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Pastalinda, 'fatto in casa': la historia de la empresa que fabrica máquinas de pastas y vive un 'boom' por la cuarentena

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Jonathan Romero es miembro de la cuarta generación de la familia fundadora de la marca. Cómo vive el crecimiento en plena pandemia.

15 Septiembre de 2020 08.20

La Pastalinda es un objeto de culto. Vivió su  década de oro  en  los años 70, y no hay argentino que no haya visto una: los adultos en la casa familiar y los más jóvenes en la casa de la abuela. Con los años, su nombre se convirtió en un genérico y no hay máquina de pasta que no sea Pastalinda. Pero poco se sabe de su historia: que ya lleva siete décadas, que continúa siendo una empresa familiar, 100% de industria nacional, y que se exporta a varios países del mundo. Desde hace algunos años, la Pastalinda se convirtió en “un objeto de deseo”, como le dice Jonathan Romero (33), presidente y bisnieto del fundador de la compañía. El punto de inflexión fue cuando las máquinas de colores -un revival de la versión original- aparecieron en el reality de cocina MasterChef. Fue un boom de ventas, el mismo que hoy vive en medio de la cuarentena. “Hay una tendencia muy fuerte por lo hecho en casa y por lo saludable que hizo que la pasta casera redoble su valor. Las nuevas generaciones se acercaron al producto, y con el aislamiento fue un boom total”, asegura. Incluso, el presidente Alberto Fernández confesó que él mismo hizo tallarines en la Pastalinda, cuando le respondió a un joven que le contó a través de las redes sociales que usó los $ 10.000 del IFE como inversión inicial para comenzar la producción de pasta, con una Pastalinda de 50 años. 

“La venta se triplicó y se dio un fenómeno particular: nosotros vendemos la máquina a $ 16.500, pero hay retailers que la tienen a $ 30.000 y hasta $ 60.000 por el incremento de la demanda”, cuenta. Históricamente, los bazares y retailers son el principal canal de comercialización. Pero, cuando empezó la cuarentena, mandaron el stock a los depósitos de MercadoLibre, para poder hacer envíos. “De un día para otro, vendimos el 100% de nuestra tienda online”, destaca Romero. Como la actividad de Pastalinda se enmarca dentro de las esenciales, pudieron mantener activa la producción. “No importa cuánto stock sumamos a   la web, se agota en cinco horas”, asegura. 

En el medio de la pandemia, invirtieron US$  500.000  para ampliar la producción y sumar empleados a su equipo de 70 personas. “El objetivo es superar el pico histórico de producción de Pastalinda y llegar a fabricar 450 máquinas por día”, confirma. 

En su Italia natal, Don Augusto Prot -bisabuelo de Romero- tenía una fábrica de máquinas lavadoras, embotelladoras, capsuladoras y etiquetadoras para importantes maras de bebidas italianas en Milán. De formación mecánica, hizo crecer a la compañía hasta que la crisis que sobrevino a la Segunda Guerra Mundial impactó en el negocio. En busca de nuevos rumbos llegó a la Argentina, en 1947, solo  y con más sueños que proyectos concretos. Se encontró con un predio en General Las Heras -que por aquel entonces tenía menos de 2.000 habitantes y era un pueblo dedicado al agro- y decidió instalarse allí junto a su mujer y sus hijas. Para comenzar, tuvo que traer de Italia algunas máquinas para producir piezas para terceros y maquinarias agrarias. También trajo consigo un generador, porque en aquellos años no había electricidad industrial. 

Como buen italiano, la pasta no podía faltar en su mesa,y también se propuso inventar una máquina que haga más fácil su elaboración. “El diseño de Pastalinda es propio de  mi bisabuelo. Es un invento argentino, de un italiano. El primer prototipo era de madera y  lo hizo a lima”, rememora el emprendedor. Y añade: “Quería hacer un producto indestructible y   lo hizo de fundición de aluminio, porque no negociaba la calidad”. 

Pastalinda se convirtió en un genérico, pero su nombre, que nació en el seno de la familia, también tiene su historia. Con el diseño ya listo, los Prot se preguntaban si ponerle su apellido o, simplemente, “máquina de pastas”. Pero fue cuando una de sus hijas dijo “Qué linda máquina de pastas, es una pasta linda” que la magia comenzó a gestarse. A partir de allí, se patentó   la marca y el diseño de la máquina, que se empezó a vender en bazares históricos y creció a través del boca en boca. 

Don Augusto construyó con sus propias manos ?y la ayuda de un albañil? los cimientos de que la que fue la fábrica de Pastalinda por más  de 50 años. Allí se elaboraban tres productos: una versión con rodillos de 12 cm, de 20 cm (que es el actual) y uno más grande para gastronómicos, que se llamaba Pastalinda Hotel. “Hoy hay restaurantes que la tienen y no la quieren cambiar, como La Parolaccia. Es un modelo que se fabricó hasta la década del 90”, cuenta Romero, que tiene en carpeta el proyecto de relanzar ese producto. “Va a ser el Rolls Royce de las máquinas de pastas”, asegura. 

