Como todos los momentos de drásticos cambios históricos, estos llegan sin anunciarse y, cuando la enorme ola se retira, deja restos inesperados sobre la arena social. ¿Qué es lo que quedará tirado sobre la playa y qué es lo que permanecerá en pie después de la pandemia del COVID-19? Abundan los presagios y augurios sobre la vitalidad relativa de las actuales costumbres sociales. De hecho, se habla de una nueva normalidad. Lo que parece destacarse en el medio de esta crisis es que el virus afecta a las personas ancianas con más intensidad, sin tener claro, todavía, el significado de este ensañamiento. De la misma forma que no se conoce por qué afecta más a los hombres que a las mujeres, como tampoco se entiende por qué el H1N1 afecta más a los niños, y otras enfermedades a los más jóvenes.
Lo cierto es que las personas mayores entraron en la agenda mundial sin matices. Podría decirse que lo que tomó mayor visibilidad fueron los aspectos negativos y la vulnerabilidad de este grupo demográfico. La información que recorre el mundo refuerza el viejismo, los prejuicios, el temor, y una fragmentación del espejo social que muestra las perspectivas más dramáticas del envejecimiento.
Pero esta irrupción de la vejez en los medios de comunicación es una buena oportunidad para generar una conversación sobre lo que se aprendió a través de los rápidos cambios demográficos. Este aprendizaje incluye el conocimiento científico sobre el bono demográfico, una nueva comprensión del envejecimiento individual y, no menos importante, la comprobación de los equívocos y las falacias frente a la nueva realidad del envejecimiento.
Los datos indican que hay un proceso generalizado de aumento de casi 30 años de vida que se comienza a llamar “la revolución senior” (“the silver revolution”). En Argentina, en un siglo, la esperanza de vida aumentó 27 años, hay 6.000.000 de personas mayores de 60 años. Hay incluso 3.500 adultos de más de 100 años. Según datos recientes, las personas mayores de hoy son más sanas, más educadas y vitales que sus padres. Al mismo tiempo, existe un envejecimiento del envejecimiento y una feminización de la vejez. Los datos generales indican que, dentro de las personas mayores de 60 años, un 43% son varones y un 57% mujeres. El INDEC muestra que, en las personas con 60 a 64 años, hay 88 varones por cada 100 mujeres. En los de 80 y 84 años hay 55 varones por cada cien mujeres y, al llegar a los 100 años y más, hay 29 varones por cada 100 mujeres.
En este contexto, el modelo actual de la vejez no solo atrasa y resulta erróneo en sus premisas, sino que tiene consecuencias negativas. Genera temor y rechazo, confunde a los propios sujetos longevos y genera sufrimiento individual y social innecesario, obstaculiza la creatividad de la sociedad civil y detiene la innovación económica, empresarial, gubernamental y comunitaria.
Según estimaciones del INDEC, los mayores de 80 casi se duplicarán en el país en los próximos 20 años. Frente a este aumento de la duración de la vida surgen nuevas necesidades de innovación, creatividad, y a nivel global nace la economía de la longevidad. Expertos que estudian el fenómeno aseguran que cumplir años será el mayor estímulo para el crecimiento del PBI. “El futuro está en la gente con pasado”, establecen. Se indica que si la silver economy fuera una nación, sería la tercera economía más grande del mundo, solo por detrás de Estados Unidos y China, según recoge el informe The Silver Economy (Comisión Europea, Technopolis y Oxford Economics), que tiene en cuenta la población mayor de 50 años. Su gasto crecerá un 5% anual, hasta los 5,7 billones de euros en 2025. En esa fecha, supondrá el 32% del PBI de la UE y el 38% del empleo, con 88 millones de nuevos puestos de trabajo.
Frente a este panorama, las empresas argentinas tienen pocos espacios de reconocimiento de las experiencias existentes o de elaboración de propuestas innovadoras con un enfoque práctico. Pero es imprescindible incorporar el nuevo modelo de vejez como parte del negocio y crear compañías que se focalicen de manera exitosa en el mercado de los adultos mayores.
Resulta fundamental promover la inserción laboral rentada o voluntaria de las personas mayores e incentivar la economía plateada (silver economy), los servicios, programas de desarrollo y acompañamiento para una buena longevidad y los negocios amables con las edades avanzadas (agefriendly business).
La diversidad generacional (generational diversity) permite modelos más eficaces de organización social. Como así también, en el plano territorial municipal, son pioneras las comunidades amigables con las personas de edad avanzada (agefriendly communities).
Algunas firmas locales incluyen la diversidad generacional dentro de los programas de inclusión, o valoran a las personas mayores en distintas posibilidades de trabajo, capacitación y sensibilización a niveles gerenciales y de áreas de atención al público. Pero ¿por qué no generar otras opciones que, en nuestro medio, son áreas de desarrollo relativó En el contexto de esta pandemia, ¿qué hubiera pasado si se lograba antes una reducción significativa de la brecha tecnológica o el incremento de la bancarización de las personas mayores? Es una ocasión inmejorable para que bancos privados y públicos no desestimen el potencial de la economía plateada y la promuevan.
El papel de las personas mayores como consumidores y protagonistas que agregan valor social, económico y político es una realidad en construcción. Consolidarla requiere compromiso con la acción colaborativa y la propia capacidad transformadora de personas mayores, empresas, organizaciones sociales y gobiernos. La tarea de difundir una postura crítica hacia el paradigma establecido de la vejez como una etapa dependiente, vulnerable, receptora de ayuda y asistencialismo (va más allá de superar el viejismo) pareciera ser algo estratégico para la sostenibilidad económica de largo plazo.
Nada garantiza que el tsunami del COVID-19 traiga nuevos horizontes organizadores del propósito social, pero se experimenta una sensación colectiva de urgencia por salir adelante. Hay una cautelosa esperanza de que esta ola arrastrará el paradigma residual de la vejez y lo emergente serán relaciones de reciprocidad positiva entre todas las edades.
Por Mercedes Jones Dra. en Ciencias Sociales y vicepresidente del Consejo de Profesionales en Sociología