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En qué consiste la Inteligencia básica universal, la próxima frontera en bienestar social

Richie Etwaru

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El bienestar de cada individuo fortalece el tejido de la sociedad en su conjunto. La era de la inteligencia no debería ser diferente.

23 Enero de 2024 16.00

En el gran arco de la historia de la humanidad, una sutil pero profunda narrativa se fue desenrollando constantemente: la narrativa del bienestar. Desde las primeras sociedades comunales hasta nuestras complejas civilizaciones modernas, hubo una tendencia constante e inconfundible: los seres humanos se fueron ocupando progresivamente del bienestar de los demás con mayor sofisticación y alcance.

Esta narrativa no es sólo un telón de fondo de nuestra historia; es una piedra angular de nuestra evolución social, que refleja nuestro creciente reconocimiento de la interdependencia, la compasión y la responsabilidad colectiva.

La educación y la sanidad públicas se erigen en pilares monumentales de esta narrativa, personificando la decisión de la humanidad de invertir colectivamente en el bienestar de sus miembros. La educación pasó de ser un privilegio de las élites a convertirse en un derecho fundamental (educación básica universal), garantizando que todos los niños estén dotados de los conocimientos y habilidades necesarios para prosperar.

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Del mismo modo, la sanidad pública, o sanidad básica universal, apareció en gran parte del mundo como un compromiso social para proteger la salud de cada individuo, reconociéndola como una condición previa para una vida productiva y plena.

El debate sobre el bienestar colectivo evolucionó hasta incluir el concepto de renta básica universal (RBU). La RBU representa un replanteamiento radical de la Seguridad Social, proponiendo unos ingresos garantizados para todos como colchón contra la incertidumbre económica provocada por el rápido cambio tecnológico y la globalización.

A pesar de su potencial, el UBI encontró una considerable resistencia, con debates centrados en su viabilidad, su impacto en los mercados laborales y las implicaciones filosóficas del "dinero por nada". El estado actual del UBI está plagado de contenciones y programas piloto, lo que deja su futuro incierto.

En medio de estos debates, se vislumbra en el horizonte una nueva consideración sobre el bienestar que es igual de transformadora que la educación y la sanidad: la división entre los asistidos y los no asistidos por la IA. En esta incipiente era de la IA, la disparidad entre los que tienen acceso a ella y los que no está a punto de convertirse en un abismo, dividiendo a la sociedad en "los que tienen IA" y "los que no tienen IA". Las implicaciones de esta división son profundas y afectan a todos los aspectos de la capacidad y el potencial humanos.

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Para quienes puedan acceder a ellos, los asistentes de IA aumentarán la productividad de las personas, les proporcionarán capacidades nuevas y más potentes, acelerarán su capacidad de aprendizaje y les ayudarán a mantenerse sanos. Los que tienen IA aumentarán sus conocimientos, intuición, creatividad, resolución de problemas y habilidades sociales, y tendrán acceso a potentes servicios basados en IA, como asesoramiento financiero, orientación profesional y servicios sanitarios mejorados con IA. Mientras tanto, los que no tienen IA se quedarán cada vez más rezagados.

Acá el concepto de inteligencia básica universal (UBIQ). No se trata sólo de democratizar la tecnología, sino de garantizar que todas las personas tengan acceso a las herramientas de IA que definirán el futuro del trabajo, la creatividad y la vida cotidiana. Sin UBIQ, corremos el riesgo de exacerbar las desigualdades y crear una sociedad en la que unos pocos acaparen los beneficios de la IA mientras el resto se ve abocado a defenderse de la obsolescencia.

¿Cómo salvar esta brecha digital? Hay varios caminos. Uno es a través de los impuestos, aprovechando la riqueza que genera la IA para aumentar la alfabetización en IA y financiar el acceso a la IA para todos.

Otra es el enfoque del "dividendo de datos", similar a cómo se financia hoy el acceso a las redes sociales, en el que los individuos aportan sus datos para el entrenamiento en IA y, a cambio, reciben servicios de IA, o alguna forma diferente de intercambio simbiótico en el que los datos se convierten en la moneda de la inteligencia, similar a los principios del 31º Derecho Humano propuesto por una colaboración entre Hu-manity.co e IBM, en el que los datos humanos se clasifican como propiedad humana.

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Una tercera vía podría ser la inversión directa de los gobiernos en infraestructuras y educación en IA, garantizando que la revolución de la IA beneficie a todos y no sólo a quienes puedan permitírsela.

Independientemente de cómo se salve la brecha, es probable que el despliegue de la UBIQ sea tan desigual como el de las tecnologías que la precedieron. Algunos países pueden tomar la delantera e integrar rápidamente la IA en sus marcos sociales, mientras que otros pueden quedarse rezagados, creando nuevas dinámicas en materia de inmigración, disparidad económica y competitividad global. Al igual que ocurre con la educación y la sanidad, debemos luchar por un mundo en el que el acceso a la IA sea tan universal y normalizado como el acceso a la alfabetización y la medicina.

La brecha digital no es un desafío inminente del futuro, sino un problema apremiante del presente. Aproximadamente el 60% de la población mundial tiene acceso a Internet, lo que le permite entrar inmediatamente en el reino de la IA avanzada, con sus innumerables herramientas y servicios. Esta mayoría disfruta ahora de las considerables ventajas que confiere la IA, desde mayores oportunidades de aprendizaje hasta una mejora de la productividad.

En marcado contraste, el 40% que carece de conexión a Internet queda excluido de estas ventajas, lo que da lugar a una división pronunciada e inmediata. Esta discrepancia no se autocorrige y califica de acción deliberada y estratégica para salvar la brecha.

Debemos afrontar esta desigualdad con intencionalidad y trabajar activamente para garantizar un acceso equitativo a la tecnología, la información y los recursos de la IA. Sin estos esfuerzos, la brecha entre los conectados y asistidos por la IA y los desconectados y desasistidos no hará sino aumentar, exacerbando las disparidades existentes y obstaculizando el progreso colectivo.

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Una de mis citas favoritas de The AI Summit New York 2023 es: "GenAI no es para algunos; es para todos". Esta perspectiva inclusiva fue defendida por líderes de empresas consumidoras de IA como Deloitte, PwC, Accenture, KPMG, EY y Salesforce a lo largo de la conferencia. En cambio, hubo una notable ausencia de este punto de vista entre algunas de las principales entidades productoras de IA.

El diálogo en torno a la UBIQ debería formar parte de una conversación más amplia sobre la ética, la confianza y la responsabilidad de la IA. Al diseñar el futuro de la IA, debemos asegurarnos de que se sustenta en los principios de equidad, inclusión y bien común.

Nuestra historia nos demuestra que el bienestar de cada individuo fortalece el tejido de la sociedad en su conjunto. La era de la inteligencia no debería ser diferente. Al adoptar la UBIQ, podemos continuar la narrativa del bienestar que fue central en nuestra historia humana compartida, garantizando que la IA se convierta en una fuerza para el empoderamiento colectivo, no para la división.

 

Nota publicada por Forbes US

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