En legado familiar

Don Augusto era un inventor por naturaleza. Fabricó un lavarropas y hasta quiso producir una motocicleta tipo Vespa. Pero diez años después de haber empezado Pastalinda, falleció y fue una de sus hijas, María Pía -tía abuela de Romero, que hoy tiene 88 años- y su marido, Rodolfo Grillitsch (95), quienes siguieron la tradición. “Ella trabajó en la fábrica desde los 14 años y manejaba las máquinas industriales. Hasta antes de la cuarentena venía a la planta cada vez que podía”, cuenta el joven discípulo. 

Fueron ellos los que lideraron la empresa en la época dorada. En los años 70 Pastalinda producía en promedio 200 máquinas por día, con picos de entre 350 y 400 unidades. “Teníamos toda la tecnología y estaba muy a la vanguardia”, cuenta Romero. A contracara, en los ochenta, se dejó de invertir y la tecnología ?que avanzó muy rápido? quedó obsoleta. 

Una década más tarde el panorama era muy distinto a lo que la empresa supo ser: sólo se hacían 50 máquinas por día. Ahí, la empresa se dividió: la producción de piezas en General Las Heras y el montaje en Buenos Aires. La demanda estaba, pero faltaba tomar una decisión de renovación. “Hacía falta una inversión muy grande y global, porque las máquinas nuevas no entraban en los galpones”, cuenta. 

El ingreso de Romero fue el puntapié para la renovación. Aunque hoy es el número uno de la compañía, se hizo su camino de a poco. Pasó de ser un mero visitante en la empresa a, con el paso de los años, interesarse en el negocio. 

“Fui aprendiendo sobre el proceso de armado, estuve un tiempo yendo y viniendo a General Las Heras para conocer de primera mano la producción de piezas”, cuenta Romero. Allí conoció  al primer operario que contrató su bisabuelo, y que se jubiló casi a los 80 años, en 2014. “Quería darle una nueva vida a la empresa y cumplir con una demanda insatisfecha que había en el mercado”, asegura.  Y  añade:  “Tenía  que  convencer a mis tíos abuelos de que las inversiones iban a servir”. Según sus cálculos, había una demanda insatisfecha y podía vender dos veces más. 

El proceso se encaró finalmente en 2015, cuando decidieron invertir unos US$ 6 millones e instalaron una nueva fábrica en La Paternal, dejando atrás sus días en General Las Heras. A lo largo de los más de 70 años de historia, pasaron muchas cosas. Incluso contrataron una empresa de ingeniería para encarar renovaciones en la máquina. “Nos dijeron que el problema básico de la máquina era que la Pastalinda puede durar 30 años, y eso es un inconveniente porque la gente no va a renovarla. 'Hay que abaratar la máquina para que salga un tercio y la vendan más cara, y cada dos años haya que comprar otra'. Dijimos a todo que sí e hicimos todo lo contrario”, rememora.

“Cuando, en pleno 2015, yo decía que quería invertir para seguir produciendo el 100% del producto en la Argentina, me trataron de loco. Todos me sugerían traer las piezas de China y ensamblar”, recuerda. Pero el entusiasmo de su juventud pudo más y convenció a la familia. 

En la década del 70, producía en promedio 200 máquinas por día. Durante la cuarentena invirtieron US$ 500.000 para llegar a producir 450 máquinas diarias. 

Hoy fabrica la máquina, la raviolera y otros accesorios como el seca pasta, ruedas de corte, sellos y moldes de ravioles y sorrentinos. Además, el año pasado, inauguró un local en Palermo Soho, que funciona como showroom y museo de máquinas antiguas, y en el  que tiene previsto dar clases de cocina. Por otro lado, la franquicia no es un modelo de negocios que descarte. ¿Su sueño? Tener un restaurante de pastas con la marca. “Es un desafío, porque tenemos que vender las mejores pastas del mundo”, dice. 

La apuesta más fuerte en los planes de Romero es la exportación. Hoy, se venden en Uruguay, Chile y Perú, y este año, durante la cuarentena, llegaron a Paraguay y Canadá. “Apuntamos a Brasil y Estados Unidos. Estamos en conversaciones con distribuidores”, se entusiasma. “La Pastalinda no tiene competencia en el mundo y es líder en Argentina y en el globo”, destaca. 

Para Romero, la fábrica es algo más que un negocio. Y, aunque su madre no participó activamente en la empresa, es su herencia familiar a pesar del salto generacional. Para las decisiones importantes, siempre se apoya en sus tíos abuelos, en su expertise. “Voy a vender Pastalinda  hasta que el mundo me grite que no quiere más”. Y añade: “Pastalinda soportó todos los vaivenes de la Argentina. Con el mismo producto en su esencia, atravesó todas las crisis, y hoy estamos pensando en venderla a todo el mundo”, se entusiasma el emprendedor.

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