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Editorial
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02 Diciembre de 2019 09.20

Oriundo de la tierra productora de cuchillos, con veinte años y la responsabilidad de encontrar un nuevo punto de apoyo para impulsar a la familia, Gustav Breuer arribó a Buenos Aires en tiempos en que se buscaba dar un marco constitucional a la República.

En Solingen, Alemania, quedaron sus padres y hermanos. Se desconocen sus primeras actividades, pero es posible imaginar su juvenil fuerza de voluntad para emprender desafíos. Apenas llevaba alrededor de cinco años en la Argentina cuando contrajo matrimonio con Eladia Marino Barrios. Fueron padres de María Guillermina (1862), Pedro Alberto (1865) y Carlos  Federico (1866). El grupo familiar vivió primero en la calle Chile, a metros de la actual Paseo Colón. Luego se mudaron a una cuadra, sobre México.

En esos años llegaron dos hermanos mayores de Gustav, Carlos Julio y Roberto. Se constituyó la compañía Breuer Hermanos, dedicada a la introducción de champañas y coñacs franceses, además de máquinas de coser. Con los años, incorporarían maquinaria importada de los Estados Unidos. Pero el punto de inflexión fue una solicitud que recibió Gustav de un inventor en 1869 para que lo representara ante las autoridades. Aún faltaban siete años para que comenzara a funcionar el registro de patentes, y Breuer ya se ocupaba de esos temas.

Gustav concentró sus esfuerzos en el estudio de legislación y jurisprudencia referidas a la propiedad industrial. La notoriedad llegó de la mano de la protección de marcas y patentes, una compleja rama del derecho, ya que la propiedad intelectual implica que los clientes confíen a sus abogados secretos de sumo valor. Breuer logró ser confidente y artífice de empresas emergentes que durante décadas le devolvieron aquella fidelidad  con  creces.  Por  su  despacho  fueron apareciendo clientes de lo más promisorios, como John H. Kellogg en una tarde de 1901, solicitando la protección de un producto alimenticio. También Guglielmo Marconi, el inventor de la radio, quien deseaba tramitar la patente de anexa a la telegrafía sin hilos.

Las marcas proliferaban al ritmo del estudio Breuer, que acuñaba esos registros en su biblioteca como cuadros de honor en una pared: ginebra Llave, ginebra Peters, bizcochos Canale, gomina Brancato.

Sus hijos Gustavo y Pedro siguieron adelante con el mismo empeño cuando Gustav murió a principios del siglo XX. Continuaron con el legado de confidencialidad con las compañías que debían proteger sus marcas cuando llegaban al país, como Pepsi, L?Oréal, General Motors o Volkswagen, ya centenarias en los registros argentinos.

Breuer logró ser confidente y artífice de empresas emergentes que le devolvieron aquella fidelidad con creces

El estudio se impuso como una firma generadora de casos que sentaron jurisprudencia y son estudiados en la facultad de Derecho como leading cases. Entre los primeros, se recuerda la defensa del Té Sol ante la aparición de un competidor que pretendía comerciar el Té Luz, en 1901. Más cerca de nuestro tiempo, en 1986, el estudio representó a Christian Dior versus Mampar, que pretendía comercializar mamparas marca Dior. La firma francesa no se había registrado en la categoría de mamparas y fueron los Breuer quienes demostraron, ante la Corte, que existía un perjuicio para su cliente.

El portfolio del estudio Breuer continúa en expansión y en sus escritorios podemos encontrar a representantes de la sexta generación del hombre que acompañó con honor algunas de las invenciones y marcas más geniales que, en parte gracias a su gestión, lograron consolidarse.

Por Daniel Balmaceda, Periodista y miembro titular y vitalicio de la Sociedad Argentina de Historiadores.

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