El nuevo tablero de negocios donde la productividad será la única moneda de cambio.
El “costo argentino” sigue siendo una barrera estructural. Aunque las reformas laboral y tributaria comenzaron a moverse, su impacto será lento.

Juan Pablo Ronderos Socio de Economía y Mercados de MAP

Argentina se encuentra en un punto de inflexión. Aunque la incertidumbre todavía domina el día a día, empiezan a perfilarse los contornos de un nuevo marco de negocios que podría representar el cambio estructural más profundo en dos décadas. Los pilares de este reordenamiento -estabilización macro, inicio de una baja del costo argentino y apertura de mercados- ya están sobre la mesa y marcan el rumbo de lo que podría consolidarse a partir de 2026.

El resultado electoral abrió una ventana de oportunidad que el gobierno tiene incentivos a aprovechar. Leconomía necesita financiamiento externo por alrededor de US$ 50.000 millones para que el programa macro sea sostenible y el PIB pueda retomar un sendero de crecimiento del 3%/4% anual. a La clave inmediata reside en rollear los vencimientos de enero: sin esa renovación, el tipo de cambio actual no luce sostenible y el esquema debería corregirse. Si, por el contrario, se aseguran las divisas, gran parte de la estabilización estaría encaminada.

En este contexto, se vislumbra un régimen macro más previsible: menor volatilidad cambiaria, inflación en desaceleración, tasas reales positivas y un acceso gradual al financiamiento (interno y externo). El desafío, sin embargo, es que estas mejoras no solo cambian las reglas de juego sino que además vendrán acompañadas de otras diferentes a las del ciclo anterior.

El “costo argentino” sigue siendo una barrera estructural. Aunque las reformas laboral y tributaria comenzaron a moverse, su impacto será lento. El país continúa rezagado en dos frentes críticos para la competitividad: financiamiento e infraestructura. Argentina posee uno de los niveles de crédito al sector privado más bajos de la región —solo 13,2% del PIB en 2024, frente al 48% regional—, lo que limita la inversión productiva. A esto se suma un déficit de infraestructura que requerirá al menos una década de inversión sostenida del 3% del PIB para cerrarse. La conclusión es evidente: la mejora recaerá en la productividad, es decir, sobre lo que puedan hacer las propias empresas.

A la par, la estructura de mercados está transitando un proceso de reconfiguración acelerado. La apertura comercial redefinirá el mapa competitivo, disciplinando precios y márgenes. El cambio será particularmente profundo para sectores acostumbrados a operar en entornos protegidos: la competencia volverá a ser el eje ordenador de estrategias y rentabilidades.

El contexto internacional acompaña este giro. Las tasas globales bajan, el dólar se debilita y los precios de los commodities suben un escalón —con la soja nuevamente por encima de US$ 400/tn—, fortaleciendo la generación de divisas. A esto se suma un Brasil estable y la posibilidad de un acuerdo bilateral con Estados Unidos que consolidaría el respaldo financiero y político del nuevo alineamiento argentino. También hay avances en la negociación Mercosur–Unión Europea, con potencial para sectores exportadores clave.

Este nuevo marco redefine el mapa de negocios. No todos los sectores parten del mismo punto y la heterogeneidad será la norma. De acuerdo con nuestro análisis, cuatro grupos emergen con nitidez:

  1. Los competitivos a pesar de Argentina: petróleo, minería, agro y servicios basados en conocimiento, que liderarán con crecimientos del 6–7% anual hacia 2030.
  2. Los beneficiados por la estabilidad macro: construcción, energía, servicios financieros, comercio y transporte, con expansiones de 4–5% anuales entre 2026 y 2030.
  3. Los desafiados en productividad: automotriz, metales, alimentos y químicos, que podrán crecer solo si ajustan eficiencia y se integran a cadenas de valor.
  4. Los amenazados: electrónica, línea blanca, textiles y petroquímicos, que enfrentan un escenario complejo y necesitarán estrategias de reconversión.

Lo que se abre hacia 2026 es, en definitiva, un año bisagra. La combinación de orden macro, competencia y reinserción internacional puede sentar las bases para un ciclo más previsible, integrado y exigente. La pregunta clave para el sector privado no es si habrá oportunidades, sino cómo reposicionarse para capturarlas. Las recetas que funcionaron en los últimos 20 años difícilmente serán válidas en el contexto que viene.

Las empresas que entiendan este nuevo tablero y ajusten su estrategia —desde la asignación de capital hasta la productividad y la inserción internacional— serán las que lideren el próximo ciclo. El cambio ya empezó; ahora toca adaptarse para competir.