¿Cómo nos reconciliamos con nuestra imagen?

En algunos de sus cuentos, Oscar Wilde puso en evidencia cómo nos cuesta aceptar la imagen que el espejo nos devuelve. Pero no se refería únicamente a nuestro físico sino también a nuestras acciones. Revisarnos siempre es una tarea incómoda, asumir nuestros errores, entender nuestras falencias. A nadie le gusta hacerse cargo de sus defectos, sin embargo, es muy necesario hacerlo si queremos mejorar. Además, lo que hagamos con nosotros mismos impacta inevitablemente en otros, y es nuestra decisión si queremos que ese impacto sea positivo o negativo.

Si abrimos la mirada y vemos lo que sucede a nivel país es evidente que no estamos siguiendo el mejor camino, o el mejor reflejo. Tenemos que ser conscientes que los espejos muestran cada una de nuestras aristas, pero está en nosotros como país y sociedad querer vernos como “los mejores del mundo” cuando avanzamos de fase en un campeonato deportivo o como “el eterno ciclo de crisis” cuando miramos únicamente nuestros fracasos políticos/económicos. 

Argentina no es la única que atraviesa estas dificultades, es algo generalizado que se evidencia en el contexto político y social regional. Llevamos años inmersos en esta situación, lo que nos lleva a alejarnos de nuestra esencia y nuestros propios deseos, quedando atrapados entre el deber ser y lo que en realidad somos.

 

Ya lo auguraba Orwell cuando decía que la decadencia de la sociedad llevaría a la destrucción de todos los espejos. Pero si realmente queremos cambiar los aires trágicos en los que estamos inmersos, no debemos romperlos. Debemos usarlos, con honestidad, sin distorsionar la imagen.

Desde una mirada tan macro, podemos pensar que nuestras acciones no tienen ninguna importancia o que no podrían generar ningún cambio. Sin embargo, no somos meros espectadores, sino que somos una parte fundamental y todo lo que hagamos cuenta. Si pudiéramos unir nuestros esfuerzos y ganas de progresar no hay dudas que podríamos salir adelante, pero para ello debemos ser críticos con nosotros mismos. 

Las soluciones transitorias que ponen parches aquí y allá no funcionan. Eso ya lo pudimos ver en todos estos años de medidas fugaces que producen alivio por un tiempo hasta que nos devuelven al mismo lugar donde comenzamos, evadiendo toda solución real. El primer paso para encontrar caminos posibles que nos acerquen a un contexto más estable y favorable es que, como sociedad, no intentemos alterar la imagen que el espejo nos muestra. Desde ahí podremos empezar a entender en qué estamos fallando y cuáles son las acciones que repetimos en vano sin ningún resultado. En definitiva, qué podemos cambiar para cambiarnos.

 

Más allá de distinguir nuestros puntos negativos, tener una mirada realista sobre nosotros nos va a permitir entender también nuestras ventajas, medir nuestro potencial y encontrar la forma de avanzar juntos en la misma dirección. Por más que estemos atravesando tiempos difíciles y no logremos verlo, compartimos cualidades, valores y rasgos que conforman la idiosincrasia de nuestro país. Es desde allí que podremos comenzar a construir un futuro en el que todos tengamos el lugar que merecemos y podamos realizarnos.

Vivir de crisis en crisis no nos permite ver salida, pero si vemos la crisis como una oportunidad de comenzar de nuevo, todo toma otro color. Quizás sea lo que necesitamos para arriesgarnos a probar nuevas fórmulas que nos lleven a progresar como país. Tomar consciencia de nuestra situación y hacer este ejercicio de revisarnos, por más incómodo que pueda ser, es el puntapié inicial para lograr el cambio profundo que buscamos.

Mientras sigamos evitando vernos en el espejo y no seamos honestos con nosotros mismos, seguiremos repitiendo la misma historia una y otra vez. Aún estamos a tiempo de redefinirnos y construir los caminos que nos lleven a ser ese país que tanto anhelamos. Mientras trabajamos en ello hay que tener muy clara nuestra imagen y cuidarnos de no caer en soluciones mágicas que se terminan esfumando y dejándonos a la deriva.

 

*La columna fue escrita por Marcos Victorica, CEO de BAS Storage, economista y escritor.