Suscribite
    ¡Hola!
    Cuenta
Forbes Argentina
Musica, artistas, recitales
Negocios

Los millones detrás de los derechos de autor: el nuevo negocio de Suno y Udio

Madeline Berg

Share

Las principales discográficas firmaron acuerdos con las plataformas de IA que usaron canciones protegidas sin permiso para entrenar sus modelos. Ahora, una oportunidad aparece para estas empresas.

18 Diciembre de 2025 17.40

En junio de 2024, los generadores de música con inteligencia artificial Suno y Udio enfrentaron una demanda por infracción de derechos de autor en un tribunal federal. Las impulsaron las tres principales discográficas. Más de un año después, hubo acuerdos parciales: Universal Music Group firmó con Udio en octubre de 2025. En noviembre, Warner Music Group hizo lo mismo con Udio y también con Suno. Sony Music Entertainment sigue en juicio con ambas compañías, y Universal mantiene su demanda contra Suno.

Pero llamarlos "acuerdos" no alcanza para describir lo que está pasando. Lo que muestran es un modelo de negocio inquietante: primero se usa material protegido por derechos de autor sin permiso, después se enfrenta el juicio solo de quienes tienen recursos para llevar el caso a la Justicia, y más tarde se consigue legitimidad a través de licencias selectivas. Mientras tanto, las obras de miles de creadores quedan en los datos de entrenamiento, sin reconocimiento ni compensación.

La cronología de la infracción

Suno y Udio operaron durante cerca de dos años entrenando sus modelos de inteligencia artificial con catálogos masivos de canciones protegidas por derechos de autor, sin contar con acuerdos de licencia. En ese tiempo, desarrollaron tecnología sofisticada, sumaron millones de usuarios y, en el caso de Suno, alcanzaron una valoración de US$ 2.450 millones tras una ronda de financiación anunciada en noviembre de 2025.

Las demandas impulsadas por las grandes discográficas sostienen que ambas plataformas usaron grabaciones protegidas sin autorización. Los usuarios podían pedir a estos sistemas que generaran canciones "al estilo de" determinados artistas, con firmas sonoras imposibles de replicar sin haber entrenado antes con las grabaciones originales.

Para evitar un juicio prolongado, Udio cerró acuerdos con dos de las tres grandes discográficas, y Suno hizo lo mismo con Warner. Sin embargo, esos convenios solo atienden los intereses de las compañías que tuvieron recursos suficientes para llevar el caso a los tribunales.

Un sistema de dos niveles

Los acuerdos de licencia abren una brecha clara. Los artistas que firmaron con las discográficas que sellaron pactos tienen cierta protección y la posibilidad de cobrar una compensación. Aun así, cada uno debe aceptar de forma individual que su obra se utilice para entrenar inteligencia artificial. Los artistas independientes no tienen esa opción.

La música de estos artistas sigue en los conjuntos de datos que se usaron para entrenar los modelos. No reciben compensación. No tienen manera de suscribirse ni de rechazar ese uso. Ni siquiera se los reconoce como parte de la base que hizo posibles estas plataformas millonarias.

No se trata de un descuido, sino de la lógica con la que se diseñaron los acuerdos. Las grandes discográficas contaban con poder legal y peso financiero para presionar y forzar negociaciones. En cambio, los artistas y sellos independientes —que representaban el 46,7 % del mercado global de música grabada en términos de propiedad, según datos de 2023 de MIDiA Research— crecen más rápido que las grandes, pero no tienen recursos individuales ni herramientas colectivas para exigir un trato equivalente.

Así, se impone un sistema en el que la protección del derecho de autor no depende de la ley, sino del poder para hacerla cumplir.

Si el conjunto de datos con el que se entrenó el modelo de Suno incluyera aunque sea una parte de la música creada por artistas independientes en las últimas dos décadas, estaríamos hablando de decenas de miles de creadores que aportaron a una empresa valorada en US$ 2.450 millones y no recibirán ni un centavo.

