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Helen Angmo, directora de la Inspección de Escuelas de Suecia.
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Helen Ängmo, directora de la Inspección de Escuelas de Suecia: "No ir al colegio implica riesgos sanitarios para los niños"

Darío Mizrahi Periodista y sociólogo

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Una de las máximas responsables educativas de uno de los pocos países del mundo en los que los niños siguieron asistiendo a clases durante la pandemia cuenta cómo fue su experiencia en una entrevista exclusiva con Forbes. El debate por el efecto del coronavirus en los menores y la comparación con Finlandia, que sí cerró los establecimientos escolares.

30 Agosto de 2020 14.57

Marzo de 2020. El COVID-19 sale de Asia y comienza a propagarse por todo el mundo. Lo único que circula más rápido es el pánico. Aterrados ante la posibilidad de que mueran millones de personas -Como anticipaban algunas proyecciones epidemiológicas- los gobiernos de casi todos los países toman dos decisiones drásticas: decretar cuarentenas para toda la población y cerrar las escuelas. 

En esos dramáticos días de marzo, un país empezó a destacarse del resto por hacer algo completamente distinto. Suecia no solo evitó dictar un confinamiento obligatorio, sino que mantuvo a casi todos los colegios abiertos. Es cierto que dispuso ciertas restricciones, como la prohibición de eventos masivos y el establecimiento de clases virtuales en la escuela secundaria superior, a la que acuden alumnos de entre 16 y 18 años. Pero más de un millón de niños de hasta 15 años siguieron yendo todos los días a las aulas en esta nación de 10 millones de habitantes. 

“Creemos que fue una buena estrategia para los alumnos, porque también habrían existido riesgos sanitarios si no iban a la escuela. Algunos niños podrían haberse visto realmente afectados por problemas sociales y por conflictos severos en sus casas”, dice Helen Ängmo, directora general de la Inspección de Escuelas de Suecia, una de las dos agencias encargadas de gestionar y supervisar el sistema educativo del país escandinado. 

Los jardines de infantes y los colegios suelen ser grandes focos de contagio de virus respiratorios. Como el nuevo coronavirus parecía comportarse de la misma manera, tenía sentido cerrar las escuelas en un momento en que se creía que podía ser erradicado. Sin embargo, esa posibilidad se fue desvaneciendo con el correr de los meses. Por otro lado, cada vez más investigadores notaron que el SARS-CoV-2 es diferente: a diferencia de la influenza, afecta mucho menos a los menores, que si se infectan, tienden a ser asintomáticos. 

La excepcionalidad sueca ofreció la posibilidad de realizar un experimento natural casi perfecto para comprobar el efecto de las escuelas en la propagación del coronavirus. Este tipo de ejercicios requieren tomar dos muestras casi idénticas, a una aplicarle un tratamiento y a la otra no, para luego comparar los resultados. Suecia mantuvo abiertos los colegios, pero no sus vecinos nórdicos -Noruega, Dinamarca y Finlandia-, que son muy parecidos en términos socioculturales, políticos y económicos. 

La Agencia de Salud Pública de Suecia y el Instituto Finlandés de Salud y Bienestar aprovecharon la oportunidad y sistematizaron los resultados de dicho experimento en un documento publicado el mes pasado. Ambos países tienen un sistema educativo muy similar, con un preescolar entre los 3 y los 6 años, y una enseñanza primaria obligatoria que comienza a los 7 años y finaliza a los 15. La diferencia es que Finlandia tiene la mitad de población, 5,5 millones de habitantes, y cerca de la mitad de alumnos en esa franja etaria: 550.509 frente a 1.086.180 de Suecia. 

Modelos divergentes

Entre el 18 de marzo y el 13 de mayo, mientras los niños suecos siguieron asistiendo a clase, los finlandeses permanecieron en sus hogares. Pero viendo los datos epidemiológicos de uno y otro país no habría forma de adivinar en cuál las escuelas estuvieron abiertas y en cuál se cerraron. Entre el 1 de marzo y el 14 de junio -cuando comenzó el receso escolar de verano-, Finlandia registró 96 casos de coronavirus en niños de entre uno y cinco años, lo que da una tasa de incidencia de 36 cada 100.000 habitantes. En el mismo período, Suecia sumó 98 casos, lo que supone una tasa de 16 cada 100.000, con dos internaciones en cuidados intensivos (UCI). En ninguno de los dos se produjeron muertes en ese grupo. 

