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Editorial
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09 Agosto de 2019 16.19

La serie de HBO revivió el terror atómico en boga durante los 80. Pero el debate generó un nuevo interés por la energía nuclear. ¿Podrá el mundo volver a confiar en un reactor?

Pese a ser uno de los personajes más irresponsables, vagos e incompetentes de la cultura pop mundial, Homero Simpson trabaja de inspector de seguridad en la planta nuclear de Springfield. Entre las grandes críticas de la serie amarilla a Occidente (incluso acá: ¿qué más argentino que Los Simpson?), ese encastre entre “hombre común” y energía nuclear puede discutirse. Y de hecho fue un escándalo. En 1990, el ya extinto US Council for Energy Awareness les envió una carta a los productores manifestando su espanto al ver a los trabajadores de la planta ilustrados como una banda de “idiotas ramplones”. Para calmar las aguas, el cocreador de la serie, Sam Simon, aceptó hacer un tour por la planta nuclear de San Onofre, en California. Incluso hoy, la web del Departamento de Energía norteamericano presenta un texto con “7 equivocaciones de Los Simpson sobre la energía nuclear”. Aunque, cerca del final, la nota celebra que la planta haya provisto a Springfield de “energía barata, confiable y con emisiones cero desde hace 30 años”.

Chernobyl, la serie de HBO que reconstruye el desastre nuclear soviético, repuso un debate que había cesado luego del accidente de Fukushima en 2011, que, entre sus consecuencias, cuenta el desmantelamiento del sistema nuclear alemán, fechado para 2022 por Angela Merkel. Durante los últimos meses, las terroríficas escenas de la serie estrenada en mayo (con una factura técnica y nivel actoral sobresalientes) dispararon -además del récord turístico en Ucrania- búsquedas paranoicas en Google sobre seguridad del sistema nuclear, teorías conspirativas de incontables blogs y encendidos debates en las redes sociales. Las licencias narrativas de la serie (la “contaminación” radiactiva entre personas, el sangrado instantáneo, un helicóptero volteado por la radiación o algunos datos cuestionables) llevaron a muchos expertos a criticarla. Dada la intensidad del asunto, hasta el propio Craig Mazin, creador de la serie, afirmó que “la lección de Chernobyl no es que la energía nuclear moderna es peligrosa sino que lo son la mentira, la arrogancia y la supresión de la crítica”. Disyuntiva también presente durante la controversia Simpson: si Chernóbil fue más un desastre soviético que nuclear, ¿por qué se la agarran con nosotros?

Lo cierto es que la paranoia nuclear es anterior a 1986, y para más referencias culturales basta Godzilla (1954), el dinosaurio mutante japonés que todo lo destruía con su rayo atómico, una metáfora de Hiroshima y Nagasaki. El estreno de Chernobyl también coincidió con la reedición de la escalada nuclear de Irán, luego de la salida unilateral de Estados Unidos del tratado que había firmado Barack Obama en 2015 para auditar los niveles de enriquecimiento de uranio de la potencia islámica. Sumado a las sanciones económicas impuestas por Donald Trump y las escaramuzas en el estrecho de Ormuz, el fantasma de las armas de destrucción masiva vuelve a proyectar su espectro.

“Chernobyl de HBO se equivoca por la misma razón por la que la humanidad en general lo ha estado haciendo durante más de 60 años, que es el hecho de que hemos desplazado nuestro temor de la bomba nuclear a las centrales nucleares”, escribió en Forbes US Michael Shellenberger, exactivista ecológico que ahora predica las bondades de la fisión y, siguiendo a la ONU, afirma que tras Chernóbil, además de las 31 víctimas inmediatas, solo aumentó la tasa de cáncer de tiroides, que tiene una baja tasa de mortalidad. “La serie de hecho demuestra por qué la energía nuclear es la forma más segura de generar electricidad. En los peores accidentes, daña solo a un puñado de personas. Durante el resto del tiempo, las plantas nucleares reducen la exposición a la contaminación del aire, al reemplazar los combustibles fósiles. Es por esta razón que la energía nuclear ha salvado casi dos millones de vidas hasta la fecha”. El temerario planteo de Shellenberger atañe a “la relación paradójica entre peligro y seguridad”, que explica por qué la industria nuclear es una de las más reguladas del mundo (lo cual también la ha encarecido). Y lleva el planteo más allá con una cita del libro Ritos nucleares de Hugh Gusterson: “Así como un mundo lleno de armas nucleares es un lugar peligroso, también lo sería un mundo sin la terrible disciplina impuesta por las armas nucleares”.

Pero, más acá, el sector nuclear encierra una contradicción más silvestre, que es la que pone a expertos frente a toda la sociedad, al sentido común. La energía nuclear es un campo fértil para esa relación desconfiada, oblicua, difícil. Pero absolutamente necesaria. Sin una sociedad que la avale (¿o la promuevá), no hay energía nuclear. Lo dijeron mejor Los Simpson en una canción que canta Lisa: “Ellos tienen la planta, pero nosotros tenemos el poder”.

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