El proyecto energético de Nigeria, que demandó una inversión de US$ 3,2 millones, podría marcar un precedente para otros países con economías en desarrollo. La iniciativa se basa en minirredes solares, una alternativa que durante mucho tiempo fue descartada por las distribuidoras eléctricas por considerarla demasiado riesgosa para integrarla a sus redes. Sin embargo, eso empezó a cambiar desde que la Alianza Global de Energía para las Personas y el Planeta aportó capital inicial y asistencia técnica para asumir los riesgos en las primeras etapas.
El proyecto piloto, desarrollado por la empresa de redes solares Husk Power, respaldada por el United Capital Infrastructure Fund, logró buenos resultados. A partir de eso, los reguladores modificaron su estrategia y ahora obligan a las compañías eléctricas a incorporar una parte de su energía a partir de fuentes renovables.
Como respuesta, el Banco Mundial destinó US$ 127 millones para escalar esta política, además de US$ 50 millones adicionales para impulsar tecnologías de uso productivo, como bombas de riego y sistemas de refrigeración para productos perecederos. Lo que comenzó como una propuesta periférica hoy gana terreno en el sistema energético nigeriano y demuestra cómo intervenciones puntuales y bien implementadas pueden motorizar transformaciones de fondo.
La experiencia de Nigeria va más allá de una simple anécdota. Se convirtió en un modelo para África y el Sur Global. Intervenciones pequeñas y bien organizadas pueden destrabar el mercado, atraer financiamiento a gran escala y generar fuentes de trabajo, al mismo tiempo que ayudan a reducir las emisiones. En un continente donde, según estimaciones de Naciones Unidas en 2023, 600 millones de personas todavía no tienen acceso a la electricidad y se proyecta que la población joven crecerá en 138 millones en los próximos 25 años, el desafío es enorme. Con financiamiento que cubra los riesgos, políticas claras y participación de las comunidades, el acceso universal a la energía deja de ser una utopía para convertirse en una meta posible.
"Asumimos riesgos donde los mercados están estancados, integramos datos y experiencia técnica para demostrar qué funciona, y diseñamos con gobiernos y comunidades para que los proyectos piloto exitosos puedan escalar hacia la transformación de los sistemas", me dijo Tulika Narayan, directora de impacto de la Alianza Global de la Energía. "Nuestro trabajo en Nigeria demuestra cómo sumas relativamente modestas de capital pueden ser catalizadoras si se estructuran bien y se implementan en conjunto con socios de todos los ecosistemas", precisó.
Nigeria muestra el potencial de una estrategia basada en la colaboración. En todo el continente africano, la Alianza Global de la Energía ya comprometió US$ 4.200 millones en 49 proyectos que están en marcha o listos para comenzar. La meta es movilizar capital para probar la eficacia de los proyectos piloto y atraer nuevas inversiones.
Se espera que estas iniciativas mejoren el acceso a la electricidad para 31 millones de personas, generen 727.000 empleos y fuentes de ingreso, y eviten la emisión de 88 millones de toneladas de CO₂. Este trabajo se alinea con la Misión 300, una iniciativa conjunta del Grupo Banco Mundial y el Banco Africano de Desarrollo que busca conectar a 300 millones de africanos a la electricidad antes de 2030.
Aprovechar el capital a gran escala para transformar el sector energético africano
La cartera de proyectos en África refleja la filosofía central de la Alianza: combinar inversión inicial con conocimiento técnico, establecer resultados medibles desde el comienzo y alinear cada iniciativa con las prioridades de cada país. En Nigeria, por ejemplo, el financiamiento se complementó con asistencia directa a las empresas de servicios públicos para mostrar que las minirredes podían funcionar de forma rentable. Eso permitió que tanto los reguladores como los inversores privados entendieran que la energía renovable a pequeña escala puede integrarse sin problemas a los sistemas eléctricos nacionales.
Para África, lo que está en juego es enorme: 600 millones de personas en el África subsahariana todavía viven sin electricidad, la mayor concentración de pobreza energética del mundo. Si no se toman medidas urgentes, millones quedarán fuera de una economía que depende cada vez más de la energía, me explicó Carol Koech, vicepresidenta para África de la Alianza Global de la Energía.
Desde su lanzamiento en la COP26 de 2021, la Alianza Global de la Energía aportó US$ 503 millones en capital inicial, lo que permitió destrabar inversiones por US$ 7.800 millones en 137 proyectos en más de 30 países. Los resultados son contundentes: mejoraron el acceso a la energía para 91 millones de personas, crearon o respaldaron 3,1 millones de empleos y evitaron la emisión de 296 millones de toneladas de CO₂.
