La rentabilidad de la economía social
Pablo Ordoñez fundó la empresa social CODE, con la que construye comunidades que generan trabajo para pequen?os productores, desempleados o subempleados.

Devoto es un pequeño pueblo enclavado en el este de la provincia de Córdoba, con 6.500 habitantes, en su mayoría descendientes italianos, que vivieron en la década del 70 observando cómo en el pueblo fracasaban obras que desde el municipio se intentaban llevar a cabo. 

En 1980, un grupo de vecinos agrupados firmaron un contrato para automatizar una central telefónica y, a los pocos días de la inauguración, con sobrantes económicos por la buena administración que lograron, crearon la cooperativa de Obras y Servicios Públicos para llevar al pueblo agua potable

Fue una muy buena oportunidad para que este mismo grupo de emprendedores propusiera la apertura del servicio de ayuda económica. Los comienzos fueron difíciles, especialmente por los avatares económicos del país, pero finalmente fue un éxito. 

También se hicieron cargo de la administración del club del pueblo, generando en él un gran crecimiento, tanto en la infraestructura como en los aspectos deportivos. Hoy en día siguen generando fuentes de trabajo, ampliando su capacidad, desarrollando proyectos; todo a partir de la innovación, la solidaridad, la autodeterminación y la convicción de estar en el camino indicado.

Entonces, ¿es posible un mundo con un mercado de impacto rentable? Este objetivo requiere un crecimiento sostenido de la economía y el hecho de garantizar la integración de los sectores más postergados de la sociedad, atravesados por condiciones de pobreza estructural y multidimensional. Es fundamental comprender la complejidad del entramado social, las características de los excluidos del sistema y la imprescindible asistencia. 

Los problemas complejos requieren soluciones complejas y sistémicas: hay una necesidad, y oportunidad, de integrar a diferentes trabajadores, en pos de un verdadero desarrollo inclusivo. 

El 42% de las personas en Argentina son pobres, representan el 31,6% de los hogares. Casi seis de cada diez niños. La tasa de desocupación es del 11%, casi se triplica en los grupos de mujeres y varones de entre 14 y 29 años. Con relación al tiempo de búsqueda de empleo, se evidencia que el 53,8% de las personas desocupadas lleva seis meses o más de búsqueda. La tasa de inactividad laboral en mayores de 18 años reúne al 40% de esa población, en su gran mayoría mujeres y jóvenes desalentados. 

Su ocupación solo es posible en actividades informales, no asalariadas o autónomas, precarias o inestables. Los efectos de la pandemia y la cuarentena en el empleo fueron elocuentes. Los mayores impactos cayeron sobre los trabajadores informales, autónomos y monotributistas, que representan más de 11 millones de la población económicamente activa. Por lo tanto, a partir de estas condiciones, los trabajadores y las trabajadoras de la economía popular generan su propio trabajo desarrollando prácticas asociadas a la supervivencia, con alta vulnerabilidad social, pero en permanente vinculación con el mercado y los territorios donde se dirimen las relaciones económicas “formales”.

Innovación social

El país y el mundo demandan un cambio urgente. Organizaciones como Ashoka, que promueve la cultura emprendedora y la innovación social desde hace más de 40 años, demuestra que ejercitar ciertas habilidades como la empatía, el trabajo en equipo de equipos, un nuevo liderazgo y la iniciativa emprendedora puede lograr configurar una sociedad y un mercado atentos a resolver los problemas sociales y ambientales actuales

Con casi 200 miembros de su red en América Latina trabajando en pos del desarrollo económico, la experiencia de Ashoka, pionera en identificar, apoyar y vincular emprendedores sociales, reveló que un factor clave en el surgimiento de innovaciones sociales fue la activa participación de la comunidad en la definición del problema que desean solucionar, en la identificación de posibles alternativas de solución y en su ejecución.

Para reconfigurarse y mejorar su situación, los trabajadores de la economía popular requieren conformar unidades productivas con potencial de acceder a mercados, inversión y asistencia técnica. Frente a ellos, surge la posibilidad de desarrollar experiencias de cooperación, solidaridad y autogestión colectiva: la economía social. 

El caso del Fellow de Ashoka Pablo Ordoñez ilustra lo dicho. A través de la empresa social que fundó, llamada CODE, construye comunidades que generan trabajo para pequen?os productores, desempleados o subempleados, a la vez que se satisfacen de forma conveniente las necesidades legítimas de los consumidores conscientes involucrados. Cada acción productiva se encuentra alineada con una demanda genuina de consumo, ejercida por empresas, instituciones estatales, redes de familias y pequeños negocios participantes del proceso de organización. 

El desarrollo de cadenas de valor, apuntalando el desarrollo local y la producción regional, es clave para generar empleo y divisas, y permitir el acceso a mercados globales. En la actualidad, la economía social genera 300.000 puestos de trabajo. Existen 8.000 cooperativas de trabajo vigentes que generan el 50% de esos puestos

Sin embargo, la cadena de valor no debe estar solo pensada por los actores sino por el producto y sus atributos. Quién lo produce o cómo lo produce. Esta nueva economía que integra el impacto social al negocio requiere recursos para su escala e impulso, que va a generar desarrollo social, y se configurará como una efectiva herramienta para erradicar la pobreza. Por supuesto que, frente al crecimiento y el desarrollo, algunos podrán insertarse en el mercado laboral formal, y otros podrán vincularse como proveedores. 

Es necesario integrar, analizar y gestionar todas las posibilidades. Así como también identificar que esos trabajos considerados poco rentables son los trabajos del futuro. 

Se necesita una mirada sistémica para abordar problemáticas sociales y ambientales. Para ello, hay que detectar mercados y apoyar a los emprendimientos para que lleguen a él. 

En otras palabras, fortalecer el sistema de comercialización y repensar el mercado para poder verlo como uno de inversión de impacto e inclusivo, conformado para lo que necesita el mundo actual. Es el mejor momento para hacerlo.