La gastronomía está viviendo un momento particular de demanda pero también de crisis. En este contexto, las experiencias de entretenimiento (fun dining), y la estética y ambientación de las propuestas se vuelven aspectos cada vez más importantes en la hospitalidad, recursos tanto buscados por el consumidor como valiosos desde un punto de vista publicitario y comercial del negocio.
En esta línea, las últimas semanas acaparó la atención la re-apertura y re-diseño de la tradicional heladería Figlio (con sede en Buenos Aries y Tandil), con una obra descomunal que apostó al dramatismo italiano y generó ruido en las redes sociales, en una intervención que transformó el espacio en monumento, espacio comercial y fantasía a la vez.
Detrás de esta y otras intervenciones artístico-arquitectónicas recientes se encuentra Eugenia Foguel, artista y diseñadora, y la responsable del desarrollo conceptual de cero de la obra. Formada como diseñadora industrial en FADU-UBA, luego fue ampliando su caja de herramientas y capacitándose en distintas disciplinas dentro del diseño y las artes incluyendo escultura, escenografía, vestuario, hasta llegar al interiorismo, quizás lo que mejor define -aunque sea difícil de encapsular- lo que hace hoy en día.
Figlio será su proyecto más reciente y viralizado, pero antes de eso trabajó en numerosas exposiciones y realizó obras que le merecieron distinciones como la Beca de Creación del FNA en 2022 y el Premio Currículum Cero de la galería Ruth Benzacar, entre otros. A su vez, la gastronomía se fue haciendo presente cada vez más en sus trabajos, articulando propuestas en donde el lucimiento de los espacios, el imaginario y la inspiración en los elementos naturales fueron dejando su huella: sea que hablemos del concepto y diseño interior para un bar de 750 m2 inspirado en el imaginario de la luna (Omi, 2019) o para una experiencia gastronómica de ronda alrededor del fuego y el asado en Bakio, País Vasco.
Por su lado, el diseño de Figlio abarcó 400 m² cubiertos y 740 m² descubiertos, en un espacio que fusiona heladería, cafetería y chocolatería y que se asemeja más a una catedral que a un local comercial: incluyendo esculturas de 9 metros, molduras y capiteles construidos con "crema" de mármol, mesas con base de "cucuruchos" de madera maciza, "flores de cacao" de resina y "bombones" de cemento, una efigie híbrida de 7 metros y reversión de obras renombradas del arte grecorromano (El Coloso de Rodas), entre otros elementos expresivos.
Con respecto a dos de tus últimos proyectos, que además comparten el mismo grupo gastronómico detrás (Fuego y Figlio), ¿cuáles fueron las premisas de trabajo y cómo fué el desarrollo conceptual?
Antes de Fuego Argentino y Figlio había realizado dirección de arte para espacios gastronómicos, pero estos fueron los primeros proyectos de diseño integral: en ambos casos abarqué todas las áreas del proceso, desde el concepto más abstracto hasta la decisión más concreta del día de la apertura. Fuego Argentino es una parrilla de fuego al asador en Bakio, un pueblito costero del País Vasco, cerca de San Sebastián. La premisa era crear la atmósfera del asado argentino allá. Mi propuesta fue armar un fogón, que el espacio se distribuya en torno a una ronda, y en el centro, el fuego. Al mismo tiempo, quería que algo envuelva el salón, que la sensación de ronda sea concéntrica. Propuse trabajar con muchos metros tejidos en telar de lana retroiluminados, como si el espacio fuera un gran poncho escultórico prendido fuego. A partir de que se afianzaron los conceptos principales de Fuego Argentino, fui definiendo paletas de color, formas, materiales y texturas que iban a darle cuerpo de estas ideas. Acá comencé a investigar la inclusión de hilos de metal en el tejido del telar, para poder modelarlos y darles cuerpo. Allá hacía pruebas llevando los prototipos para montarlos con luces en el espacio. El proceso fue muy enriquecedor, tuvo sus momentos experimentales y las transitamos con mucho entusiasmo y la confianza de que, si seguíamos llevando las cosas más lejos, iba a pasar algo nuevo e interesante.
El acompañamiento va desde lo material a lo inmaterial de un proyecto. También grabaron un mini corto...
Sí, el proyecto encontró su broche de oro cuando propuse al director Felipe Sanguinetti para realizar el cortometraje de presentación. Viajé para acompañar la filmación y fue un cierre perfecto: poder dirigir la narrativa visual y la forma en que la obra que habíamos concebido iba a ser contada.
¿Esto hizo que te convocaran nuevamente para la heladería?
