El presidente Javier Milei llegó al poder hace casi dos años con una plataforma radical de reformas de libre mercado. Argentina sufría una inflación paralizante. Su banco central estaba imprimiendo dinero a lo loco para cubrir los déficits masivos de un gobierno de tamaño obsceno.
Milei era un outsider (ajeno a la política tradicional) muy franco que defendía sin vergüenza las virtudes del capitalismo. Para sorpresa de la clase política corrupta, obtuvo una asombrosa victoria inesperada en las elecciones presidenciales, prometiendo recortar el tamaño del sector público y, lo más audaz, reemplazar el desacreditado peso con el dólar estadounidense. El banco central sería cerrado.
El éxito económico de Milei es clave porque sería un modelo que desacreditaría la tendencia autoritaria de extrema izquierda en América Latina y en gran parte del resto del mundo.
Como presidente, Milei no perdió tiempo en usar una motosierra en el sector público, recortando gastos y reduciendo drásticamente el tamaño de la burocracia. El presupuesto se equilibró rápidamente y la inflación se desplomó. La economía volvió a la vida.
Pero ahora Milei está en serios problemas. Su influyente hermana está involucrada en un escándalo de corrupción. El crecimiento se está desacelerando y la inflación está repuntando. El partido de Milei sufrió una paliza en la gran provincia de Buenos Aires. Se están desarrollando disturbios y manifestaciones, alentados por una oposición que huele sangre.
En las críticas elecciones legislativas del próximo mes, la oposición podría ganar suficientes escaños para destruir las reformas de Milei. Como resultado, el peso ha sido atacado. La incertidumbre ha estancado la inversión empresarial.
Milei pidió a EE. UU. un rescate financiero de US$ 20.000 millones, y la Administración Trump dice estar lista para ayudar. La Casa Blanca no quiere ver fracasar a un amigo del libre mercado. El posible rescate ha aliviado los ataques contra el peso.
Desafortunadamente, todo esto ignora el profundo error que Milei ha cometido desde el primer día: no reemplazar el peso con el dólar. Con la posible excepción de Zimbabue, ningún otro país destrozó tan rutinariamente su moneda a lo largo de los años como Argentina.
Las naciones latinoamericanas de El Salvador y Ecuador dolarizaron con éxito sus economías a principios de este siglo. Incluso sus gobiernos de izquierda, cuando estuvieron en el poder, no han traído de vuelta sus antiguas monedas.
La cruda verdad es esta: un gobierno puede hacer las cosas bien en materia de gasto, regulación e impuestos, pero si no logra una moneda estable, su economía sufrirá.
Milei, lamentablemente, fue persuadido de escuchar al FMI, una agencia que prescribe rutinariamente devaluaciones monetarias inflacionarias. Increíblemente, personas que deberían tener mejor criterio creen que las devaluaciones son esenciales para la estabilización económica, lo que es como decir que la cura para la neumonía es arrojar a los pacientes a la nieve.
La salvación de Milei es clara: deshacerse del peso. Durante el período de transición, el banco central, que pronto será cerrado, debería comprar pesos para reducir la oferta monetaria, lo que frenaría cualquier resurgimiento de la inflación.
Luego, Milei debería apostar por una reforma fiscal seria introduciendo un impuesto de tasa única con una alícuota baja (low-rate flat tax). Esto es lo que hicieron con éxito en la década de 1990 las naciones de Lituania, Letonia, Estonia y Bulgaria, que padecían una inflación similar. También debería deshacerse permanentemente de los impuestos a la exportación de Argentina, que son contraproducentes.
Mientras tanto, la Administración Trump debería reducir los aranceles a Argentina y negociar un acuerdo de libre comercio.
Los mercados libres funcionan cuando se les permite. Siempre.