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23 Abril de 2019 15.09

El negocio de los juguetes sexuales ya mueve US$ 15.000 millones a nivel mundial, y se proyecta que para 2020 alcanzará los US$ 50.000 millones. La venta online como clave del boom global y los protagonistas de la oferta local.

La industria del sexo mueve millones. Se sabe, se supo y se seguirá sabiendo: a lo largo de la historia, el placer, el deseo y sus fetiches construyeron grandes imperios a su alrededor. Por caso, la industria cinematográfica del porno mueve, solo en Estados Unidos, unos US$ 20.000 millones por año. A la sazón, 546.000.000 millones de resultados llegan desde Google bajo la búsqueda de “sexo”. Y, como un gesto rutilante, en nuestro país, según el ranking de Alexa, el portal XVideos está en el puesto 18 entre las páginas más visitadas, apenas por debajo de los buscadores, de Facebook, de Instagram, del site de la AFIP y de algunos otros de noticias. Entre los tentáculos de este pulpo inconmensurable, lo que sucede ahora con los juguetes sexuales es de subrayar. Por estas pampas, siete de cada diez argentinos están interesados en utilizar juguetes eróticos, léase aceites, geles lubricantes, lencería, disfraces y vibradores, según la consultora IFD Social Media.

Los juguetes sexuales fueron ganando atención (y facturación) a medida que el público fue volviéndose más osado. Desde la revolución sexual de los 60 hasta hoy, la creciente conciencia sobre los espacios lúdicos y sexuales fue tal que los juguetes terminaron ayudando a que el mercado se expanda y desarrolle. La abundante información en línea, sumada a lo discreto de las compras web, terminó por activar al mercado. Según IFD Social Media, el 73,3% de las operaciones se efectúan a través de las tiendas online o redes sociales, mientras que solo el 26,7% restante se concretan en locales físicos o en reuniones de “tupper sex”. En un repaso veloz, una búsqueda de “juguete sexual” en Google arroja cerca de 8.840.000 de resultados. Y, ante la consulta por “vibradores” en Mercado Libre, aparecen unos 12.599 productos.

El fenómeno no llegó a su clímax: la investigadora de mercado británica Technavio predice que, para 2020, el universo de juguetes sexuales crecerá cerca del 7% con respecto a 2018. A su vez, Susan Colvin, responsable de CalExotics, empresa norteamericana que produce y comercializa juguetes eróticos, se expresa aún más optimista y asegura que “ahora es un segmento de mercado de US$ 15.000 millones, con proyecciones de que superará los US$ 50.000 para 2020”. Los juguetes por encima de los jueguitos: el mismísimo Fortnite, el videojuego más popular del mundo, obtuvo en 2018 ingresos por US$ 2.400 millones.

En Argentina, de acuerdo con IFD Social Media, el 69,4% de los encuestados (mujeres y hombres) se mostraron interesados en usar sex toys, mientras que un 45,6% reconoció haberlos usado y otro 23,8% dijo que “le interesaría mucho probar”, pero que todavía no lo hizo “por vergüenza a la hora de comprar” o “por temor a incomodar” a su pareja. El relevamiento también segmentó los resultados por género y edad, arrojando que, sobre el total de los interesados, el 44,2% corresponde a mujeres y el 25,2% a hombres, siendo la franja etaria de entre 25 y 55 años la que mostró mayor conocimiento e inquietudes sobre el tema.

Atentos a la tendencia, desde PRIME desarrollaron una serie de productos (que llaman “kits sensuales”) con sex toys, preservativos y folletines instructivos para el consumo masivo. “Se buscó una rápida incorporación en retail, y de manera casi inmediata fue aceptado por Farmacity y Pigmento. Después, con un buen esfuerzo comercial de nuestra parte, fue aceptado también por numerosas farmacias independientes”, cuenta Ariel Peralta, product manager de PRIME y SKYN.

Masajeador. Uno de los productos de Prime Fantasy, que se venden en cadenas de retail.

