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El agotamiento llega de a poco, con confusión mental, fatiga física y emocional,
Liderazgo
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Por qué el síndrome de burnout no tiene una etiqueta clara y cómo las mujeres ambiciosas cambian las reglas de la resiliencia.

30 Septiembre de 2025 10.52

Últimamente, cada llamada por Zoom arranca con un suspiro y una confesión: "Estoy más ocupado que nunca". De Londres a Dubái, mis colegas hacen malabares entre los cierres de proyectos, cubrir a los compañeros que sí se tomaron vacaciones y encontrar un hueco para escaparse, aunque sea un rato, con una culpa que convierte esos descansos en misiones encubiertas más que en relax.

Andrew Scott, en su libro "El imperativo de la longevidad", explica cómo las rutinas aceleran la percepción del tiempo. Aunque dan cierta continuidad, seguridad y previsibilidad, también pueden hacernos sentir atrapados, con remordimientos o sin fuerza para cambiar algo, por más mínimo que sea. Cuando no hay recuerdos nuevos, los días se mezclan, las semanas se achican y el tiempo se nos escapa.

Si sumamos el estrés que vivimos en el trabajo y el contexto global, el combo es perfecto para distorsionar cómo percibimos tanto el tiempo como las rutinas. La sensación de no tener el control empieza a colarse como una corriente subterránea que alimenta el desgaste. Buscamos estructura para sentirnos más seguros, pero si no dejamos espacio para algo distinto, esa misma estructura puede endurecerse y dejarnos agotados.

Ahí aparece una paradoja que muchas mujeres que rinden al máximo conocen de memoria: cuanto más ocupadas están, menos tiempo tienen para hacerse una pregunta clave: "¿Esto me sirve?". En cada programa de liderazgo que coordino para mujeres, siempre llega esa pregunta inevitable: "¿Cómo hago para equilibrar todo?". La verdad es que el equilibrio es un mito. Una trampa disfrazada de ideal de bienestar.

La palabra sugiere que existe un punto justo que se puede alcanzar y sostener en el tiempo. Pero esa búsqueda termina generando más estrés y cansancio. Cuanto más tratamos de conseguirlo, más nos hundimos en ese agotamiento que sabe camuflarse muy bien.

Problemas laborales
El estrés laboral y la rutina, que acelera la percepción del tiempo, generan la sensación de no tener el control.

Para muchas mujeres que ocupan cargos de peso, el tiempo parece comprimido. Las exigencias laborales se mezclan con la presión por rendir, con las tareas de cuidado y con la logística de las vacaciones largas, como las de verano. Y cuando el tiempo escasea, el desgaste avanza sin freno.

Ese agotamiento invisible funciona como un impuesto silencioso. La Dra. Tina Grigoriou, psicóloga especializada que pasó los últimos veinte años trabajando con líderes de alto nivel, explica que el agotamiento rara vez se nota de entrada. No da señales ruidosas. Llega de a poco, con confusión mental, fatiga física y emocional, trastornos del sueño y, muchas veces, ansiedad, ataques de pánico o depresión. La gente empieza a dudar de sí misma. Cuanto más inseguras se sienten, más se esfuerzan y más profundo es el pozo.

La presión por "hacer todo bien" genera un agotamiento que muchas veces se disfraza de excelencia. Grigoriou explica por qué suele pasar desapercibido: "Las raíces del agotamiento varían de persona a persona. Algunos profesionales se rigen por estándares inflexibles. No se detienen a reflexionar ni a celebrar los logros; cada éxito es reemplazado inmediatamente por el siguiente objetivo. Otros buscan complacer a los demás, ansían la validación externa y necesitan el elogio de los demás para sentirse valiosos. Otros, en cambio, temen en secreto ser un fraude y se esfuerzan incansablemente para demostrar que no son tan defectuosos como se sienten en su interior".

Según la Organización Mundial de la Saludse pierden 12 mil millones de jornadas laborales cada año por depresión y ansiedad, con una pérdida de productividad estimada en unos US$1 billón. Pero eso es apenas la parte contable. El costo emocional es mucho más difícil de medir. El Foro Económico Mundial propone cambiar la forma en que entendemos el éxito, sin que eso implique dejar el bienestar personal tirado en el camino de la productividad. El informe Thriving Workplaces señala que promover el bienestar en el trabajo podría sumar US$11.700 millones a la economía global, al reducir el ausentismo y levantar la moral de los equipos.

"Necesitamos repensar cómo definimos el éxito en el trabajo", plantea Shyam Bishen, director del Centro de Salud y Atención Médica del Foro Económico Mundial. Durante años, el bienestar fue visto como un extra. Pero los datos son claros: cuando las empresas priorizan la salud y el bienestar de sus equipos, todo mejora. Aumenta la innovación, la resiliencia y hasta el rendimiento del negocio.

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Cuando las empresas priorizan la salud y el bienestar de sus equipos, aumenta la innovación, la resiliencia y el rendimiento del negocio.

Este es un momento clave para que el bienestar laboral deje de ser un tema aislado y se convierta en prioridad real para los líderes. Por el bien de las personas y por la sostenibilidad futura de las organizaciones. Los buenos jefes lo entienden: un entorno sano marca la diferencia.

Spoiler: las personas que están bien se convierten en mejores líderes. Grigoriou lanza una idea que puede parecer incómoda: "¿Y si trabajaras un 20% menos?". A muchos les parece una locura. Creen que, si bajan el ritmo, van a confirmar sus peores miedos: que no están a la altura, que no valen sin ese nivel de exigencia. Temen quedar afuera o dejar de ser reconocidos. Algunos hasta descubren que no tienen una identidad más allá del trabajo, y la idea de buscar alegría o sentido por fuera de la productividad les resulta extraña o directamente aterradora. ¿Y si nos descubren como fraudes? ¿Y si dejamos de ser necesarios? ¿Y si, al final, encontramos la alegría y eso también nos asusta?

Reescribir las reglas

Sanar no tiene nada que ver con fórmulas rápidas. Es un proceso que empieza cuando logramos conectar con esa voz interna que observa todo sin juzgar. Esa parte nuestra que, con suavidad, le habla al perfeccionista, al impostor, al que quiere quedar bien con todos, y le dice: "Tal vez descansar no sea un acto de rebeldía".

Para poder tener este tipo de conversaciones con una misma, hace falta algo que suele faltar: tiempo. Tiempo para frenar, para salir de la rutina, para bajarse de la lista interminable de tareas. Pero también hace falta coraje. Porque esas charlas, más de una vez, incomodan. No son fáciles, y tampoco deberían serlo.

En el caso de las mujeres, que siguen cargando con la mayor parte del trabajo doméstico, el agotamiento se multiplica por tres. Y, aun así, el espacio para reflexionar queda siempre para después... o ni siquiera aparece. Crear ese espacio empieza en el silencio. Y tal vez con un cartelito discreto que diga "No molestar".

El agotamiento no es una falla. No es debilidad. Es tu ambición pidiéndote condiciones nuevas. Es tu brújula avisando que hay otra forma de llegar. No más fuerte. Más verdadera.

Con información de Forbes US

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