En lo que respecta a niños de entre seis y 15 años, Finlandia sumó 257 casos (42 cada 100.000), frente a 360 de Suecia (30 cada 100.000), que además tuvo seis en UCI, pero ningún deceso. En el grupo de jóvenes de entre 16 y 19 años, que en ambos países cursaron de manera remota, Finlandia sumó 231 positivos (98 cada 100.000), con un caso en UCI; y Suecia sumó 680 (150 cada 100.000), con 6 en UCI. Tampoco en este segmento se reportaron fallecimientos. 

Esta comparación se vuelve aún más significativa cuando se considera que no se trata de países que fueron afectados de la misma manera por la pandemia: en Suecia murieron más de 5.700 personas de COVID-19, frente a apenas 330 en Finlandia. La tasa de mortalidad por habitante es de 570 por millón en un caso y 
60 en el otro, una relación de 10 a 1. 

No obstante, si se mira solo a los niños, no se encuentran diferencias significativas. O sí: los suecos pudieron seguir aprendiendo y socializando con sus compañeros; los finlandeses pasaron dos meses casi sin salir de sus casas. 

Para sumar incluso más respaldo a la hipótesis cada vez más dominante de que niños y escuelas tienen un rol marginal en la propagación del COVID-19, el Instituto Finlandés de Salud y Bienestar informó que no registró ningún salto en la tasa semanal de contagios entre el 14 y el 31 de mayo, cuando los alumnos volvieron a clase. Lo mismo ocurrió en Dinamarca y en Noruega tras la reapertura de las escuelas. 

“La educación tiene otra calidad cuando se desarrolla en el colegio, además de lo importante que es en términos sociales”, dice Ängmo, que está al frente de la Inspección de Escuelas desde 2015. Antes, había sido directora general adjunta de la Dirección Nacional de Educación de Suecia, la otra agencia educativa del país. Politóloga de formación, se graduó en la Universidad de Gotemburgo y realizó estudios de doctorado en la Universidad de Linköping. 

En esta entrevista con Forbes, Ängmo cuenta cómo tomó Suecia la decisión de dejar abiertas las escuelas, explica los desafíos que enfrentó el país en este período, detalla las negociaciones con los sindicatos docentes y reflexiona sobre lo que significa que los niños no vayan al colegio durante meses, como está ocurriendo en gran parte del mundo. 

Mientras la gran mayoría de los países cerraba sus escuelas ante la aparición de los primeros casos de coronavirus, Suecia decidió dejarlas abiertas. ¿Por qué tomaron esta determinación, que en ese momento parecía un tanto arriesgada? 

Nosotros seguimos las directivas de la Agencia de Salud y su recomendación fue que las escuelas permanecieran abiertas. Si ellos hubieran planteado otras advertencias, entonces, claro, las habríamos cerrado. Pero creemos que fue una buena estrategia para los alumnos, porque también habrían existido riesgos sanitarios si no iban a la escuela. Algunos niños podrían haberse visto realmente afectados por problemas sociales y por conflictos severos en sus casas. Así que fue muy bueno para ellos. Por supuesto, para nosotros fue muy importante saber que no son el grupo más afectado por la propagación de este virus. 

¿En qué aspectos cree que la experiencia fue exitosa, y en qué considera que se equivocaron? 

Los directores y los docentes trabajaron mucho con los niños. Por ejemplo, para enseñarles a lavarse bien las manos y a mantener la distancia cuando iban a comer a la cantina. El resultado global fue muy bueno. Si se miran las calificaciones, se mantuvieron prácticamente igual que en años anteriores. Los maestros debieron seguir protocolos muy estrictos y el sindicato docente señaló que tuvieron mucho trabajo extra, por cómo debían instruir a los niños. Además, sobre todo cuando el virus empezó a propagarse, tenían la preocupación de verse ellos mismos afectados. Muchos se enfermaron y no pudieron ir a trabajar por un tiempo, porque la recomendación era que se queden en sus casas ante los primeros síntomas. Entonces, cuando muchos no podían ir, los que sí iban tenían un trabajo más duro, lo que abrió una discusión por su carga laboral. Pero más allá de esas cosas, las escuelas continuaron con resultados normales. 

¿Estimaron cuántas escuelas tuvieron que cerrar sus puertas temporalmente por el contagio masivo de profesores y estudiantes? 

El Gobierno determinó que si había brotes muy fuertes en ciertas escuelas, estas debían cerrarse. Pero es algo que pasó en muy pocos casos. No tengo el número específico, pero fueron muy pocos. La gran mayoría de las escuelas permanecieron abiertas. 