La guitarra azul Mustang Fender de 1969 utilizada en el video musical de nirvana de 1991
Para evitar un juicio prolongado, Udio cerró acuerdos con dos de las tres grandes discográficas, y Suno hizo lo mismo con Warner. 

Los artistas independientes ya tomaron nota. En junio de 2025, el artista de country Tony Justice y su sello, 5th Wheel Records, presentaron demandas colectivas contra ambas compañías. Lo hicieron en representación de todos los artistas, compositores y productores independientes cuyas obras estuvieron disponibles en plataformas de streaming desde enero de 2021. En su demanda, Justice afirmó: “En lugar de simplemente licenciar estas canciones con derechos de autor, como lo hace cualquier otra empresa tecnológica, Suno/Udio optó por robarlas”.

El precedente que vale la pena mirar

Lo más preocupante de estos acuerdos parciales es el mensaje que dejan a otras empresas de inteligencia artificial: violar derechos de autor puede ser una estrategia comercial viable, siempre que solo haya que responder ante quienes tienen recursos para iniciar una demanda.

El cálculo es simple. Creás tu producto con material protegido por derechos de autor, sin pedir permiso. Crecés rápido, mientras otros competidores, que intentan conseguir licencias legales, enfrentan mayores costos y trabas.

Si el crecimiento es lo suficientemente grande, en algún momento aparecerán empresas con espalda para llevar el caso a la Justicia. Entonces, negociás desde una posición de poder: tu tecnología ya está en funcionamiento, tus usuarios dependen de ella y desmontar todo sería demasiado caro.

El peor escenario ya no es una indemnización por daños ni una orden judicial que frene tu negocio, sino un acuerdo de licencia en el que terminás pagando algo. Mucho menos de lo que habría costado hacerlo legal desde el inicio, y solo a las grandes empresas que pueden forzarte a negociar. Así, el negocio sigue, ahora con un barniz de legitimidad.

Meet Udio — the most realistic AI music creation tool I've ever tried |  Tom's Guide
En junio de 2024, los generadores de música con inteligencia artificial Suno y Udio enfrentaron una demanda por infracción de derechos de autor en un tribunal federal

Tanto Suno como Udio ahora pueden mostrarse como plataformas con licencias responsables, gracias a los acuerdos que firmaron con grandes discográficas. Usan esos convenios como prueba de legitimidad. Así, la narrativa cambia: ya no se trata de "robaron contenido para crear esto", sino de "son socios innovadores en el futuro de la música".

Pero el robo no se corrigió. Solo se licenció de manera selectiva y a posteriori, y únicamente frente a quienes tienen el poder de exigirlo.

El problema de la transparencia

Los términos del acuerdo revelan, sobre todo, lo que no revelan. Los detalles financieros siguen bajo llave. Lo mismo ocurre con las estructuras de compensación. Y todavía no queda claro cómo funcionarán, en la práctica, los mecanismos de adhesión voluntaria.

Quienes defienden a los artistas vienen reclamando respuestas. La Coalición de Artistas Musicales, fundada por Irving Azoff, publicó un comunicado apenas se anunció el primer acuerdo. Exigió "consentimiento, compensación y claridad". Planteó preguntas concretas que, en gran medida, siguen sin respuesta: ¿se pagó el dinero del acuerdo?, ¿cómo se distribuirá entre los artistas?, ¿se aplicará a los saldos antiguos no recuperados?, ¿qué porcentaje de los ingresos se destina a los artistas frente a lo que reciben las discográficas y las empresas de inteligencia artificial?, ¿cómo controlan los artistas los usos que autorizan?

"Ya hemos visto esto antes: todo el mundo habla de 'colaboración', pero los artistas acaban marginados con sobras", declaró Azoff. "Los artistas deben tener control creativo, una remuneración justa y claridad sobre los acuerdos que se cierran en función de sus catálogos".

