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12 lecciones de 120 días de cuarentena

Matías Loewy Forbes Staff

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Entre las curvas y el hastío, entre la epidemiología y la economía, entre los números y las emociones, la dinámica de los contagios también sirvió para ilustrar la dinámica y los límites de la ciencia.

19 Julio de 2020 17.21

Cuando escribí mi primera columna para Forbes sobre la pandemia, el 17 de marzo, acababa de regresar de un viaje frustrado a Europa y cumplía la cuarentena recomendada de 14 días en casa. En ese momento, escribí que las restricciones de viajes y cierres de fronteras se expandían incluso más que la pandemia. Pero ni eso pudo detenerla. Tres días después, todo el país entró en el aislamiento social, preventivo y obligatorio o ASPO que luego se prorrogaría ocho veces.  

Ciento veinte días más tarde, cuando el número de contagios y muertes por COVID-19 en el mundo se multiplicaron sesenta veces desde entonces y la mayoría de los países avanzan en distintas etapas de flexibilización, incluyendo Argentina, quizás sea bueno repasar doce lecciones o enseñanzas que hasta ahora ha dejado la pandemia. Es una lista incompleta, tentativa y personal, que abarca desde cuestiones vinculadas con los límites de la ciencia hasta la lógica de las medidas de salud pública y los desafíos de la cobertura periodística cuando el foco está cruzado por tantas variables y tensiones en pugna.  