El modelo sueco

Si bien los establecimientos escolares no dependen directamente del estado nacional y la aplicación de las medidas varió de un lugar a otro, la Agencia de Salud Pública realizó una serie de recomendaciones que se debían seguir para evitar la propagación del COVID-19. "Por ejemplo, aumentar la distancia entre los escritorios de las aulas y los asientos de los comedores”, dice Love Wennemo Lanninger, miembro del Departamento de Análisis de la Dirección Nacional de Educación, consultada por Forbes. “También evitar las reuniones de niños y alumnos en los pasillos o en los auditorios. Evitar eventos con mucha gente como conciertos, encuentros con alumnos y padres, etcétera. Y tratar de organizar actividades al aire libre, tanto en el preescolar como en la escuela, evitando los contactos estrechos". 

Más allá de los esfuerzos, se produjeron brotes importantes en algunas escuelas. 

Uno de los más graves ocurrió en el municipio de Skellefteå, ubicado en el norte del país, a casi 800 kilómetros de Estocolmo. Un docente murió de COVID-19 y se contagiaron 18 de los 76 miembros del personal en este establecimiento al que asisten 500 estudiantes, que debió cerrar durante dos semanas por la gran cantidad de bajas. 

"Hubo un incremento del ausentismo, muy probablemente, debido a que tanto entre los maestros como entre los estudiantes de las escuelas muchos se quedaban en sus casas por estar enfermos o por tener síntomas”, admite Lanninger. “El ausentismo aumentó principalmente al principio de la pandemia, pero más tarde, en la primavera, alcanzó niveles más normales". 

El documento conjunto elaborado por la Agencia de Salud Pública de Suecia y el Instituto Finlandés de Salud y Bienestar llega a la conclusión preliminar de que los docentes no fueron especialmente afectados por el coronavirus en Suecia. 

Entre los 157.263 de preescolar, solo se registraron 192 casos positivos y el índice de riesgo en comparación con otras profesiones fue de 0,9 -1 sería el nivel promedio para todos-. Entre los 105.418 maestros de escuelas primarias, se detectaron 160 casos, y el índice de riesgo fue apenas superior: 1,1. 
?Antes mencionaba la preocupación de los sindicatos docentes por el temor al contagio de sus afiliados y por la demanda de trabajo extra. Ese es uno de los mayores obstáculos que están enfrentando hoy los gobiernos de muchos países que quieren reabrir sus escuelas. ¿Cómo hicieron para contener las inquietudes de los maestros? 

La estrategia se basó en acordar qué era lo mejor para los niños y para el país, porque si hay muchos menores que tienen que quedarse en sus casas los padres no pueden ir a trabajar. Y ahí aparece otro problema, porque si los padres no pueden quedarse les piden a los abuelos que cuiden a sus nietos, lo que implica que corran mayores riesgos muchas personas de más de 70 años, que son un grupo especialmente vulnerable a este virus. Cuando la Agencia de Salud vio que el riesgo era muy bajo para los niños más pequeños, decidió que era mejor que fueran a la escuela. Así que la estrategia fue decidir lo que era mejor para la sociedad y explicar por qué. Y la verdad es que hubo mucho consenso en el sector educativo respecto de que fue una buena decisión. Los maestros comprendieron los argumentos a favor de mantener abiertas las escuelas, pero claro, como son un sindicato, también tenían que mencionar cuáles eran los riesgos.

¿Cómo fue el trabajo de ustedes como Inspección de Escuelas para supervisar que se estuvieran tomando las medidas adecuadas? 

Nosotros mantuvimos las inspecciones, aunque tratamos de que fueran más suaves y a través de herramientas digitales, para no incrementar el riesgo de propagación del virus. Pero no nos centramos en el cumplimiento de las restricciones sanitarias, porque eso es competencia de la Agencia de Salud. 
Nosotros controlamos cuestiones ordinarias vinculadas a los aspectos pedagógicos, al cumplimiento de la currícula. Aunque también verificamos que cuando se resolvía el cierre de una escuela por motivos sanitarios la decisión estuviera justificada. Si había un documento firmado por un médico afirmando que había un brote muy extendido y que muchos docentes no podían ir a trabajar, el cierre estaba bien. Pero no era correcto un cierre solo porque mucha gente estaba preocupada o algo así. De todas maneras, nos enfocamos mucho en supervisar la escuela secundaria superior para escrutar cómo se llevaron adelante las clases a distancia. Con el otoño, vamos a volver a inspeccionar con procedimientos más normales.

