Sus comidas favoritas (el mate cotidiano, las empanadas de su abuela, el chipá y los alfajores) no fueron un detalle menor, sino una expresión coherente de su papado: humilde, cercano y profundamente humano.
El juego del calamar inspira colaboraciones gastronómicas que convierten la oscuridad de su narrativa en experiencias de consumo innovadoras y accesibles.