La mayoría de los profesionales pasa años trabajando con la expectativa de conseguir un ascenso. Suele verse como la señal definitiva de progreso: una confirmación de que el esfuerzo fue reconocido. Sin embargo, para muchos empleados, ese momento no se vive como un logro. Se siente como un retroceso.
El ascenso, que en teoría debería generar orgullo, puede provocar agotamiento, aislamiento o incluso arrepentimiento.
La realidad es que no todos los avances en la carrera están pensados para beneficiar al individuo. Muchas veces, las necesidades de la empresa pesan más que la posibilidad de adaptación personal. Cuando ambas entran en conflicto, lo que aparenta ser una oportunidad puede sentirse más bien como una carga.
Cuando el nuevo rol le quita sentido al trabajo
Una de las razones más habituales por las que un ascenso se percibe como un castigo es que aleja a la persona de las tareas que antes le resultaban motivadoras. Un ingeniero talentoso puede pasar a ser gerente y terminar dedicando la mayor parte de su tiempo a presupuestos y evaluaciones de desempeño. Un creativo brillante acepta un rol como director y, en lugar de generar ideas, se enfoca en gestionar las relaciones con los clientes.
Este tipo de decisiones suele tener lógica para la empresa. Los directivos tienden a pensar que quien mejor rinde también debería liderar. Sin embargo, para el trabajador, la sensación puede ser muy distinta: siente que le quitaron justo aquello que lo llevó al éxito. Lo premian con más responsabilidad, pero le quitan el sentido de su tarea.
Esa contradicción genera un choque interno. En los papeles, el nuevo puesto representa un logro. Pero en la experiencia diaria, se vive como una pérdida. Por eso, muchos de los profesionales más talentosos se van en silencio poco tiempo después de haber sido ascendidos. El estatus llega, pero a costa de la satisfacción que daba el trabajo cotidiano.
Los costos invisibles de tener más autoridad
Otra razón por la que un ascenso puede volverse un problema es el peso que implica asumir autoridad. Los cargos traen consigo expectativas, y esas expectativas generan presión. Quienes antes podían enfocarse en hacer bien su trabajo ahora deben hacerse responsables del desempeño de los demás. El éxito ya no se mide por los logros propios, sino por los resultados de un equipo.
Para algunos, este cambio resulta estimulante. Para otros, representa una carga injusta. Puede que no hayan sido formados para liderar. Incluso, puede que no tengan ningún interés en hacerlo. Sin embargo, el nuevo rol los obliga a capacitar, resolver conflictos y representar a la empresa en situaciones que quedan muy lejos de su zona de comodidad.
Esa presión también puede generar una sensación de aislamiento. Los compañeros que antes estaban en el mismo nivel pasan a ser subordinados directos. Las conversaciones se transforman y la confianza se vuelve más difícil de sostener. Después de todo, no es fácil relajarse del todo frente a un gerente que hasta hace poco era parte del equipo.
El resultado es que los ascensos pueden sentirse más como muros que se cierran que como puertas que se abren. En lugar de ganar libertad, muchos empleados encuentran nuevas restricciones. En lugar de orgullo, aparece la ansiedad por no estar a la altura de las expectativas. @@FIGURE@@
Cuando las recompensas no coinciden con la realidad
Los ascensos suelen venir acompañados de mejoras salariales, pero ni siquiera el dinero alcanza para compensar ciertos costos emocionales y psicológicos. Un aumento modesto puede parecer escaso frente a las horas extra de responsabilidad. Incluso una suba significativa pierde atractivo si implica menos tiempo para la vida personal.
También está el tema del reconocimiento. Muchos empleados descubren que un cargo más alto no garantiza mayor respeto. Algunos compañeros se resisten a recibir órdenes de alguien a quien antes veían como un par. Otros pueden poner en duda si el ascenso fue merecido. Lo que en teoría debería elevar el estatus, en la práctica puede debilitar los vínculos.
A eso se suma el miedo a quedar atrapado. Rechazar un ascenso puede interpretarse como un acto de autoboicot. Aceptarlo y luego tener dificultades puede sentirse como un fracaso expuesto ante todos. En cualquiera de los dos casos, la sensación es de encierro. Lo que se presenta como una oportunidad de crecimiento termina vivéndose como una pérdida de libertad.
Qué pueden hacer distinto los líderes
Un ascenso no tiene por qué sentirse como un castigo. Los líderes pueden reducir ese riesgo si adoptan una mirada más reflexiva al momento de promover a alguien.
Un paso clave es revisar las suposiciones. Que una persona se destaque en su puesto actual no significa que quiera ocupar uno más alto. Preguntarle qué tipo de crecimiento valora es una forma de respeto y evita empujarla hacia un camino que nunca eligió. No todos miden el éxito por el cargo que ocupan.
También es fundamental ofrecer capacitación y acompañamiento. Pasar de trabajar en forma individual a liderar un equipo exige habilidades nuevas. Conducir, formar a otros y resolver conflictos no es algo que surja de manera automática. Brindar herramientas permite que la transición se viva como un proceso de aprendizaje y no como una prueba de supervivencia.
Los líderes también deben ser conscientes del significado. Si un ascenso aleja a alguien del trabajo que ama, es importante encontrar maneras de mantenerlo conectado. Un gerente que aún dedica parte de su semana a resolver problemas técnicos o aportar ideas tiene muchas menos probabilidades de sentirse castigado por su nuevo puesto.
Finalmente, las organizaciones deberían definir el ascenso de forma más amplia. El crecimiento no siempre implica un puesto más alto. Puede implicar mayor experiencia, movimientos laterales que amplían las habilidades u oportunidades de mentoría sin gestión. Cuando las trayectorias profesionales son flexibles, los ascensos dejan de ser una trampa y se convierten en una opción.
Después de todo, el verdadero propósito del ascenso no es recompensar a los mejores trabajadores de la empresa sacándolos del trabajo que disfrutan. Es crear condiciones donde las personas puedan seguir desarrollándose sin perder el sentido de importancia que las hizo valiosas en un principio.