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01 Abril de 2020 15.00

Existe un debate que activa el calendario escolar. Por un lado, el objetivo del sistema educativo, y por el otro, las expectativas de la sociedad. Desafíos e interrogantes en la era de la tecnología.

Los tiempos cambiaron (y siguen haciéndolo). En el siglo 20 se educaba para alfabetizar. Hoy el panorama es muy diferente, quizás impensado para aquel entonces. Podemos comunicarnos con otra persona ?que puede estar incluso en otro continenté a través de un mensaje de audio, sin saber leer o escribir, sino simplemente mediante la interpretación de íconos en una pantalla que ya se convirtieron en un alfabeto universal. Estamos frente a dispositivos que nos  educan  desde  la  experiencia e influyen en la cantidad y calidad de información que consumimos.

La tecnología tiene en su ADN la iteración constante, la novedad como un valor y la actualización como una característica. Durante los últimos años, emergió como posible solución al upgrade del sistema educativo ?o de puente entre el mundo productivo y el mundo educativó la posibilidad de dotar las aulas de tecnología. Pero quienes tienen la tarea de educar se preguntan constantemente: ¿cómo enseñar con algo que cambia todo el tiempó ¿Qué hay que enseñar? ¿Cuál es el impacto de enseñar  con  pantallas y cómo se midé Y si sale “mal”, ¿quién es responsablé

Es legítimo preocuparse por la conexión entre el mundo educativo y el de “afuera”, con todas sus capas, en el que se encuentran conceptos como el de Economía 4.0, para dar cuenta del dinamismo y el impacto de la tecnología con toda su capacidad porosa. Comienzan a surgir interrogantes como para qué tipo de trabajos estamos formando o para qué formas de ciudadanía estamos enseñando. Con el surgimiento de empresas tecnológicas como Cambridge Analytica ?que influyó de manera radical en la comunicación en los procesos electorales?, este tipo de preguntas se vuelven urgentes y necesarias, aunque poco ejercitadas en espacios educativos formales. La tecnología avanza más rápido que las leyes o las normas, y eso requiere repensar habilidades y competencias, más que contenidos o conocimientos.

No hay dudas de que la tecnología generó un antes y un después en la educación. Y este cambio de paradigma no solo se da desde las herramientas, sino también desde el proceso de aprendizaje y la formación de los docentes. Pero, asimismo, se evidencia en una persistente brecha de género que también se traslada al ámbito tecnológico-educativo. Rara vez la gente se pregunta quién diseñó la app que usa todos los días. Según datos de 2019 correspondientes a IBM, el 89% de lo que hacemos en Internet tiene que ver con una app, pero  solo  el  6% de ellas fueron desarrolladas por mujeres (Equals, 2019). Lo curioso es que cuando se habla de diversidad, y se hace foco en las mujeres, estamos ante uno de los casos más paradigmáticos. Si se realiza una comparación de la inscripción a carreras vinculadas a la tecnología en los años 70 y en la actualidad, nos encontraremos con que en ese entonces las mujeres eran mayoría y lideraban innovaciones, como lo que hoy conocemos como wi-fi. Sin embargo, hoy en Argentina las inscripciones no llegan al 16%.

Por otro lado, uno de los desafíos que tenemos en el país, y en la región, es poder vernos como productores de tecnología. No hay mucha historia previa en esta materia e incluso los polos tecnológicos son recientes. Y con los referentes que influyen en las decisiones de quienes proyectan estudiar una carrera o desarrollarse en este ecosistema, es muy difícil que pensemos en mujeres que innoven en la materia.

Y en ese horizonte el mundo educativo puede ser catalizador, no solo porque en el país casi el 77% de las personas que educan son mujeres, sino porque la inversión digital con enfoque de género en la región puede colaborar en la igualdad en otras áreas como la participación política y económica, y a la vez acercar una mayor diversificación racial, étnica, etcétera, que atraerá un mayor talento necesario para la innovación en el sector.

UNA EXPERIENCIA DE CODISEÑO CURRICULAR

Pero ¿qué enseñar? Durante el último tiempo, Chicas en Tecnología (Organización de la Sociedad Civil que desde 2015 busca cerrar la brecha de género en tecnología) trabaja tanto con el ecosistema emprendedor tecnológico como con el educativo para codiseñar una currícula integral, dinámica y flexible que pueda responder a contextos, experiencias y necesidades diversas a través de programas e iniciativas que se articulan con los espacios de educación formal y no formal. El objetivo es que adolescentes mujeres potencien sus experiencias formativas educativas  y puedan pasar de ser usuarias a creadoras de tecnología.

Hoy existen más de 250 soluciones tecnológicas desarrolladas por chicas de todo el país que van desde una app para facilitar el voto informado entre personas que ejercen su

derecho y deber ciudadano por primera vez hasta un sistema de comunicación alternativo para personas con autismo.

No importa la carrera, el trabajo o los roles sociales que cumpla esta nueva generación, todo estará atravesado por la tecnología, y uno de los aprendizajes con los que deberíamos contar es entender cómo funciona, dónde y para qué se crea. La tecnología, con un propósito co-construido en articulación con la educación, puede ser habilitadora de la integración social y económica, incluso resolver desafíos como el ejemplo del rol de las mujeres. Pero necesita del diálogo genuino, de las definiciones profundas, de la medición de impacto, de la apertura de datos, del trabajo conjunto de diferentes sectores. Algo que trasciende cualquier pantalla.

Por MG. Melina Masnatta emprendedora social (Ashoka fellow) en temas de Educación y Tecnología con perspectiva de género, Co-fundadora y Directora Ejecutiva de Chicas en Tecnología.

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