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Editorial
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Les propongo un desafío: googlear “tecnologías del futuro” y no entusiasmarse con los resultados: un catálogo de mundos posibles:, de asistentes de inteligencia artificial, a computación cuántica y viajes a Marte. Como en la ciencia ficción, no cuesta imaginarse las posibilidades de cada una y cómo sería nuestra vida a partir de su aplicación.

17 Noviembre de 2016 01.30

Les propongo un desafío: googlear “tecnologías del futuro” y no entusiasmarse con los resultados: un catálogo de mundos posibles:, de asistentes de inteligencia artificial, a computación cuántica y viajes a Marte. Como en la ciencia ficción, no cuesta imaginarse las posibilidades de cada una y cómo sería nuestra vida a partir de su aplicación.

Pero me estoy adelantando. Este año, Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial, publicó el libro La cuarta revolución industria, donde propone que estamos a punto de entrar en una nueva era que va a modificar no solo el sistema productivo, sino la forma en la que trabajamos y vivimos. Así como la máquina de vapor, la electricidad e internet, un conjunto de tecnologías inminentes y disruptivas van a desencadenar una nueva revolución industrial.

Ante el pronóstico inminente (y hasta apocalíptico) de Schwab, me parece cada vez más necesario entender el concepto de innovación tangible: me refiero a la combinación de la permanente necesidad de cambio con la tangibilización de las innovaciones en productos reales, que generen beneficios y, sobre todo, tengan en cuenta a sus potenciales usuarios.

La innovación no funciona como un elemento cerrado: constituye un entramado de variables que incluyen el capital humano, las estructuras de organización y un contexto determinado. Tampoco funciona como un objetivo en sí mismo, sino que se mide a partir del impacto que genera. Hay que pensar las innovaciones tecnológicas como productos sociales, que surgen de la comunidad y vuelven a ella en forma de impacto generalizado.

Muchas veces se considera a la sociedad como un elemento pasivo, y se subestima su rol determinante en la gestación y el desarrollo de innovación. Pero, en realidad, la innovación interactúa permanentemente con los contextos socioculturales en los que se desarrolla.

Un excelente ejemplo de cómo generar innovación a partir del contexto sociocultural es Estonia. Este país pasó de ser un satélite soviético a ser uno de los epicentros mundiales de startups. ¿Cómo lo hizó Luego de la caída del Muro de Berlín, con una economía desarticulada y escasos recursos naturales, puso a las TICs como uno de los pilares de su reconstrucción. Invirtió un alto porcentaje de su PBI en desarrollar infraestructura y adoptó políticas activas para que las nuevas tecnologías estuvieran al alcance de todos. Una de las mayores apuestas fue en la educación: todas las escuelas del país alcanzaron la conexión a internet antes del cambio de siglo, y fue uno de los primeros países del mundo en establecer la enseñanza de programación en sus escuelas primarias y secundarias. En otras palabras, basó su economía en la innovación.

El resultado de esta apuesta fue no solo una población con un dominio inteligente de la tecnología, sino una generación de desarrolladores de software, que ubican a Estonia como uno de los países con más empresas en sus primeros estadíos per cápita. Uno de los emprendimientos más importantes de este ecosistema es Skype, desarrollado por tres estonios hace más de una década. Luego de ser vendida a eBay, y adquirida por Microsoft más tarde, hoy emplea a 450 personas en su sede local, ubicada en las afueras de Tallin, la capital de Estonia.

Otra apuesta de Estonia fueron las herramientas digitales que conectan a los ciudadanos con el Estado. Hoy, gran parte del sector público opera a través de la red. Por ejemplo, fue el primer país del mundo en establecer en su ley electoral la posibilidad de celebrar elecciones generales con voto a través de internet.

Cuando hablamos de articular la innovación para que los ciudadanos contribuyan con sus ideas y experiencias, aparece la innovación tangible. Si los emprendedores deben tener en cuenta a la comunidad que va a recibir el producto, el sector público debe establecer herramientas para optimizar el desempeño del sistema democrático y lograr medidas en sintonía con las necesidades de los ciudadanos.

Solo con innovación realista, que tiene en cuenta a la comunidad y el contexto sociocultural, se puede llegar a resultados disruptivos, alejados de la fantasía y la ficción.

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