Los sex shops fueron víctimas de estigmas que tuvieron que sobrepasar. En ese sentido, canales modernos como el online y el mencionado acceso en las farmacias están teniendo mayor penetración que las vías tradicionales. “Uno puede pasar la vida sin pisar una tienda de este tipo, pero visita una farmacia o un supermercado al menos una vez por semana”, asegura Peralta. Eso acerca los productos al mercado y los conecta con los consumidores por medio de un canal masivo. “Se vende mucho online, todavía hay gente que no se anima a ir a las tiendas”, suma Francesca Gnecchi, de Erotique Pink, la primera boutique erótica femenina de Argentina, que fundó con una inversión inicial de $ 100.000 en 2017 y en 2018 tuvo ventas anuales por $ 500.000.

“Una marca conocida como PRIME facilita el acceso y disminuye la incertidumbre del público”, continúa Peralta. Sin embargo, para otro big player del rubro, el enclaustramiento del sex shop ya es parte del pasado. Flavia Luna, responsable del área mayorista de Buttman, importador de las mejores marcas de juguetes sexuales del mundo y uno de los grandes jugadores locales, apunta: “Los sex shops dejaron de ser cuevas porque el sexo dejó de ser tabú, y la gente va entendiendo que el sexo no es solo reproductivo o morboso. Las personas quieren sentirse cómodas en una tienda normal”.

Así y todo, salvo excepciones, en Argentina, el grueso de la cultura de los sex shops sigue relegada a las galerías comerciales. Pero la tendencia mundial es ir hacia los juguetes y a la educación, y las boutiques eróticas irrumpieron para ayudar a explorar la sexualidad y dar información. “Salimos del juguete que compra el hombre para que use la mujer”, sacude Gnecchi. A nivel global, estas tiendas comenzaron como nichos y se convirtieron en negocios millonarios. “Se empiezan a ver tiendas eróticas en los shoppings; yo vi algunas en España”, agrega la fundadora de Erotique Pink. En su local, el ticket promedio es de entre $ 5.000 y $ 7.000. “El cliente requiere mucho asesoramiento”, agrega Gnecchi. Para eso, complementa la experiencia con una plataforma de contenidos y venta online: durante 2018, la web tuvo unas 70.000 visitas anuales.

¿Qué cliente compra este tipo de productos en Argentiná “El 60% son mujeres, el 30% parejas, y un 10% son hombres solos”, responden desde Buttman. “Las mujeres buscan mucho la estética, productos lindos, de colores, que tengan formato femenino. Las parejas buscan cosas para los dos: los fetiches de las plumitas y esposas”, ahonda Luna.

“El target inicial de nuestro kit sensual fue para parejas que rondan entre los 25 y 40 años, ya que se presume que la incorporación de productos de este tipo se dé en una relación una vez que se transcurren ciertos años juntos. No obstante, notamos que es ampliamente aceptado por el público juvenil desde los 18 años en adelante”, identifica Peralta. Por su parte, Gnecchi indica que a su boutique concurren mujeres pero también hombres de entre 30 y 45 años, de clase media o clase media alta.

Así como el consumo creció de la mano de las mujeres, ¿podrán ser ellas las que lideren el aumento de la oferta en Argentiná “Creo que faltan emprendedoras que fabriquen juguetes sexuales”, desafía Gnecchi. Y concluye: “Sigue siendo un tabú”.

Placer de lujo

En Argentina, prácticamente no se producen juguetes sexuales. La mayoría son importados, excepto por preservativos y geles íntimos. No obstante, hay una excepción: Proviplast, una empresa familiar de más de 40 años, fabrica la mayor parte de los vibradores para adultos que se usan en el país. En cambio, en otras partes del mundo la industria ya protagoniza un boom total, y puede llegar a niveles impensados de sofisticación. Por caso, la empresa sueca Lelo, que se autoproclama la marca líder en productos eróticos de alta calidad, tiene headquarters en Estocolmo y oficinas en Melbourne, Shanghai y San José (Estados Unidos); sus productos se comercializan en más de 50 mercados y obtuvo los premios más importantes del sector, incluyendo también un León de Oro en Cannes en la categoría Diseño de Producto ?convirtiéndose en el primer juguete sexual de la historia en lograr este reconocimientó. Pero, además, se puede jactar de vender el objeto de placer más exclusivo y caro del mundo: el masajeador Inez (foto), una pieza de artesanía hecha por encargo bañada en oro de 24 quilates, cuesta US$ 15.000.

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