  1. La ciencia siempre está abierta a revisar sus postulados. Quizás la mayor fortaleza y belleza de la ciencia es que sus postulados pueden ser revisados en función de la aparición de nueva evidencia. No hay dogmas inapelables ni verdades congeladas. Es lo que ha pasado con las recomendaciones cambiantes sobre el uso de barbijo; las discusiones sobre el real impacto de la transmisión desde personas sin síntomas; la contagiosidad de los niños; o los indicios sobre la utilidad de ciertos medicamentos, como hidroxicloroquina, que luego fueron rebatidos con estudios mejor diseñados. En sus charlas sobre COVID-19, el infectólogo Pedro Cahn advierte a veces: “Todo lo que diga aquí es válido hasta esta noche. Pero se publica tanto que quizás mañana tenga que cambiar algo”. 
  2. La ciencia no “dictamina”: orienta en función de una evidencia dinámica. Hace poco más de seis meses, nadie había escuchado del coronavirus SARS-CoV-2. No hay “expertos” en COVID-19 ni manuales que guíen la respuesta. La ciencia no dicta sentencias, aporta datos que pueden servir para la toma de decisiones informadas en un escenario dinámico y de aprendizaje constante. Cuando las autoridades dicen que se habrán de basar en la evidencia para adoptar medidas, deberán reconocer que es la mejor guía, pero que puede ser necesario recalcular el rumbo. Y, eventualmente, tomar en cuenta otros ingredientes para determinar políticas.     
  3. Las comparaciones pueden ser engañosas. Es natural cotejar la situación de un país con la de otros en la región o en el mundo para reafirmar los méritos de una política, o tomarlo como ejemplo de lo que habría que hacer o contraejemplo de lo que podría haber ocurrido. Hay datos que son incontrastables: en Brasil o Estados Unidos, los contagios se descontrolaron. Pero hay que tener cuidado en elegir una paleta de indicadores (no existe “el” parámetro único que mide el éxito) y también considerar variables confundidoras que pueden influir en las diferencias, como el porcentaje de población urbana, la magnitud de la economía informal, la fortaleza del sistema de salud o la fase de la epidemia. 
  4. Los modelos matemáticos no predicen el futuro. Los modelos o simulaciones computacionales no son “bolas de cristal”, sino versiones simplificadas de la realidad basadas en supuestos más o menos precisos. Y su mayor fortaleza consiste en comparar la evolución de escenarios alternativos en función de la adopción de distintas medidas. Incluso un pronóstico que podría considerarse “fallido”, como el modelo del Imperial College de Londres de marzo, que avizoró una cifra de muertes de 10 a 20 veces mayor al que luego se constató, sirvió como un llamado de atención que modificó decisiones de autoridades. “Todos los modelos están equivocados, pero algunos son útiles”, señaló en 1976 el famoso estadístico británico George Box. 
  5. Las estadísticas matizan la emoción a primera vista. Axel Kicillof señaló con tono sombrío que 6.000 chicos habían contraído COVID-19 en la Argentina, de los cuales fallecieron cinco.  Toda muerte es un drama. Y puede servir para ilustrar que nadie a priori está inmune. Pero esas cifras representan apenas el 5% y el 0,2% del total de contagios y decesos.  Como una lente que debe enfocar alternativamente en el árbol y en el bosque, la pandemia fuerza todo el tiempo a poner los datos en perspectiva.  
  6. El miedo puede ser funcional y disfuncional. El ministro de Salud de la Ciudad de Buenos Aires, Fernán Quirós, dijo en el FORBES HealthCare Week que lo peor que podían hacer las autoridades es transmitir miedo, porque la pelea o la huida son las peores respuestas ante una pandemia. Sin embargo, algunos estudios sugieren que el miedo puede ser “funcional” para mejorar la adhesión a las medidas de salud pública. “El miedo es una respuesta fisiológica de defensa que puede servir para guardarnos más. No hay que hacer un anatema del miedo", me dijo hace un mes el psiquiatra de INECO Marcelo Cetkovich.  
  7. Algunas medidas se adoptan más por su valor simbólico que por la evidencia. Nunca hubo estudios o experiencias que sugirieran que salir a correr solo al aire libre o permitir paseos diarios con niños fueran una vector de propagación de la pandemia. Pero se dispusieron esas medidas por su valor simbólico, como mensaje social, prescindiendo de sus beneficios físicos y emocionales. En el caso del running, el tono lo marcó la reacción indignada del presidente de la Fundación Cardiológica Argentina, una entidad que promueve hábitos de vida saludables. “No estoy de acuerdo con SALIR A CORRER”, tuiteó Jorge Tartaglione a comienzos de abril. “Peluquero, la persona que trabaja en tu casa? millones de puestos de trabajo parados. ¡¿Y podemos correr?! NO ENTIENDO”.  
  8. Tener buenos interrogantes es mejor que abrazarse a certezas falsas. Si la utopía sirve para seguir avanzando, como decía Eduardo Galeano, cada hallazgo de la ciencia dispara nuevas preguntas que la movilizan. ¿Cuál es el peso relativo de la transmisión de COVID-19 por aerosoles? ¿Puede haber protección sin anticuerpos? ¿Puede declinar la curva de contagios espontáneamente sin que se alcance la inmunidad de rebaño? ¿En qué medida tal o cual tratamiento disminuye la mortalidad? Mientras los científicos buscan obtener una respuesta, lo sensato es no aferrarse a verdades congeladas o juicios preexistentes que sean impermeables a la aparición de nueva evidencia.  
  9. Ningún estudio por sí solo cierra un debate. En un escenario tan dinámico y con tanta producción científica, prácticamente siempre se puede encontrar algún estudio o área de incertidumbre que avale la posición que intentamos defender. Los anglosajones lo llaman “cherry-picking”: seleccionar del árbol solo aquellas cerezas que nos gustan. Más que sustentar un argumento a partir de una o dos pinceladas, la posición honesta es dar cuenta de la pintura completa que la suma de evidencias está configurando. Y admitir que hay cosas que todavía se ignoran.   
  10. La cuarentena es un tratamiento con efectos adversos. Todos lo vimos: las cuarentenas o confinamientos tienen un impacto en la economía, en la salud mental, en el sedentarismo, en las muertes por otras enfermedades? Pero un oncólogo no deja de indicar quimioterapia por el temor a los vómitos o la caída del cabello. El punto central no es la necesidad o la pertinencia de la cuarentena en sí, sino cuánto puede extenderse y con qué grado de rigurosidad. John Ioannidis, un epidemiólogo de Stanford, Estados Unidos, dijo por estos días: “Veo los confinamientos como un fármaco con peligrosos efectos secundarios cuando su uso se prolonga. Es una medida extrema. Un último recurso. Y los países no deberían confinarse un minuto más de lo absolutamente necesario". Tampoco uno menos.  
  11. Cerrar un país siempre es más fácil que decidir el momento “seguro” de reabrirlo. En el peor momento de la curva, Argentina tuvo que avanzar como todos los otros países de la región en distintas fases de flexibilización. Y la mayoría de los epidemiólogos anticipan ciclos probables de reaperturas y cierres hasta que haya una vacuna. La Organización Panamericana de la Salud (OPS) no se opone a relajar la cuarentena y reabrir la economía, pero pide considerar y monitorear factores tales como la velocidad de transmisión, el número de testeos, el rastreo efectivo de contactos (para su aislamiento) y las camas disponibles de terapia intensiva. La responsabilidad individual pasa a ganar protagonismo.  
  12. El encuentro con la enfermedad o la muerte puede obturar otras dimensiones de análisis. Los números en un gráfico están bien, la presión de los comerciantes o de la industria se entienden, pero a la hora de la valoración global del riesgo de la pandemia y de la respuesta de las autoridades hay que estar atentos al modo en que influye en nuestra percepción la cercanía con la enfermedad o la muerte. En la última edición de “The New England Journal of Medicine”, Anna DeForest, una médica y escritora de Estados Unidos reconstruyó el “espectáculo de futilidad y miedo” del deceso de uno de sus pacientes por COVID-19, en una sala de cuidados críticos y sin ningún ser querido cerca. “No vale la pena pensar en el futuro (?). Estamos atendiendo un sufrimiento global e histórico y aprendiendo los límites del duelo que nuestros corazones pueden soportar”, señaló.  

     

     
     
     
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