Tal Ben-Shahar fue uno de los docentes más populares de Harvard, donde sus clases sobre felicidad y liderazgo reunieron a cientos de estudiantes por semestre. Desde entonces, ha trabajado con empresas en todo el mundo para aplicar principios de la psicología positiva a contextos reales.
En 2016 fundó la Happiness Studies Academy, que hoy ofrece el primer doctorado en felicidad del mundo. Su objetivo de largo plazo es ambicioso: "Queremos que la felicidad sea una disciplina seria, con impacto real en personas, empresas y países. Que nuestros graduados lleven al mundo lo que el rey Salomón llamaba un 'corazón sabio': conocimiento riguroso con compasión", afirmó.
El próximo 11 de setiembre llegará a Montevideo como parte del ciclo Mentes Expertas. Allí compartirá su visión sobre bienestar, liderazgo y resiliencia. Y, sobre todo, sobre cómo empezar a construir la felicidad cada día. Es que, según el experto, muchas personas —incluso aquellas que han alcanzado grandes logros— no se sienten satisfechas con su vida porque caen, una y otra vez, en trampas mentales que sabotean su bienestar.
En entrevista con Forbes Uruguay, anticipó su mirada sobre el tema y listó tres de estas trampas mentales.
1. La ilusión de que la felicidad está en la meta
Una de las más comunes, explicó Tal Ben-Shahar, es lo que llama la arrival fallacy (falacia de la llegada, en español): la falsa idea de que seremos felices una vez que alcancemos cierto objetivo. Una cuenta bancaria más abultada, un ascenso, un título académico o un nuevo récord deportivo parecen prometer felicidad duradera, pero el efecto suele ser efímero. "La sensación de euforia desaparece rápido, y lo que sigue muchas veces es una sensación de vacío", explicó.
La clave, según el experto, está en cambiar el foco. "La felicidad no es una meta, es un proceso. Se encuentra en el día a día, cuando vivimos en coherencia con nuestros valores. Si atamos nuestro bienestar solo a los resultados, casi siempre terminamos decepcionados".
2. El perfeccionismo como forma de insatisfacción crónica
Otra trampa es el perfeccionismo, o lo que Ben-Shahar denominó como el missing tile syndrome (síndrome del azulejo faltante, en español): la tendencia a enfocarse en lo que falta en lugar de valorar lo que tenemos. "Muchas personas pasan por alto lo bueno que hay en sus vidas porque están obsesionadas con lo que no tienen. El antídoto es la gratitud: aprender a apreciar, en vez de dar por sentadas, las cosas que ya forman parte de nuestra vida".
Ben-Shahar sostuvo que las personas más agradecidas tienden a ser más resilientes, más creativas y más colaborativas.
3. Rechazar las emociones difíciles
Quizás la trampa más sutil —y peligrosa— es la creencia de que ser feliz implica estar siempre bien. "La felicidad no significa un subidón constante", aclaró. Para él, la verdadera felicidad empieza cuando nos damos permiso para ser humanos: para sentir miedo, ansiedad, tristeza o envidia sin juzgarnos. "Cuando aceptamos esas emociones como parte natural de la experiencia humana, estamos en mejores condiciones de atravesarlas. Negarlas, en cambio, suele generar frustración y mayor sufrimiento", apuntó.
La felicidad como activo estratégico
Para Ben-Shahar, el bienestar no solo mejora la vida personal: también potencia el desempeño profesional. "La relación es clara: la felicidad impulsa el éxito más que el éxito impulsa la felicidad. Las personas que experimentan alegría, gratitud y propósito son más creativas, están más motivadas y son más resilientes", aseguró. Sin embargo, muchos líderes aún no ven a la felicidad como una inversión, sino como un lujo. "El error común es pensar que el éxito lleva a la felicidad, porque la evidencia muestra lo contrario. Las organizaciones que invierten en el bienestar de sus equipos no solo hacen lo correcto, sino que sientan las bases para la innovación, la lealtad y la sostenibilidad a largo plazo", añadió.
Según el experto, los líderes que logran construir culturas organizacionales positivas cuidan cinco dimensiones del bienestar, basadas en el modelo SPIRE: lo espiritual, lo físico, lo intelectual, lo relacional y lo emocional. Conectan a las personas con su propósito, fomentan la vitalidad, estimulan la curiosidad, promueven la colaboración y crean una cultura donde las emociones se reconocen y se valoran. "Comprenden que su función no es solo marcar el rumbo, sino también elevar el potencial humano", afirmó.
En un mundo que suele medir el éxito en métricas externas, Tal Ben-Shahar propone redefinir lo que significa vivir bien. Porque la felicidad, insistió, no es un destino al que se llega, sino una práctica que se cultiva todos los días.