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El nuevo hotel Portella de Mallorca es un sueño de lujo discreto

Ann Abel

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Unos jóvenes hermanos españoles están mostrando el camino de la hospitalidad, creando un hotel que se parece más a un hogar secreto que a un espacio de moda.

17 Marzo de 2024 09.30

"La casa ya era maravillosa", dice Enrique Miró-Sans. Se refiere a la residencia del siglo XVII que su familia dedicó dos años a transformar en un hotel íntimo y agradable en el casco antiguo amurallado de Palma (Mallorca).

"La piedra y la carpintería ya eran maravillosas", prosigue el copropietario y director de Portella, que abrió sus puertas en la isla española hace unas semanas, el día de San Valentín, "sólo necesitábamos mejorarlas". Es una forma característicamente sobria de explicar el delicado y sutil enfoque de la arquitectura y la hostelería que se empleó en la realización del proyecto.

Portella - que toma su nombre de una de las puertas de entrada a la ciudad medieval amurallada - es el hermano pequeño del querido "hotel-hogar" barcelonés Casa Bonay. Ese proyecto era el hotel de sus sueños y el proyecto de MBA de la hermana de Enrique, Inés Miró-Sans, cuyo currículum incluye una etapa anterior en el Ace Hotel de Nueva York.

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Una habitación en Portella

De vuelta a su Barcelona natal, creó un pequeño pero sincero hotel que le valió el reconocimiento de las listas de los 100 mejores hoteles de Condé Nast Traveller y Monocle. Ese éxito es en parte lo que impulsó a Enrique a dejar el mundo de los negocios - había sido director comercial de una marca de cerveza española en Portugal - y a dirigir la sección de alimentos y bebidas de Casa Bonay antes de obtener su propio máster en gestión hotelera.

A pesar de toda esa formación en la escuela de negocios, nunca perdieron de vista lo que hace que un hotel se sienta como un hogar. Por eso, cuando la oportunidad de Portella apareció en su radar en 2017, hicieron caso a los arquitectos que habían perfeccionado los detalles de Casa Bonay y aprovecharon al máximo las nuevas posibilidades de Mallorca. Enrique se trasladó a la isla para dirigirlo.

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Arcos en el patio

Mientras que la mayor parte del turismo de Mallorca se centró en las playas y el campo -y sigue haciéndolo, como atestiguarán los próximos estrenos de Four Seasons y Mandarin Oriental -, Palma empezaba en ese momento a experimentar un renacimiento propio. Se convirtió en un destino urbano deseable, con un encantador casco histórico, una impresionante arquitectura de Gaudí y restaurantes de gran calidad.

La ciudad estaba preparada para recibir un hotel urbano discreto y sobrio. Y de hecho, Portella es una vuelta a los orígenes del edificio, que fue una especie de hostel en sus primeros tiempos. Más tarde, se convirtió en el hogar del pintor figurativo español Joaquin Torrents Lladó, contemporáneo del pintor y escultor Antoni Tàpies y del poeta Robert Graves. Lladó residió allí hasta su muerte en 1993.

El hotel fue diseñado por dentro y por fuera por el respetado estudio parisino Festen en colaboración con GRAS Reynés Architects, todo ello con el objetivo de crear un "hogar secreto más que un espacio de moda". Es un lugar donde la sencillez seduce, el antídoto contra el todo instagrammable de los viajes circa 2024 (bostezo).

Las 14 habitaciones y espacios públicos mantienen una fuerte fidelidad a los detalles históricos al tiempo que incorporan comodidades modernas. El rellano de la escalera donde pintó el artista está prácticamente intacto, lo que permite que la luz se filtre y moje el suelo de terracota patinada.

Las delicadas curvas de las barandas se presentan como algo perfectamente orgánico del lugar, pero está claro que se pensó seriamente en ellas. No hay nada superfluo, ni nada que brille o siquiera reluzca. Enrique Miró-Sans califica la estética de "lujo austero".

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El salón de Portella

Todas las habitaciones son grandes y están decoradas con detalles como bañeras exentas, muebles antiguos franceses y españoles, obras de arte cuidadosamente seleccionadas y cabeceros y mesas auxiliares hechos a medida por carpinteros locales. El equipo creativo buscó materiales nobles, ya fueran vintage o hechos a medida. Las hermosas lámparas de vidrio soplado fueron hechas a medida por la empresa familiar Gordiola, que cuenta con 400 años de tradición y experiencia.

Hay una atractiva interacción entre el espacio exterior y el interior. La terraza ofrece unas vistas impresionantes de los baños árabes, situados al lado, y de la enorme catedral que domina el perfil de la ciudad. En la planta baja, el patio - normalmente más un pozo de luz que un espacio habitable en las casas del sur de España - sirve de extensión estival del salón, con mesas de café dispuestas alrededor de la pileta decorativa.

Ese salón se utiliza realmente como tal. No hay mostrador de recepción, así que los huéspedes completan su papeleo en los sofás de época con una copa de cava. Durante el día, trabajan allí o leen, y quizá tomen un aperitivo o una comida ligera por la noche.

Sobre todo, es la sala de desayunos, y hace honor a ese tópico de la hostelería de sentirse como en casa de un amigo (si resulta que tu amigo tiene a mano setas y trufas negras para tortillas). La mesada está repleta de pan, queso, carne y fruta, mientras los cocineros preparan las partes calientes de la comida.

Se ofrece un desayuno completo, cocinado al momento, hasta la dichosa y esperada 1 de la tarde, y si tenés ganas de tomar un café o una copa de vino más tarde, también está disponible. Y no se firman cheques por este tipo de cosas (dentro de lo razonable, claro), en lo que Enrique Miró-Sans llama una "filosofía no transaccional". La sensación de hogar en esa maravillosa casa es completa.

*Con información de Forbes US

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