Arquitectura, gestión y tecnología: cómo el 30% de retrabajo y el 1% de inversión limitan la rentabilidad inmobiliaria
La arquitectura siempre refleja su época. A veces marca tendencia; otras, llega más tarde. Su desafío es distinto al de otras artes: crear espacios habitables y, al mismo tiempo, bellos. Tal vez por eso su evolución es más lenta, pero también más duradera.

Se dice que las grandes obras de arquitectura son las atemporales, esas que parecen ejecutadas hoy aunque fueron concebidas hace décadas. Los estilos cambian —de la monumentalidad clásica a la modernidad funcional—, pero el propósito permanece: crear belleza, algo mucho más profundo que un ornamento o una moda. En épocas de entreguerras, el movimiento moderno irrumpió con fuerza para dejar atrás la ornamentación excesiva, proponiendo una estética basada en la función y la pureza de las formas. Hoy, sin embargo, el ornamento ha mutado: ya no se materializa en molduras ni capiteles, sino en recursos digitales, en fachadas interactivas, en imágenes efímeras que circulan por redes sociales antes incluso de que el edificio esté terminado. Vivimos en un tiempo donde la arquitectura también se mide en velocidad y en visibilidad.

El arquitecto contemporáneo ya no está solo. Debe convivir con el real estate, asumir el liderazgo y combinar diseño, gestión y tecnología. El real estate, lejos de ser un antagonista, puede ser un aliado que potencie la arquitectura y genere proyectos más eficientes, coherentes y valiosos. Para lograrlo, se requiere una mirada integral: una que contemple desde la conceptualización hasta la operación, desde la sustentabilidad hasta la experiencia del usuario.

Los números lo demuestran. Hoy, aproximadamente el 30% del trabajo de las empresas constructoras corresponde a retrabajo: tareas que se rehacen por errores de coordinación, información incompleta o fallas de comunicación. Esta ineficiencia es costosa, no solo en términos económicos, sino también en desgaste humano y pérdida de valor.

El Construction Technology Report indica que el 83% de las compañías busca mejorar la precisión en la estimación de materiales, pero casi el 58% destina apenas el 1% de su presupuesto anual a tecnología. Una paradoja: se pretende optimizar resultados sin invertir en las herramientas que lo permiten.

El cambio es global. Según Deloitte Access Economics, el 61% de las empresas que aplican BIM (Building Information Modeling) reduce errores; el 55% mejora la comunicación, y el 82% obtiene un retorno de inversión positivo. La digitalización no es una moda: es una transformación estructural en la manera de concebir y ejecutar proyectos inmobiliarios.

Pero no se trata solo de tecnología. Se trata de redefinir la arquitectura como una práctica de control inteligente, capaz de anticipar, corregir y medir el impacto de cada decisión. Innovar con propósito significa construir con responsabilidad y transparencia, usando la información para diseñar mejor y crear espacios más sostenibles —económica, social y ambientalmente—.

La verdadera modernidad en la arquitectura no está en el uso de materiales novedosos o en la adopción de sistemas constructivos complejos, sino en la capacidad de integrar todos los factores que intervienen en un proyecto: la eficiencia energética, la gestión de recursos, la experiencia del usuario, el retorno de inversión y el legado urbano que deja cada obra. La belleza, en este sentido, también es eficiencia, también es coherencia.

Las premisas de trabajo de hoy pasan por controlar los procesos para hacerlos más eficientes y transparentes, incorporar la sustentabilidad como criterio de permanencia y entender que la rentabilidad no se mide solo en términos financieros, sino también en la capacidad de generar valor duradero.

El futuro del sector está marcado por la integración de herramientas que permitan predecir comportamientos, automatizar tareas repetitivas y reducir desperdicios. Tecnologías como la inteligencia artificial, los gemelos digitales o la realidad aumentada ya están transformando la forma en que diseñamos, construimos y gestionamos los activos inmobiliarios. Pero para que esa transformación sea real, hace falta algo más que software: hace falta una nueva mentalidad. Una que entienda que el diseño no termina cuando se entrega una obra, sino que continúa mientras ese edificio esté vivo, activo, generando impacto y experiencias.

La arquitectura enfrenta un nuevo desafío: construir en un mundo donde los recursos son finitos y las ciudades deben volverse más resilientes. Los desarrollos que no incorporen esta conciencia quedarán rezagados. La eficiencia energética, la reducción de la huella de carbono, el uso racional del agua, la movilidad sostenible y la flexibilidad de los espacios ya no son opcionales: son la base del nuevo paradigma. Y en ese contexto, la tecnología puede ser una aliada formidable.
 

 



(*) Federico Larroca Mendizábal, es socio y fundador de Grupo 1880 y Larroca Mendizábal Architects