Aunque la cartera de África, valuada en US$ 4.200 millones, representa la mayor participación regional, la Alianza también tiene presencia en India, donde invirtió US$ 1.000 millones en 26 proyectos, que permitieron conectar a 49 millones de personas. Además, está activa en América Latina y el Caribe, con US$ 599 millones invertidos en 22 proyectos, que ya proveen energía a 7 millones de personas. En el Sudeste Asiático, destinó US$ 1.700 millones a 37 iniciativas, con las que logró suministrar electricidad a cerca de 4 millones de personas.
Los resultados demuestran que el método funciona. Pero lo más importante es que las iniciativas lideradas por los propios países dan mejores resultados, especialmente cuando están alineadas con sus políticas públicas y cuentan con aval regulatorio. Para que los proyectos cumplan sus metas, el financiamiento tiene que estar acompañado por asistencia técnica.
Cuando se ejecutan bien, las inversiones pueden multiplicarse. "Esto es posible porque cada dólar de nuestros 503 millones de dólares en capital inicial ha ayudado a desbloquear una inversión total quince veces mayor: 7.800 millones de dólares hasta la fecha", me explicó Woochong Um, director ejecutivo de la Alianza. "Y esto es solo el comienzo".
Por qué el escepticismo tiene sentido
No todas las iniciativas que prometen movilizar miles de millones de dólares logran cumplirlo. La financiación para el desarrollo está llena de proyectos piloto bien intencionados que nunca llegan a escalar. Incluso, algunas declaraciones de impacto confunden promesas con resultados concretos, y presentan los fondos comprometidos como si ya estuvieran generando efectos medibles. En muchos casos, los proyectos apenas están en etapa de planificación o en las primeras fases de implementación, por lo que los resultados informados son más aspiracionales que reales.
La cautela de los inversores tiene fundamentos. Los mercados emergentes suelen enfrentar incertidumbre regulatoria y política, balances débiles y fuertes oscilaciones monetarias.
Lo que distingue a Nigeria es que logró superar el umbral de credibilidad. Los US$ 3,2 millones de capital inicial se estructuraron de forma estratégica para reducir riesgos, incorporar asistencia técnica y establecer un esquema de abastecimiento alineado con la normativa vigente. Esa combinación llevó a la Comisión Reguladora de Electricidad de Nigeria a obligar a las empresas de servicios públicos a incorporar energías renovables en su matriz, lo que modificó la lógica del mercado. En apenas dos años, ingresaron US$ 177 millones en financiamiento adicional del Banco Mundial y otros socios al sector.
La secuencia aplicada por la Alianza —primero reducir el riesgo, luego demostrar y diseñar políticas antes de escalar— marca una diferencia clara frente a otras promesas que no pasaron de la teoría.
"Solo una quinta parte de la inversión energética mundial se destina a mercados emergentes y economías en desarrollo. Redireccionar incluso una fracción más podría impulsar conexiones más rápidas, economías locales más sólidas y un impulso real hacia una transición energética justa y el acceso universal a la energía", sostuvo Carol Koech, de la Alianza.
Muchas empresas ya identificaron esta oportunidad y están explorando distintas formas de introducir minirredes solares en el mercado nigeriano. Prado Power, por ejemplo, está desarrollando opciones en las localidades de Mbiabet Esieyere y Mbiabet Udouba. También hay compañías energéticas chinas que ya realizaron fuertes inversiones en proyectos similares en Argelia y Sudáfrica. Nigeria podría convertirse en el próximo polo de energía solar del continente.
Nigeria muestra cómo acciones pequeñas pero bien pensadas pueden transformar el marco regulatorio, atraer inversiones y vincular el acceso a la electricidad con la generación de ingresos para las personas. El impacto no se limita a aumentar la oferta de energía. También impulsa actividades como el riego, la refrigeración de productos perecederos y el funcionamiento de pequeñas empresas, lo que se traduce en beneficios económicos concretos y, al mismo tiempo, en ventajas para el clima.
Si este modelo funciona en Nigeria —el país con la mayor brecha de acceso a la energía del mundo— también puede aplicarse en otras economías en desarrollo y convertirse en una referencia para construir un futuro energético más justo, inclusivo y sustentable.
*Con información de Forbes US.