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Editorial
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25 Abril de 2020 07.00

Marcelo Elizondo, Docente de la Maestría en Dirección Estratégica y Tecnológica del ITBA y especialista en negocios internacionales ofrece su mirada sobre las crisis simultáneas que atraviesa el país y el mundo.

Estamos ante al menos cinco grandes crisis globales simultáneas y vinculadas.

La primera es sanitaria: el COVID-19 se expande hora a hora; la segunda es psicológica, ya que esta es la primera crisis emocional mundial apoyada por la comunicación en tiempo real de millones de usuarios de Facebook, 1,3 mil millones de WhatsAp, 700.000 de Instagram y 350.000 de Twitter, además de 7.000 millones de usuarios de celulares y la televisión universalizada. La tercera es de management, donde se discute cómo administrar los sistemas de salud pública ante la dinámica emergencia; la cuarta es política, dado que los líderes y las instituciones están superados y sorprendidos; y la quinta es económica, con la gran retracción productiva que se inició.

En relación con esta última, las restricciones de fundamento sanitario a las economías en decenas de países hacen prever a Oxford Economics que la economía mundial tendrá este año una de las tres peores performances de los últimos 50 años, con una contracción del -2% en el primer trimestre. Esta caída, a la vez, estará integrada por varios componentes, entre ellos un descenso del volumen del comercio mundial que algunos estiman que, preliminarmente, puede llegar al 20%, lo que representaría una caída mayor que en 2009.

Para Argentina, como parte del todo, lo expuesto supone varios problemas. Algunos domésticos propios del congelamiento operativo de la actividad económica surgido de la cuarentena obligatoria general. Y otros que serán efecto del impacto en los vínculos económicos internacionales, como la caída de precios y en volúmenes del comercio internacional, que afectarán los US$ 40.000 millones anuales de exportaciones de commodities. A ello hay que sumar la afectación que la crisis produzca en Brasil (nuestro principal cliente en el mundo) y en la región en general, que impactará en las exportaciones industriales de bienes (más de US$ 15.000 millones). Y, adicionalmente, también la caída en el ingreso de dólares por turismo receptivo (unos US$ 6.500 millones), actividad en la que Argentina es el mayor actor latinoamericano.

Debe sumarse a esto el efecto de la caída en las valuaciones en las empresas argentinas, el enrarecimiento del escenario en el que puedan renegociarse condiciones de la deuda pública (¿y la privadá), la desaparición por un tiempo de inversiones en la actividad energética (Vaca Muerta) y la pérdida de vigencia de los vínculos económicos vigentes que deben aún ser rediscutidos, como el mismo Mercosur o el tratado pendiente con la Unión Europea.

Pero, más allá del crudo presente, si se intenta una mirada algo más larga también puede avizorase (lo que supondrá la necesidad de revisar estrategias argentinas futuras en la economía internacional) que después de la actual crisis es probable que el mundo exacerbe tendencias que venía ya mostrando: lo virtual podría ganar terreno más rápido que lo previsto; el teletrabajo incrementará su vigencia, los robots ganarán relevancia y las regulaciones cualitativas podrían ser base de nuevas confluencias internacionales. Y, además, una nueva selectividad por parte de los países en la elección de sus socios podría dar paso a otras líneas geopolíticas. Así la integración a través de reducciones arancelarias podría ser superada por nuevas alianzas en las que prevalezcan aspectos culturales, confluencias conductuales, normas sanitarias, técnicas o estándares de seguridad; la libertad de desplazarse podría enfrentar más requisitos, y hasta el rol del Estado podría estar bajo discusión porque se requerirá más presencia pública en salud y seguridad.

No es imaginable una gran regresión de la globalización económica: el mundo depende de sistemas transfronterizos que no pueden detenerse sin pagar altos costos productivos. Pero también es imaginable que el mundo comercial trans-fronterizo que emerja después de esta crisis sanitaria (no solo por los bienes y los servicios sino por la calificación de empresas, las condiciones de personas involucradas en negocios internacionales, los proyectos que el mercado demande o premie) esté basado en exigencias nuevas, creciente presencia de intangibles (estándares, un nuevo know-how, innovación, nuevas garantías y atributos reputacionales, propiedad intelectual y saber aplicado) y que crecerá fuertemente la actividad económica virtual, cognitiva, remota y teletecnológica. Así, la llamada cuarta revolución industrial se potenciará.

Por ende, puede suponerse que nadie en este momento puede pronosticar sin riesgos, pero al menos pueden imaginarse escenarios futuros. El mercado premiará nuevos atributos en los liderazgos y en las cualidades de las empresas para adaptarse rápidamente a las condiciones futuras.

Hace unos años, Rita Gunther McGrath, desde la Universidad de Columbia, hablaba del “fin de las ventajas competitivas” planteando que la variabilidad y mutación de las condiciones de los mercados es tan profunda, veloz y constante que la principal virtud no es tener productos consolidados sino adaptarse al cambio y prever el nuevo paso hacia la novedad. La adaptabilidad será cada vez más la principal virtud.

Por Marcelo Elizondo Docente de la Maestría en Dirección Estratégica y Tecnológica del ITBA, especialista en negocios internacionales.

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