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Cómo se controlan y manejan los rumores en la política

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24 Abril de 2021 10.00

“El rumor es una explicación de la realidad, un modo de saciar la necesidad de información adicional”, escribe Horacio Minotti en su libro La verdad sobrevalorada. Daniel Ivoskus, presidente de la Cumbre Mundial de Comunicación Política se pregunta desde el prólogo: las fake news, este nuevo (y no tan nuevo) flagelo que tanto nos ocupa en el devenir de la comunicación política actual, ¿tiene su génesis inexorable en el rumor? Esa respuesta, y muchas otras, habitan las páginas de este trabajo.

"Como nos cuenta este Manual de control y manejo de rumores, la democracia es sistemáticamente empujada a buscar mecanismos de adaptación que le permitan sobrevivir a los nuevos tiempos. Eso es tan claro como que los fanatismos se han transformado en un canal limpio para la circulación de rumores, en la medida que esos rumores sean garantía y respaldo del sitio desde donde cada fanático mira su universo. 

Tan claro como que la tolerancia, el diálogo político y el debate constructivo son bienes casi en desuso.
Esta obra analiza todos estos factores y, como en un laboratorio, los conjuga, los observa y, a partir de esa mirada exhaustiva, extrae conclusiones, visibiliza escenarios desde nombres propios, de experiencias actuales y de ejemplos puntuales".

La verdad sobrevalorada

Aquí un extracto del libro:

Ya resulta cotidiano hablar de fake news. Los medios han dado relevancia al tratamiento del tema, especialmente en tiempos electorales, y asociando el concepto siempre con aspectos de campaña negativa. En realidad, se trata de noticias falsas por las que los periodistas y empresas de medios suelen culpar a las nuevas formas de interrelación entre las personas basadas en las redes sociales.

En los últimos tiempos, incluso, han contratado alguna empresa (vale decirlo, poco creíble también) para que los ayude a señalar si la información es falsa o verdadera. Como si ello fuese sencillo o posible. Como si la velocidad que los medios requieren hoy, para “ganarle” una primicia a otro, los llevasen, al igual que en los viejos tiempos, a chequear la información. Ni siquiera me refiero al doble chequeo, aquella instancia que exigían los viejos editores, consistente en que dos fuentes confirmaran el dato antes de publicarlo. Hoy nadie hace semejante cosa.

Pero lo cierto es que las noticias falsas no son una novedad, ni se originan siempre en las redes. No requieren de la existencia de dichas redes para generarse, ni tampoco para propagarse.

No resulta objetivo de este trabajo ingresar al tratamiento de las noticias falsas en general, sino meramente en aquellas de tinte político, aunque buena parte de lo que vaya a decirse a continuación podría aplicarse a cualquier temática. 

Resulta sustancial analizar cuál es el objetivo de dichas falsedades con cariz de información, tanto desde el punto de vista metodológico, como desde el fondo del asunto; es decir, a qué apuntan, qué es lo que se busca con ellas.

Metodológicamente lo que se intenta es que dichas noticias se propaguen, se difundan. En este aspecto resultan perfectamente asimilables a una noticia cierta, real, comprobable; se busca que la mayor parte del público acceda a ellas, las conozca, las considere ciertas, e ingresen al diálogo colectivo.

Pero el objetivo de fondo es alcanzar un resultado político con mecánicas comunicacionales, y en esto también se parecen a las noticias reales. Cuando un gobierno difunde aspectos de su gestión que son ciertos, efectivamente verificables, también está buscando la aprobación del electorado. Y cuando lo que un grupo político difunde es información de su adversario cierta, puede tratarse de campaña negativa, pero no necesariamente de noticias falsas. Se busca el rechazo del rival por parte del público, los ciudadanos y electores.

En la última campaña presidencial mexicana, el PRI puso en debate la avanzada edad de Andrés López Obrador. No mentía sobre esta. Ponía en duda sus capacidades para gobernar en base a un dato concreto, objetivo y cierto: se trata de un hombre de determinada edad. A partir de ese dato concreto comenzaron a elaborarse conjeturas que llevaron a que se plasme la idea de que sus capacidades para gobernar se encontraban afectadas. ¿Esto es falso o cierto? La afirmación en este caso solo era comprobable si AMLO se imponía en las elecciones y gobernaba, como ha ocurrido. Pero en campaña convivieron dos hechos que en definitiva fueron uno a efectos del debate: la edad, concreto y comprobable; las deficiencias que esta presuntamente acarrearía, indefinido, fútil, incomprobable.

Es que siempre las noticias falsas tienen un componente mayor o menor de verdad, o al menos un alto grado de verisimilitud, lo que las hace eficientes para su fin. Si alguien difunde que el candidato posee cuatro brazos difícilmente logre algún efecto fuera de lo humorístico.

Y, entonces, las tan mentadas fake news, o noticias falsas, ¿en qué se diferencian de los ya estudiados factoides, del rumor? Lo que realmente incide en la dinámica política es el uso del rumor como instrumento de propaganda, sea que para diseminarlo se utilicen los medios o las redes sociales, o incluso la combinación de ambos (lo que por cierto es mucho más eficiente).

La “psicología del rumor” o la “teoría del rumor”, en estos tiempos de velocidad extraordinaria en la circulación de la información, es lo que auténticamente debe analizarse, profundizarse. Manejar el rumor es el secreto de la comunicación política de estos tiempos; ya sea para generarlo y atizarlo, como para diluirlo o controlar sus daños.

