En Argentina, la puerta de entrada al mercado de capitales para menores de edad dejó de ser una rareza regulatoria y empieza a consolidarse como política pública. La Comisión Nacional de Valores habilitó nuevas herramientas para que los adolescentes puedan invertir en fondos de bonos y acciones, una ampliación que se suma a un proceso progresivo iniciado en 2019. Desde entonces, los menores pueden constituir plazos fijos; desde 2023, acceder a fondos money market; desde 2024, operar cauciones, bonos y acciones. En enero de este año se sumaron los fondos money market en dólares y, hace apenas una semana, los fondos de renta variable y renta fija.
La expansión del menú llega en un contexto en el que el sistema financiero ya incorporó a los adolescentes. Según Julieta Caminetsky, economista especializada en educación financiera y CEO de Lufindo, "los adolescentes vienen ampliando progresivamente su acceso a productos financieros desde 2019; hoy pueden operar prácticamente los mismos instrumentos que un adulto". Sin embargo, la profundidad del fenómeno es todavía limitada. Aunque se estima que existen 1,2 millones de jóvenes con cuentas de inversión, no hay datos públicos sobre su nivel real de actividad. Para ponerlo en perspectiva, BYMA registra 13 millones de cuentas comitentes abiertas, pero solo un millón opera al menos una vez por mes. Trasladado a los adolescentes, el porcentaje de menores que efectivamente invierte en bonos o acciones es, probablemente, marginal.

La pregunta de fondo para Caminetsky es otra: ¿a cuántos jóvenes alcanza realmente esta política?. Según el último informe de pobreza del INDEC, el 47,6% de los adolescentes de 12 a 17 años es pobre. "Sin hacer un juicio de valor, pensemos: ¿políticas públicas para qué, para quiénes y cómo? Si no es reducir la indigencia y la pobreza, que claramente es lo más urgente, ¿cuál es el fin último?", plantea. Para la economista, la ampliación de productos financieros no puede reemplazar a la formación: "Si se busca fomentar la industria a través de la ampliación del rango etario, antes de incluir considero que la prioridad es educar. Una UX friendly no es educar. Un blog no es educar. Un tutorial no es educar. Una charlita de una hora y media al año no es educar".
La distancia entre inclusión financiera y conocimiento también se refleja en datos recientes. Según un estudio de Junior Achievement y la Universidad Di Tella, mientras en 2022 el 41% de los adolescentes no tenía ningún instrumento financiero, en 2024 ese número cayó al 9%. Es decir, el 91% ya está dentro del sistema. Pero el ingreso no se tradujo en mejores prácticas: no mejoró el ahorro, ni la confianza, ni el nivel de conocimiento financiero.
La digitalización, a su vez, abrió un campo fértil para nuevos riesgos: estafas, apuestas en línea, impulsividad en la toma de decisiones y una capacidad limitada para evaluar información financiera. El efectivo sigue siendo el principal medio de pago para seis de cada diez adolescentes de nivel socioeconómico bajo, un grupo en el que el conocimiento financiero insuficiente escala al 45%, más del doble que en los sectores de mayor poder adquisitivo. "La mitad no pobre que podría llegar a ahorrar no fue incluida tras un proceso educativo. Sus padres tampoco tuvieron educación financiera", resume Caminetsky. "Es estadísticamente más probable que usen sus ahorros para apuestas deportivas que para invertir en acciones de YPF".

