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Una batalla tras otra. Foto: Difusión.
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Qué ver: Una batalla tras otra, o la farsa como forma de provocar

Matías Castro

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La nueva película de Paul Thomas Anderson ya es mencionada como posible favorita a los próximos Óscar. Inesperadamente, esta comedia de acción tiene algunos guiños a sucesos latinoamericanos mientras que dispara hacia partes de la cultura estadounidense.

3 Octubre de 2025 09.12

El inicio de Una batalla tras otra parece hablar sobre el presente. Muestra a un grupo subversivo que orquesta una redada contra un centro de detención de inmigrantes. Liberan a los detenidos y detienen a los militares. En el contexto actual de las políticas migratorias estadounidenses, parecería estar hablando de la administración Trump. 

Sin embargo, hay algo raro. Nadie usa teléfonos celulares y la operación se hace a cara descubierta, como si no hubiera cámaras de seguridad ni sistemas de reconocimiento facial automatizado. Esto pasa porque se trata del año 2009, cuando Trump todavía no aparecía como un candidato probable en la carrera presidencial. 

El motivo de fondo, es que es una farsa que no tiene un único blanco al que disparar o una agenda específica, aunque sí contiene muchas buenas ideas. 

Entre la comedia, los tiros y la política

El comienzo de la película es poderoso, explosivo, adrenalínico y pone las piezas sobre el tablero. De un lado están los subversivos Perfidia Beverly Hills (Teyana Taylor) y Pat Calhoun (Leonardo DiCaprio) y del otro el oficial militar Steven Lockjaw (Sean Penn). La partida es entre ellos y, luego, con un personaje más que aparece recién en el segundo acto.

Tras algunos sucesos en los que el grupo subversivo da golpes al sistema, la historia salta 16 años hasta el presente. Pat ya no es el mismo joven impulsivo que emprendía acciones arriesgadas, aunque tampoco está integrado al sistema. Su hija es una adolescente que se rebela a su manera, heredera del espíritu de su madre. 

Lockjaw (que se traduce como "mandíbula trabada", en un nombre muy adecuado al personaje) asciende en la escala militar y es convocado por un grupo de supremacistas blancos llamados Christmas Adventurers Club. Un nombre ridículo, por cierto, "El club de los aventureros de Navidad", si se piensa que se trata de un pequeño conjunto de hombres poderosos que, aparentemente, mueven resortes del poder bajo estrictos cánones de pureza racial.

Una batalla tras otra. Foto: Difusión.
Una batalla tras otra. Foto: Difusión.

Así entran los códigos de comedia. Más bien de farsa, un tipo de obra que suele ser breve y satírica. Una batalla tras otra es extensa, dura dos horas y media, pero es una buena sátira que apunta en muchas direcciones y que puede ser vista de varias maneras. 

El director y guionista Paul Thomas Anderson (Magnolia, Petróleo sangriento y otras siete películas más que lo convirtieron en uno de los realizadores más respetados de Hollywood) se basó muy remotamente en Vineland, novela del escritor de culto Thomas Pynchon, eterno candidato al Nóbel. Ya lo había adaptado con más fidelidad en Vicio propio (Inherent vice, 2009) una historia de crímenes con toques de comedia. 

En este caso, lleva la historia hacia su lado. Vineland se ambienta en los años 80 y tiene que ver con los tiempos de Ronald Reagan. Su trama, además, tiene unas cuantas diferencias y personajes distintos. 

Anderson politiza su historia, aunque lo hace de una manera tan adecuadamente vaga que es posible encontrar numerosas referencias y alusiones, pero no un disparo certero hacia un único punto, tema o sector de la sociedad. Es una construcción deliberada que tiene que ver con su farsa y el espíritu de comedia de acción que le impregna a una película cuya duración no se percibe por el ritmo con el que avanza. 

Hay reminiscencias a guerrillas o situaciones guerrilleras latinoamericanas. El grupo subversivo se llama Francés 75, que nos hace pensar en el revoltoso mayo francés de 1968. En cierto momento un personaje dice como parte de una reflexión que "la revolución no será televisada" y se hace inevitable remitirse al documental francés del mismo nombre, que trataba sobre el golpe de estado contra Hugo Chávez en 2002 (figura a la que Sean Penn apoyó en su tiempo). 

En otra parte, el personaje de DiCaprio está mirando la película La batalla de Argel, obra del director Gilo Pontecorvo que trata sobre la guerrilla que enfrentó al dominio francés en los años 50. Esta última película fue particularmente resistida en Francia, aunque muy bien recibida en Estados Unidos y Latinoamérica, donde resonó en relación al movimiento contra la guerra de Vietnam y ante las dictaduras.

La historia de un padre y su hija

Paul Thomas Anderson logra el tono justo. Evita romantizar sus temas o idealizarlos. Su guerrilla, que parece improbable en el Estados Unidos actual, está repleta de defectos. Sus villanos, en particular el coronel Lockjaw, se ven ridículos. Es posible pensar en la realidad sin sentir que el director nos está indicando qué conclusiones debemos sacar. 

En primer lugar, antes que un mensaje y entre medio de los tiros y las situaciones de comedia absurda, hay una historia que es la de un padre, una hija y los dos reveses que les dan vuelta sus vidas en dos momentos clave. Hay en eso un valor importante, porque lo cinematográfico, lo narrativo y lo actoral están por encima de todo sin opacar un contenido potente.

Una batalla tras otra. Foto: Difusión.
Una batalla tras otra. Foto: Difusión.

El director sabe dónde colocar sus piezas, según lo requiera la historia. Uno cree que se trata de una película sobre DiCaprio, pero en ese inicio potente la primera figura que aparece es la de Perfidia Beverly Hills, quien lidera el asalto mientras él la sigue, en parte impulsado por un subidón de adrenalina y rebeldía.

El personaje de DiCaprio no es para nada heroico, tiene unos cuantos defectos y termina por actuar en función de ella y luego de su hija. En ese proceso evoluciona, con mucha torpeza, mientras son las mujeres las que principalmente empuñan las armas y llevan la trama adelante junto al ridículo Lockjaw. 

En toda esa orquestación de personajes bien armados, en la manera en que se desencadenan situaciones, en las alusiones y referencias del guion y en muchas de las imágenes, está el material que conforma una película sustanciosa. 

Es probable que en el Estados Unidos de hoy, esta farsa de acción resuene mucho más que en el resto del mundo, porque para sus ciudadanos propone más reflexiones que para quienes vemos de lejos la realidad de ese país. Pero dada la inevitable presencia de la cultura estadounidense en nuestras vidas, no solo podemos disfrutar de Una batalla tras otra sino también extraer unos cuantos comentarios que vamos a sentir cercanos. 

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