Un rumor o factoide es por definición una información no del todo real. Nadie calificaría de dicho modo a una información precisa y comprobable, por más que todos los medios masivos de comunicación y redes sociales la repliquen, comenten y analicen. No sería esperable que se llame factoide, por ejemplo, a un Decreto del Poder Ejecutivo publicado en el Boletín Oficial o a la difusión de una sentencia judicial.
Sin embargo, no puede descartarse que de muchas de estas noticias reales se desprendan factoides. Imaginemos, siguiendo con el ejemplo, que el decreto se refiere a ciertas desgravaciones de aranceles, y que un analista económico de un medio masivo pretende discurrir eventuales consecuencias o leer alguno de sus artículos entre líneas. Si el prestigio del analista se encuentra arraigado, o incluso sin ser de tal modo, si algún actor político se cree beneficiado por su análisis y goza de capacidad de difusión del rumor, ese análisis, esas presunciones o la lectura entre líneas, que pueden ser acertadas o no, se transforman con velocidad en información. Posiblemente información “no comprobable”, un factoide, un rumor.

Infinidad de hechos comprobables y verificables resultan involuntarios generadores de rumores que completan la información palpable. El público sospecha. Tiende a creer que lo que se ve, lo que se le muestra, no es todo, que necesariamente hay más, que los hechos, especialmente si devienen de las autoridades, pero también si se dan a conocer por un par, encierran alguna tercera intención, un fin fatídico y probablemente terrible. No es posible que se trate solo de eso. Una convocatoria estatal para la provisión de papel de oficina, no es estrictamente tal cosa, sino, al menos, un negociado, una trampa de alguien que se está enriqueciendo ilícitamente; o algo peor: una maniobra para dejar al Estado sin papel o para llenarlo de papel innecesario. O quién sabe qué más.

De tal modo, el campo para instalar el rumor es fértil, abierto, casi necesario. Aun el rumor que no se instala de manera apropiada se genera solo y se sale de cauce.

Esto nos conduce a pensar que hasta podría resultar necesario generar rumores. Porque un rumor generado y adecuadamente conducido determina consecuencias buscadas, ordenadas. Pero un factoide descontrolado, alimentado por factoides colaterales de los que abundan, produce siempre consecuencias insospechadas.

Del párrafo anterior se deduce la existencia de otra arista del fenómeno, los factoides colaterales, que vienen a alimentar a un factoide principal y claramente a modificarlo y generar un nuevo producto.

El rumor es una explicación de la realidad, un modo de saciar la necesidad de información adicional. Muchos estudiosos del fenómeno pretenden que la mejor manera de evitar los rumores es dar una explicación acabada de cada temática. Pero tal remedio resulta ser un error conceptual por varios motivos.
Primero, porque un tema jamás puede ser acabadamente explicado, especialmente los temas políticos de cierta complejidad. Siempre van a quedar huecos, vacíos susceptibles de ser completados por un buen rumor que, incluso, adquiera mayor notoriedad que la propia información dura que haya pretendido ser bien desarrollada.

En segundo lugar, porque casi nadie quiere escuchar explicaciones extensas, ni perder más de cinco minutos en peroratas prolongadas sobre cuestiones técnicas, posiblemente muy aburridas y plagadas de términos poco amigables. Resulta siempre preferible abandonar el texto luego del primer párrafo, o cambiar el canal luego de los primeros cinco minutos de explicación y tejer la idea que mejor nos parezca sobre el tema, guiarnos por lo que opina un amigo, nuestro padre o el vecino y especialmente nuestros seguidores y seguidos en las redes sociales.

Seguramente sus explicaciones serán más simples y, por cierto, más divertidas. Así que la idea de explicar bien las cosas, para que no se generen sobre ellas rumores, es errónea. 
La mejor forma de controlar un rumor es crear uno adecuado a nuestras necesidades, guiarlo, conducirlo, preparar los factoides colaterales que lo alimenten y modifiquen, también de acuerdo a las necesidades y modificaciones que surjan como efecto de las consecuencias generadas por el propio rumor.

Los temas de interés de la sociedad/público son muy variados. Pero los asuntos políticos no ocupan el top 50 de esos temas. Por ende, la gente está muy dispuesta a leer o escuchar largas explicaciones sobre teorías conspirativas en la elaboración del libreto de la última temporada de Juego de Tronos, y poco dispuesta a escuchar cualquier explicación de un político y/o un técnico sobre las ventajas del nuevo Código Procesal.

Por ello, la vía periférica de persuasión es la única idónea para alcanzar a las personas con este tipo de mensajes. Con un diseño corto, de alto impacto, que permita recordarlo sin gran elaboración intelectual, y reforzarlo luego con sus preconceptos, sus ideas, los prejuicios del vecino y de sus amigos, y desprender de allí una serie de factoides controlados. Todo otro esfuerzo de elaboración genera el rechazo del mensaje, del personaje que lo difunde y la carencia absoluta de efectos.

De modo que, es evidente, deviene mucho más eficiente comunicar política con un mensaje corto, impactante, dirigido a la emocionalidad del receptor y acompañarlo con una serie de factoides controlados, que conduzcan al efecto deseado.

Extracto de La verdad sobrevalorada, de Horacio Minotti. Ed. La Crujía.

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