La coalición Music Creators North America también se hizo eco de estas preocupaciones. Cuestionó el secretismo que rodea los acuerdos y sostuvo que "los litigantes y sus partidarios aparentemente creen que, dado que el acuerdo supuestamente requerirá el consentimiento expreso de los creadores... la transparencia total en la actualidad sigue siendo innecesaria. Discrepamos totalmente".

Irving Azoff - IndustriaMusical.com
La Coalición de Artistas Musicales, fundada por Irving Azoff, publicó un comunicado apenas se anunció el primer acuerdo.

Esta falta de transparencia no es un descuido. Beneficia tanto a las plataformas como a los sellos discográficos. Si los artistas independientes no saben cuánto cobraron los grandes sellos, no tienen un parámetro para negociar. Y si no entienden cómo funcionan los mecanismos de atribución y compensación, no pueden exigir rendición de cuentas.

Todavía quedan sin resolver tres cuestiones clave: consentimiento, remuneración y atribución. Además, los acuerdos mezclan dos temas distintos. Por un lado, el entrenamiento de los modelos de inteligencia artificial, que usaron obras protegidas por derechos de autor sin autorización. Por otro, los acuerdos individuales para licencias futuras. Incluso si un artista elige habilitar el uso de su obra de acá en adelante, eso no legitima el uso anterior sin permiso. La extracción de valor ya ocurrió, los modelos ya se entrenaron, y la mayoría de los creadores nunca cobrará por esa contribución inicial.

Lo que se pierde

El debate sobre la inteligencia artificial y la creatividad suele girar en torno a si la IA puede hacer buena música. Pero esa no es la pregunta central. El problema no pasa por la calidad ni por la eficiencia, sino por una confusión más profunda sobre qué es, en verdad, la creatividad.

La creatividad no es difícil porque las herramientas sean complicadas. Lo es porque entender lo suficiente sobre la realidad como para detectar algo significativo y luego armar una expresión coherente a partir de eso, requiere tiempo, esfuerzo y dedicación. Generar en segundos un sinfín de combinaciones no aporta demasiado.

Ahí es donde aparece la desconexión. Los multimillonarios y fondos de inversión que están detrás de estas plataformas solo saben medir el éxito en términos de producción y ganancias. Más canciones por hora. Más contenido por dólar. Pero la creatividad no es un resultado; es un proceso. El valor no está solo en tener una canción terminada, sino en todo lo que implica hacerla: las habilidades que se desarrollan, el conocimiento que se incorpora.

israel-palacio-y20jj_ddy9m-unsplash
El problema no pasa por la calidad ni por la eficiencia, sino por una confusión más profunda sobre qué es, en verdad, la creatividad

Los guardianes cambiaron. La oligarquía de la inteligencia artificial cobra una suscripción no solo por una herramienta, sino por un acceso mensual a la "creatividad", contenida en una caja negra entrenada con el trabajo de otros. Esto no es una democratización, sino otra forma de control.

Cuando una empresa de IA entrena su modelo con miles de canciones, cada una representa horas de trabajo creativo. Músicos que invirtieron tiempo en escribir, practicar, grabar y pulir su obra. Ese trabajo generó valor. Las empresas de IA lo capturaron. Algunos acuerdos permiten que ciertos creadores —los que firman con grandes discográficas— accedan a una posible compensación futura. Pero la mayoría no verá un centavo.

Mucho está cambiando, y muy rápido. Pero hay algo que no deberíamos perder de vista: es urgente proteger a las nuevas generaciones de la idea de que la búsqueda diaria, frustrante y constante de la excelencia no vale nada. Sí vale. Ahí es donde sucede el crecimiento, donde nace la creatividad real, donde aparece el sentido.