Todas esas decisiones —que pensé que podían resultar un poco radicales— tuvieron una gran recepción por parte del cliente. Ahí comenzó la sinergia y la complicidad con Juan Bertolín, con quien también desarrollamos el proyecto de Figlio, la heladería. Al terminar Fuego, que nos trajo muchas alegrías, Juan me pidió reformar la heladería. No estaba segura de cuán profundo quería ir. La heladería funcionaba muy bien, con una clientela fiel y amorosa. Comencé con dos propuestas generales, y una era trabajar la italianidad a fondo: el nombre de la marca, el legado de la familia fundadora, el helado italiano. Juan eligió ese camino. Empecé a investigar sobre arte italiano y recordé un viaje fugaz a Roma, las sensaciones que me quedaron. Pensé en el film La grande bellezza, de Paolo Sorrentino, una película que siempre sentí como una oda a ese país, donde la historia parece ser solo una excusa para mostrar su exuberancia. Me quedé con la imagen del póster: un hombre sentado en un banco, con una escultura tan grande detrás que no entra en el encuadre. Se la mostré a Juan, imaginando que me diría que era demasiado, y sorprendentemente respondió: "¿Una sola? Pongamos más". Ese comentario me potenció totalmente. Digo que ahí se montó la crema: algo que estaba en movimiento, de pronto cobró forma, volumen, pompa, magia.
¿Qué pensás que es lo que más le va a llamar la atención a la gente?
Lo que hace especial a este proyecto es que en cada lugar donde mires hay una idea: cada detalle, textura y gesto fueron pensados para construir una narrativa propia. Fue un proceso largo de investigación y selección, en el que desde el estudio coordinamos y reunimos a personas con la audacia y el amor por el diseño necesarios para llevar el proyecto hasta sus últimas consecuencias, cuidando cada etapa. Esa articulación de equipos y la consistencia estética fueron determinantes para que todo saliera como salió.
                    
        
El proyecto tuvo repercusión en redes. ¿Sentís que tus obras son instagrameables? ¿Es algo que tengas en cuenta cuando diseñás?
Me emociona ver cuando las personas hacen propio algo que empezó siendo una idea. Al pensar un proyecto, me gusta imaginar qué va a ver y sentir cada quien que habite el espacio: qué percibe desde la calle, al entrar, al pedir algo en el mostrador o al sentarse. Paso mucho tiempo recorriendo el lugar que estoy diseñando, probando perspectivas y sensaciones distintas. Primero está la experiencia real, la sensación. Luego, si las personas eligen registrarla o compartirla, me parece hermoso: lo vivo como una consecuencia natural, no como un fin en sí mismo.
¿Cómo articulás el trabajo artístico con las demandas y necesidades de un cliente y el negocio?
Una de las cosas que aprendí en estos años es que el diseño es, ante todo, una gran conversación: una que comienza con el encargo y se extiende hasta el último detalle de la experiencia y del espacio. Que un proyecto llegue a una buena forma tiene que ver precisamente con eso, con haber escuchado las necesidades y los deseos del otro, pero también con haber hecho propuestas desde el propio deseo y con la conciencia de qué es relevante hacer en este tiempo y en este contexto. Mi trabajo se apoya en esa doble condición: la de artista y diseñadora. Con el tiempo fui encontrando un modo de trabajo que me permite moverme entre ambos mundos —tener ideas con un trasfondo artístico y, a la vez, poder llevarlas a la realidad a través de procesos proyectuales y comerciales. En el interiorismo y el diseño de mobiliario trabajo con un equipo propio que diseña y dibuja, y en otras áreas —igual de fundamentales para que la experiencia sea total— asumo un rol de dirección, coordinando equipos que voy sumando según las necesidades de cada proyecto. Busco que todas las partes dialoguen entre sí, para que el resultado sea una obra coherente, viva y con cohesión estética y conceptual.
                    
        
¿Cómo conviven la maternidad, la creación y los negocios?
La maternidad me llevó más profundo y más directo hacia direcciones que hace años venía buscando. Me conectó de un modo más intenso con lo creativo: los momentos que compartía con Lila se volvieron un laboratorio de sensaciones. Cuando lograba experimentar o profundizar en algo que venía pensando, todo estallaba: eran lapsos breves, pero de una intensidad y una riqueza inesperadas. Con el tiempo también descubrí una nueva forma de moverme: más precisa, más concreta, más ninja. Disfruto mucho de hacerla parte de los proyectos. En el caso del restaurante del País Vasco, por ejemplo, hice varios viajes sola, pero hubo uno —a mitad del proceso— que implicaba quedarme varias semanas para agilizar la obra. En ese viaje decidí que era fundamental ir con ella. Siento que esas experiencias construyen una idea de mujer y de madre que considero profundamente formativa. Tanto la de tener una mamá que viaja y sostiene sus búsquedas y su desarrollo como la oportunidad de viajar y compartir ese proceso juntas.
¿Con qué proyectos te interesaría trabajar a futuro?
Me gustaría trabajar en proyectos de producción de obra a gran escala, me interesan tanto los ámbitos artísticos y culturales como el gastronómico, inspirados en la naturaleza y lo salvaje. La combinación de todo eso sería el sueño.