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Liderazgo, decisión y escala de valores

Mauricio Vázquez Director de Mentor Público

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Hace más de 2.000 años, pensadores clásicos de la talla de Sócrates, Platón y Aristóteles afirmaban que la virtud no siempre podía enseñarse, sino que esta provenía de los buenos hábitos.

30 Septiembre de 2021 08.22

Quizá nunca como hoy nuestra productividad estuvo tan críticamente bajo análisis. Conforme la tecnología avanza y nos facilita el alcance de objetivos otrora impensados, también ronda sobre cada uno de nosotros una especie de exigencia implícita de estar, del mismo modo, a la altura de tales posibilidades.

Asimismo, los procesos productivos se complejizan, las dotaciones de personal se diversifican tanto geográfica como culturalmente, y los circuitos de decisión se transforman día a día dejando atrás aquella vetusta imagen piramidal para darle paso a algo más parecido a una obra de Pollock, un cuadro pleno de líneas entrecruzadas y difusas.

En este contexto, la esencia del liderazgo se ha transformado en un tema recurrente que interpela del mismo modo al mundo corporativo como al académico. Los anaqueles de las bibliotecas de todo el mundo se han poblado de cientos de volúmenes que, con el mismo vértigo con el que vivimos el resto de la realidad presente, se reemplazan unos a otros ofreciendo el elixir que nos transforme casi alquímicamente, de meros mortales en eximios tomadores de decisión. 

Y esto, en gran medida, porque se ha alcanzado la conciencia común de que son justamente esos instantes en los cuales los líderes ejercen su virtud esencial (la decisión), los que pueden resultar determinantes, más allá de la estructura tecnológica de apoyo y la calidad de los recursos humanos que integran las organizaciones.

"Sin buenas decisiones no hay éxito", podría ser, en resumen, el mantra que recitan los recruiters y head headhunters al momento de seleccionar o ascender a aquellos que habrán de liderar. Ahora bien, ¿desde dónde se construye una buena decisión? ¿Cuál es su origen?

La tentación inmediata nos lleva a responder el interrogante desde una posición epistémica o academicista. Mejor calidad de datos, mayor volumen de información y una educación de calidad parecen constituir una tríada suficientemente efectiva para garantizar que aquello que el líder decida será lo bueno y lo mejor para la organización. Sin embargo, sería sencillo refutar esta creencia con decenas de ejemplos históricos.

Aun así, el objetivo de este artículo no es ese sino invitar a pensar aún más allá, en una especie de extremo, y entonces preguntarnos: ¿Qué sucede cuando el líder enfrenta situaciones impensadas? En tal sentido, llamaremos emergentes a aquellos fenómenos que escapan a la cotidianidad de los contextos conocidos y se transforman en el sustrato común de las grandes crisis.

Los verdaderos emergentes suelen desafiar los paradigmas conocidos y, por tanto, poner en vilo la vigencia de lo aprendido. Ni los mejores MBA del mundo pueden dotar del conocimiento suficiente a un líder que enfrenta algo absolutamente disruptivo. Del mismo modo, difícilmente se pueda salir airoso en este tipo de situaciones solo por contar con datos e información. No porque tales no sean valiosos, sino porque las más de las veces, suelen ser inadecuados considerando la esencia de lo no previsto. ¿Y entonces qué le queda a ese pobre mortal que debe decidir?

Hace más de 2.000 años, pensadores clásicos de la talla de Sócrates, Platón y Aristóteles afirmaban que la virtud no siempre podía enseñarse, sino que esta provenía de los buenos hábitos. Una vida buena, en el sentido que aquellos atribuían a la expresión, hacía más por los líderes que las enseñanzas circunstanciales que provenían de sus históricos contendientes intelectuales: los sofistas. Estos hábitos virtuosos se transformaban necesariamente luego en una escala de valores; una especie de jerarquía mental implícita que servía de guía o incluso de refugio. No es casual, en tal sentido, que la Ética, una de las ciencias que junto con la economía y la política Aristóteles clasificó como prácticas, provenga del vocablo griego ethos, uno de cuyos significados es el de morada.

La Ética, en tal sentido, pasaría a ser ese refugio al cual acudir en última instancia cuando la realidad nos ha desbordado; una ciencia olvidada, que lejos de residir únicamente en los departamentos de Responsabilidad Social Empresaria, debiera comenzar a reconsiderarse como parte constitutiva de la formación de quienes llevarán sobre sus hombros la carga de liderar y, por ende, de decidir.

Sobre todo, en un mundo en el cual lo impensado, lo disruptivo y lo emergente es, quizá, lo único que del futuro se puede prever.
 

*Mauricio Vázquez es fundador de Mentor Público y experto en consultoría organizacional.
 

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