señal de convergencia entre las demandas del Fondo y las restricciones domésticas, lo que podría facilitar una renegociación más fluida del programa durante el primer trimestre de 2026. @@FIGURE@@
En un plano más estructural, el énfasis en evitar la esterilización sistemática sugiere que el BCRA apuesta a que la estabilidad nominal se sostenga más por un aumento genuino de la demanda de pesos que por instrumentos cuasifiscales. Este enfoque, si bien coherente con un proceso de desinflación, no está exento de riesgos: un desvío en las expectativas o un shock externo que reactive la dolarización de portafolios podría obligar a un endurecimiento monetario más rápido de lo previsto.
En síntesis, los cambios anunciados no constituyen una ruptura radical con el régimen vigente, pero sí un ajuste fino que mejora la consistencia interna del programa económico. La combinación de mayor flexibilidad cambiaria, acumulación gradual de reservas y un sesgo monetario prudente apunta a construir un esquema menos frágil frente a shocks, aunque su éxito dependerá críticamente de la evolución de la inflación, la credibilidad del ancla fiscal y la capacidad del gobierno de sostener el proceso político que subyace a estas decisiones. Como señalan ambos bancos, el rumbo es el correcto: el desafío será, como tantas veces en Argentina, sostenerlo en el tiempo.