El reciente artículo del Wall Street Journal sobre los intereses empresariales detrás de un posible acuerdo de paz en Ucrania generó revuelo a nivel mundial. Publicado el 28 de noviembre bajo el título "Gana dinero, no la guerra: El verdadero plan de Trump para la paz en Ucrania", y con el subtítulo "El Kremlin convenció a la Casa Blanca de que la paz se basa en los negocios. Para consternación de Europa, el presidente y su enviado se sumaron", el texto volvió a poner en el centro del debate la relación entre política exterior y negocios. Los titulares, como suele pasar, plantean un enfoque algo desviado —aunque no del todo— al sugerir que el problema central es Europa. Sin embargo, buena parte de la reacción provino de la propia interna estadounidense, donde también se desató una fuerte polémica. Esta columna siempre apuntó al análisis de la geopolítica global, y esta vez no será la excepción. De todos modos, vale una breve introducción al contexto para entender lo que está en juego.
El artículo, extenso y detallado, sostiene que, después de varios meses de reuniones reservadas entre altos funcionarios de Estados Unidos y Rusia, se cerró un acuerdo según el cual, a cambio de alcanzar la paz en Ucrania, empresas estadounidenses obtendrían derechos exclusivos sobre la energía, los recursos naturales y la minería de metales estratégicos en Rusia y el Ártico. También liderarían las inversiones en la reconstrucción de esa región y de Ucrania, con el objetivo de convertirse en "garantes comerciales de la paz". Los activos rusos que permanecen congelados en bancos europeos desempeñan un papel clave, ya que permiten financiar esas operaciones. El texto también menciona cuestiones políticas sensibles, como posibles conflictos de interés, el ingreso a Estados Unidos de ciudadanos rusos sancionados para participar de reuniones, y una serie de maniobras llevadas adelante con discreción en el extranjero a través de empresarios. Según el artículo, los servicios de inteligencia británicos y europeos habrían filtrado información confidencial sobre ese proceso.
El artículo también sostiene que esta propuesta coincide con la mirada del presidente Trump sobre el mundo: dejar atrás viejos odios por negocio. Como explicó este columnista hace unos meses en el Washington Examiner, en la nota titulada "La modesta propuesta de Trump sobre Gaza", la apuesta del presidente —y no solo en Gaza— es que la identidad se separe del origen étnico. Con el tiempo, cada persona tendría acciones en desarrollos inmobiliarios repartidos por el mundo. Sería más rica gracias a esas acciones que por controlar una tierra en particular. Trump ya llevó adelante esa lógica con buenos resultados en el acuerdo de paz entre Armenia y Azerbaiyán, al ofrecer oportunidades comerciales respaldadas por garantías de seguridad estadounidenses. El problema es que muchas veces las personas valoran más sus raíces y los paisajes que sienten como propios que cualquier ganancia económica. Y ahí está el nudo del conflicto: los ucranianos no aceptarán la idea de hacer negocios con un territorio que Rusia tomó por la fuerza.
Pero ese es solo uno de los obstáculos, aunque figura entre los más difíciles. Con todas las violaciones a los derechos humanos que se le atribuyen a Moscú —el secuestro de chicos, el hacinamiento de familias en departamentos, la ejecución de soldados, entre otras—, pedirles a los ucranianos que suelten el pasado, se enriquezcan y olviden resulta inverosímil. Más aún cuando siempre aspiraron a formar parte de Europa. Otro problema grave tiene que ver con cómo trazar las líneas de demarcación y definir el estatus legal de los territorios ocupados por Rusia. Moscú, con el tiempo, absorbió zonas ocupadas de forma temporal, como las regiones separatistas de Georgia, entre ellas Abjasia. Los ucranianos lo tienen claro. Por eso saben que estarían entregando tierras a cambio de plata a alguien a quien consideran un criminal de guerra sanguinario. Esa es una de las razones por las que apuestan con tanta fuerza a un futuro europeo: quieren dejar atrás una historia marcada por violaciones morales asociadas al legado del poder ruso.
Por sobre todo, no creen que Putin se detenga en las líneas de demarcación. La inversión estadounidense y las garantías de seguridad no les alcanzan. Occidente destinó fondos millonarios a la infraestructura energética postsoviética, y eso no impidió que el Kremlin llevara adelante agresiones fuera de sus fronteras. De hecho, ocurrió lo contrario: las petroleras y los bancos presionaron para frenar cualquier intento de sanción. Al final, la expansión lenta pero constante de las zonas ocupadas y el control que Moscú impuso en Ucrania no se verán frenados por promesas de seguridad de Estados Unidos. Putin sabe que tiene las inversiones como rehenes, y no al revés. Ninguna de sus acciones llevará a las grandes corporaciones extranjeras a resignar sus negocios millonarios. Y los ucranianos también lo saben.
Según el artículo del Wall Street Journal, el acuerdo estratégico deja afuera de manera explícita a Europa, y de forma implícita a China. Que Estados Unidos excluya al continente europeo de una negociación de este nivel no tiene casi antecedentes desde su fundación. Y en cuanto a China, se trata de un giro político de fondo si se lo compara con la jugada de Nixon, que en su momento logró abrir una brecha entre Moscú y Pekín.
Ese giro estratégico fue, en silencio, una de las ambiciones centrales de Putin durante años. Busca devolverle a Rusia el nivel de influencia que tuvo en su pico de poder durante la Guerra Fría. Su apuesta es aislar a Occidente de China para que Moscú pueda negociar con ambos por separado, sobre todo a través de espacios como la Organización de Cooperación de Shanghái. Ni Europa ni China van a aceptar esto sin reaccionar. Los europeos ya respondieron al filtrar el proyecto. Pero si quedan al margen de los movimientos de Putin, la Unión Europea no cuenta con la cohesión suficiente como para imponer un freno real a largo plazo. En cuanto a China, es poco probable que Rusia se oponga a una eventual ofensiva sobre Taiwán o el resto de Asia Oriental. Al contrario: celebraría cualquier confrontación directa entre Washington y Pekín.
*Con información de Forbes US.