¿Por qué siguieron un abordaje diferente con las escuelas secundarias, que sí decidieron cerrar? 

Sí, las escuelas secundarias superiores, a las que concurren los jóvenes a partir de los 16 años, permanecieron cerradas durante la primavera, desde marzo hasta el verano, por recomendación de la Agencia de Salud. Como son alumnos más grandes, viajan en tren, en tranvía o en autobús, al igual que los trabajadores, y se quiso evitar que se acumulara mucha gente en el transporte público. Por eso, también recomendaron que las universidades estuvieran cerradas. Pero ahora van a volver a abrir. 

¿Van a regresar con protocolos especiales o la idea es que las clases vuelvan a ser como eran antes de la pandemia? 

Los alumnos de las escuelas secundarias superiores van a volver a las escuelas con muchas restricciones, van a tener que mantener la distancia, lavarse mucho las manos y evitar juntarse en grupos en los que estén muy pegados unos a otros. 

Pero la decisión es que regresen porque es muy importante que vuelvan a educarse de una manera más normal. La educación tiene otra calidad cuando se desarrolla en la escuela, además de lo importante que es en términos sociales. Estos beneficios fueron sopesados junto a los riesgos que esto implica, y el balance final fue que lo mejor era que los estudiantes secundarios retomen las clases presenciales. 

¿Cómo repercutió en los adolescentes tanto en términos educativos como psicológicos no haber podido ir a la escuela todos estos meses? 

Muchos estudiantes estuvieron muy decepcionados por no haber podido ir a la escuela durante la primavera. A muchos jóvenes de 16 años les costó entender por qué ellos no podían ir cuando los de 15 estaban yendo. Por otro lado, muchos alumnos de tercer año del secundario, que cuando terminan dan un examen, estaban muy desilusionados por no poder darlo y por no haber podido hacer una celebración como se acostumbra. Así que claro, extrañaron la escuela, a sus amigos y a los docentes. El período del coronavirus ha sido duro para estos estudiantes. 

¿Qué es lo que piensa cuando ve que tantos países llevan cinco meses con las escuelas totalmente cerradas y que ni siquiera tienen planes de reabrirlas en un futuro cercano? Sobre todo, cuando se trata de países en los que, a diferencia de Suecia, las clases online son una utopía por los problemas de conectividad que enfrenta la mayoría de los estudiantes. 

Cada país tiene que llevar adelante su propia estrategia y la propagación del virus puede ser diferente en cada lugar. La salud es siempre una prioridad para la población, así que todos tienen que escuchar lo que dicen sus agencias de salud. 

Pero, por supuesto, cerrar los colegios durante cinco meses tiene muchos efectos negativos. La escuela es muy importante para los niños. No solo para aprender, sino también por razones sociales. Así que espero que su estrategia ahora sea buscar la manera de volver a las aulas y encontrar el modo de compensar a los niños por lo que perdieron en términos sociales y de conocimiento. Porque hay niños de ciertos grupos socialmente vulnerables que pueden haber visto su salud afectada, por no tener la comida adecuada en sus casas y por vivir en sectores que enfrentan muchas privaciones, donde el Estado es muy débil. Hay muchos estudios recientes de la OCDE sobre lo que estuvieron haciendo los distintos países en este período, que muestran que hay problemas de aprendizaje cuando se compara con la educación normal, que hay brechas digitales, porque muchos estudiantes no tienen la infraestructura en su casa, y que también hay problemas sociales. Así que creo que todos los países que cerraron sus escuelas deberían tratar de reabrirlas. 

Si tuviera que resumir cuáles son las principales consecuencias negativas de mantener los colegios cerrados durante tanto tiempo, ¿qué diría?  

Lo que puedo decir de lo que pasó en Suecia con las escuelas secundarias, que estuvieron cerradas, es que para los docentes y los directores se hizo muy difícil cumplir con la misión social de la escuela. También que los niños con necesidades especiales, o que requieren de un apoyo adicional porque tienen malas calificaciones, pueden terminar dejando la escuela. Fue muy difícil apoyar desde las casas a alumnos con autismo o con ciertas discapacidades, algo que resulta mucho más sencillo si van a la escuela. Por otro lado, tuvimos muchos problemas con la educación vocacional, para los jóvenes que quieren ser peluqueros o carpinteros, por ejemplo. Hay cuestiones prácticas que muy difícilmente puedan desarrollarse desde la casa.

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