Forbes Argentina
293032_exceso
Editorial
Share

01 Abril de 2020 15.46

Intoxicados con toneladas de datos, teorías, anécdotas, reflexiones, consejos, de miles y miles de personas, cada una queriendo participar para no quedarse afuera de la conversación.

Por Cristian Marchiaro (*)

Pocas veces nos toca a la humanidad enfrentar situaciones tan extremas como una pandemia. En momentos como este nos sentimos expuestos casi íntegramente, porque cambia el eje de nuestras vidas y se rompe el equilibrio de la propia existencia, de la de nuestra familia, de colegas y amigos. De nuestro entorno personal y profesional. Cuando se calla todo el ruido exterior, nos toca aprender a estar de nuevo con nosotros mismos, a tolerarnos y a convivir con el olvidado silencio.

Llevamos días y días de aislamiento. Nos preocupa el futuro, sobre todo el inmediato.

Pero hay otro enemigo silencioso. Una pandemia tanto o más grave, que no es estacional, que no tiene ciclos ni picos. Una pandemia dentro de otra pandemia que no distingue adultos mayores de niños. Que alcanza a todos. Que no se va con lavandina ni alcohol.

Hablamos de una pandemia de la que nadie nos protege. Y donde el aislamiento es inútil. Es ni más ni menos que una pandemia de información. Intoxicados con toneladas de datos, teorías, anécdotas, reflexiones, consejos, de miles y miles de personas, cada una queriendo participar para no quedarse afuera de la conversación. Competimos incluso por la primicia, como si fuera lo más importante.

Ante esta batalla despiadada por la cantidad, por los clicks, por la popularidad, es difícil mantener la calma y pensar con claridad. Se mezclan las prioridades con las urgencias, aparecen las ansiedades y la angustia.

Es difícil saber cuándo apagar el televisor o la radio, dejar el teléfono arriba de la mesa, silenciar whatsapp y “salir” de las redes. Porque no queremos escuchar ni saber más, pero tampoco perdernos de nada.

Pero calma, hay un antídoto. Existe algo que funciona como una cura a esta pandemia, una especie de vacuna. Y esta es gratis, no necesita de licencias ni permisos. Es accesible para todos. Es lo único que nos puede proteger: la Comunicación. La buena comunicación, bien hecha, en estado puro, ayuda a bajar la ansiedad. Nos blinda. Funciona como un tamiz para dejar de lado lo irrelevante, para priorizar y acomodar los pensamientos. Nos ayuda a formar opiniones más sólidas, con sustento. A desarrollar ideas propias. A debatir con argumentos y a discutir buscando construir conocimiento colectivamente. A consensuar un plan de comunicación global y colaborativo.

Y en esta carrera por una cura a esta enfermedad, cada uno debe hacer su parte. Las empresas, eligiendo bien qué comunicar, en qué momento, sin querer sacar provecho de la desesperación o evitando simplemente querer figurar. El gobierno, llevando tranquilidad a todos los sectores de la sociedad sin pecar de oportunista, arrogante ni intentando desviar la atención. Los consumidores, eligiendo las fuentes de las que nos nutrimos y siendo responsables en lo que compartimos. Los consultores, asesorando responsablemente a nuestros clientes, buscando ser creativos, pero a la vez pragmáticos. Las organizaciones de tercer sector, y la Iglesia, poniendo orden, aportando claridad y ordenando la enorme cantidad de buenas causas que aparecen día tras día.

En una pandemia como esta, la comunicación no es sólo importante, es decisiva. Debería funcionar como el tálamo de nuestro cerebro, como un verdadero interruptor de la conciencia que nos ayude a tomar la decisión correcta, a cada uno desde el lugar que nos toca. Porque cada mala decisión es una ventaja más para la pandemia, son nuevos casos de infectados, es darle más chances de que el pico llegue antes. Y no todos estamos preparados.

Cuando el tiempo pase y de a poco volvamos a la anormalidad de nuestras vidas, habremos aprendido una gran lección. Pero si no lo hacemos a tiempo, las secuelas serán eternas y el daño irreparable.

Es sabido que muchas veces necesitamos de situaciones extremas para lograr un cambio profundo y duradero. Son situaciones indeseables, inesperadas, pero necesarias. La pandemia COVID-19 nos está poniendo un gran desafío por delante, nos da una oportunidad única para que juntos podamos crear una vacuna, para inocularnos y finalmente desarrollar anticuerpos.

Tomar conciencia nos puede elevar, hacer más responsables, romper con la lógica del paradigma actual de generación y consumo de contenidos. Quizás en un futuro cercano, cuando salgamos del encierro y dejemos pasar los días, miremos para atrás y recordemos esta pandemia como el momento en el que entendimos que la información es de todos, pero las ideas son nuestras. Y la comunicación es la mejor forma de mantenerlas con vida.

(*) Fundador de HORSE y Miembro del Comité Global de Innovación de LLYC.

loading next article
10