El camino a seguir

El público no tiene dudas sobre qué es justo. En la reciente consulta del gobierno del Reino Unido sobre inteligencia artificial y derechos de autor, el 95% de los encuestados sostuvo que las empresas de IA deberían pagar licencias por los datos que usan para entrenar sus sistemas. Solo un 3% apoyó la idea de que tuvieran acceso gratuito a obras protegidas. Sin embargo, la ministra de Tecnología, Liz Kendall, dijo que no había un consenso claro. Esa distancia entre la opinión pública y las políticas deja en evidencia qué intereses se priorizan. Y no son los de los creadores, sino los de las empresas de IA y sus inversores.

Esto no quiere decir que las herramientas de inteligencia artificial no puedan tener un lugar legítimo en la creación musical. Pero para que lo tengan, es necesario que se pague una licencia adecuada desde el principio, que haya una compensación justa para todos los creadores cuyos trabajos se utilicen (no solo para quienes trabajan con grandes discográficas), que se garantice transparencia sobre los datos de entrenamiento y las condiciones de pago, y, sobre todo, que se reconozca la autoría de quienes hicieron posible esas obras.

Algunas compañías están desarrollando modelos más éticos. Neutune, por ejemplo, un laboratorio surcoreano de investigación en IA, trabaja en sistemas de atribución que permitan rastrear y reconocer a los creadores cuya obra influye en la música generada con inteligencia artificial. Como señaló Jongpil Lee, director ejecutivo de Neutune: "La atribución no es opcional, es fundamental. Cuando la IA genera música, los creadores humanos cuyo trabajo inspiró esa producción deben ser reconocidos y compensados. Estamos construyendo la infraestructura técnica para que esto sea posible, ya que sin sistemas de atribución, una compensación justa para los creadores sigue siendo imposible, independientemente de los acuerdos de licencia que se firmen".

La atribución no se trata solo de dar crédito. Se trata de construir una infraestructura técnica que permita una compensación justa. Sin sistemas que rastreen qué trabajos de los creadores influyen en los resultados de la inteligencia artificial, distribuir ingresos de manera significativa se vuelve imposible, incluso si las empresas quisieran hacerlo.

Musica
En la reciente consulta del gobierno del Reino Unido sobre inteligencia artificial y derechos de autor, el 95% de los encuestados sostuvo que las empresas de IA deberían pagar licencias por los datos que usan para entrenar sus sistemas

Lo que existe hoy, en cambio, es un sistema que premia a quienes se adelantan y se mueven rápido, y que solo repara los daños cuando se ve obligado a hacerlo por quienes tienen recursos legales suficientes. Es un modelo de negocio que considera la infracción de derechos de autor como un riesgo calculado, con costos asumibles: o nadie con suficiente poder te lleva a juicio, o llegás a un acuerdo con las grandes discográficas y ganás legitimidad, mientras mantenés el trabajo del resto, que no puede reclamar.

Mientras este mecanismo no tenga consecuencias reales —más allá de los acuerdos que puedan cerrar las discográficas más poderosas—, ¿por qué una empresa de IA decidiría licenciar de manera adecuada desde el principio? El modelo actual resulta más rentable: operar sin permiso, crecer, aumentar la valoración de mercado y negociar desde una posición de fuerza solo con aquellos que pueden obligarla a hacerlo.

Los artistas independientes, cuyos trabajos nutren los conjuntos de datos con los que se entrenan los modelos de inteligencia artificial, no accederán a acuerdos de licencia. No van a recibir compensación por el valor que ya aportaron. Ni siquiera obtendrán reconocimiento. Tal vez las demandas colectivas ofrezcan alguna respuesta más adelante, pero los procesos judiciales son lentos y costosos, y las empresas de IA ya alcanzaron valoraciones millonarias.

Lo único que les queda es ver cómo compañías construidas sobre obras que usaron sin permiso anuncian alianzas con grandes discográficas y celebran su supuesta innovación, respaldadas por valoraciones de miles de millones de dólares, pese a no haber pagado nunca por ese trabajo.

Pero eso no es disrupción ni innovación. Es robo con un plan de negocios. Y los acuerdos parciales con quienes tenían el poder de exigirlos no cambian esa verdad elemental.

Con información de Forbes US.

10