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Editorial
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16 Abril de 2020 11.27

Estamos en el medio de una crisis planetaria de dimensiones históricas, quizás la mayor en la historia del capitalismo.

Permítanme poner el énfasis en tres palabras de la oración anterior: “en el medio”; la batalla se libra primero en el terreno sanitario y su impacto económico está en constante movimiento.

En toda gran crisis, los líderes toman decisiones políticas sobre el rumbo y la orientación de la reacción. El presidente Alberto Fernández fue preciso al respecto: el primer valor que tenemos que defender colectivamente es el de salvar vidas. Y esa decisión no se contrapone con sostener la economía, porque sin vida no hay economía.

La decisión no es menor: solo el Estado puede tomarla. Y allí reside un segundo mensaje clave: nos tenemos que salvar todos, porque cuando el Titanic golpea contra el iceberg de nada sirve tener el mejor camarote. Hoy vemos que, a medida que se globalizan el virus y el temor, la globalización paradójicamente se repliega, y son los estados nacionales, que muchos se apresuraron más de una vez a dar por muertos, quienes guían las respuestas para proteger a sus ciudadanos.

Una crisis inédita como esta no viene con una hoja de ruta. Pero desde que fuera decretado el aislamiento social preventivo y obligatorio el 20 de marzo, el Gobierno nacional ha tomado medidas destinadas a sostener tanto el consumo de la población como la vida de las empresas, tanto las que están trabajando como parte de los sectores esenciales como aquellas que están paradas en virtud de la cuarentena. Como es la norma desde que asumió el nuevo gobierno, la acción sigue el principio de solidaridad: llegar primero a los eslabones más débiles de la cadena para así reforzar al conjunto.

En este momento de incertidumbre, las pymes son uno de esos eslabones. Nuestras empresas vienen de dos años de recesión, inducidas por políticas que priorizaban la valorización a través de la especulación financiera por sobre la inversión productiva y el trabajo. Cuando las políticas favorecen la mera reproducción del dinero, dejan de lado a los actores de la economía real, los que dan empleo y producen. Es como enamorarse de una sombra y olvidarse del árbol que la genera.

Dos años es mucho tiempo en la vida de una empresa que paga salarios todos los meses. Pero lo que vivimos ahora en tiempos de pandemia no tiene precedentes: pasar a facturar cero de la noche a la mañana no ocurre ni en tiempos de guerra (quizás todo lo contrario). Ante ese escenario, es comprensible que cualquier medida parezca insuficiente y tardía, y seguramente el próximo paso sea llevar adelante políticas más agresivas, de mediano plazo y creativas, según cómo se vaya definiendo el curso de  la  acción sanitaria. Pero  la decisión política de no dejar caer a las pymes está, no solo por un mandato político y ético, sino porque en ellas reside gran parte de la fuerza que va a ser necesaria para retomar el camino de la recuperación que se había iniciado cuando irrumpió la pandemia.

Desde mi lugar como presidente del Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE), estamos haciendo un aporte concreto para volver a orientar al sistema financiero hacia la producción. Soy empresario textil hace más de tres décadas y conozco bien la realidad de nuestras empresas en la carrera de obstáculos que significa producir en un país en el que las crisis macroeconómicas son frecuentes y profundas. Por eso lanzamos primero una línea de crédito para capital de trabajo a una tasa del 19%, 12 meses de plazo y hasta seis meses de gracia, para que las pymes puedan pagar salarios y otras obligaciones en la emergencia. Además, a través de BICE Fideicomisos, estamos administrando un Fondo de Garantías (Fogar) de $ 30.000 millones que aportó el Ministerio de Desarrollo Productivo para que los bancos entreguen créditos por hasta $ 120.000 millones, garantizados por el Estado como parte de la política del Banco Central para liberar fondos por $ 320.000 millones en créditos.

Nada de esto es el final del camino, sino apenas el comienzo de una crisis que será larga y cuya dinámica es impredecible. A las empresas y a las pymes en particular les decimos que no bajen los brazos, porque son el corazón del proyecto de desarrollo que tiene que encarar Argentina. El Estado tomó la decisión política de acompañarlas, usar todas las herramientas a su alcance y crear nuevas donde haga falta para atravesar esta crisis. De cómo salgamos de ella, todos juntos, dependerá nuestro futuro.

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