La paradoja también aparece en el informe "El valor de aprender", elaborado por Santander e IPSOS, con 20.000 encuestas en diez países, incluida la Argentina. El estudio revela que uno de cada tres jóvenes aprende sobre dinero en redes sociales, aun cuando el 86% reconoce no haber recibido educación financiera en la escuela y el 91% considera que debería impartirse desde el ámbito educativo y familiar.
La dependencia de las redes tiene un costo: siete de cada diez jóvenes fueron víctimas de intentos de estafas y casi uno de cada cuatro cayó efectivamente en un fraude. La brecha entre percepción y conocimiento también es significativa: aunque el 61% de los consultados afirma tener conocimientos financieros, solo el 27% respondió correctamente una pregunta básica sobre inflación. Aun así, la demanda existe: el 84% querría haber recibido educación financiera formal y siete de cada diez jóvenes dicen que quieren aprender a manejar mejor su dinero.
Para Caminetsky, la salida no es más oferta financiera, sino una pedagogía adecuada. "La educación es conjuntamente teórica y práctica, y debe ser complementaria a la inclusión. En Lufindo impulsamos la educación financiera como un proceso dinámico a través de juegos, orientado a poblaciones jóvenes y adultas de zonas urbanas y rurales". La emprendedora destaca que la educación basada en desafíos mejora el rendimiento un 90% frente a métodos tradicionales, con un impacto positivo en motivación, autoconfianza, ahorro e incluso score crediticio. Para las organizaciones, la ecuación es económica: el estrés financiero de sus empleados cuesta más de US$ 5.000 anuales por persona, mientras que los programas integrales de educación registran retornos superiores al 100%.

Desde el sector privado, las nuevas regulaciones son vistas como un paso necesario para ordenar lo que ya sucede por fuera del sistema. Ariel Manito, gerente general de Max Capital, destaca que "hace más de un año que están disponibles las cuentas para menores" y que, en los hechos, ya podían operar acciones, bonos y fondos, con la única restricción en los fondos comunes de inversión, donde solo accedían al segmento money market.
"Está muy bueno que incluyan otros fondos que son de acciones o de perspectiva de bonos, para que no estén tan expuestos a un activo particular. Incluso es más sano que compren un fondo común diversificado que elegir créditos puntuales", explica. Para Manito, la medida replica estándares de mercados más desarrollados, como Estados Unidos, donde los menores invierten hace décadas.
El ejecutivo subraya que los jóvenes tienen un activo que el mercado valora tanto como el capital: el tiempo. "Empezar a ahorrar a los 13 años con un objetivo de largo plazo cambia todo. Los llevamos a inversiones estables para evitar la tentación de encontrar el activo que me va a hacer ganar 10% en un día, porque ese camino suele terminar en pérdidas". En paralelo, remarca el rol del adulto responsable: en la apertura de cuenta interviene un tutor que debe acreditar su vínculo y acompañar el proceso.
Max Capital incorporó herramientas educativas desde su área de banca digital para guiar al menor y a su familia. "Mientras más se simplifica y habilitan estos circuitos, los chicos entran en un entorno cuidado y evitan lo que está por fuera de lo regulado, donde no hay normas ni protección. En redes hay tentaciones muy riesgosas. Celebramos la iniciativa del regulador porque amplía el espectro y asegura el acompañamiento profesional", afirma.

Manito advierte que también existe un riesgo en la lectura pública de la medida, especialmente cuando en redes se equipara inversión con apuestas. Su respuesta es tajante: ni los traders profesionales logran ganarle sistemáticamente al mercado comprando y vendiendo todo el tiempo. "Evitemos la tentación de entrar y salir creyendo que vamos a hacer una fortuna. La sugerencia es reservar la mayor parte del dinero para el largo plazo".
La nueva regulación intenta formalizar un comportamiento que, en muchos casos, ya existía sin supervisión. Según Manito, más que una demanda de los jóvenes, la presión vino de las familias: padres que buscan construir patrimonio para sus hijos y que, en muchos casos, piden acompañamiento profesional para que aprendan a invertir desde temprano. "Cuando el mundo era menos digital, un menor podía ser dueño de acciones simplemente teniendo el certificado físico. Cuando todo pasó al registro escritural, quedaron afuera. Está bien que la regulación vuelva a incluirlos".
La apertura del mercado para menores abre oportunidades, pero también expone una grieta estructural: la Argentina ya tiene adolescentes dentro del sistema financiero, pero no necesariamente formados para operar en él. Y mientras la regulación avanza y el mercado acompaña, el dato que atraviesa toda la discusión permanece: un país en el que casi la mitad de los adolescentes es pobre difícilmente pueda resolver su desafío financiero sin una política sólida de educación económica desde la infancia. El capital está, el tiempo también. Falta, todavía, el conocimiento.