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Coronavirus y privacidad: los dilemas de las apps de rastreo

Forbes Digital

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05 Mayo de 2020 09.30

Las aplicaciones de rastreo de contactos con el coronavirus no respetan la privacidad. Protejan o no los datos que compilan, exigen al usuario que camine con el smartphone prendido todo el tiempo, lo que ya de por sí es un riesgo para la privacidad.

Un aspecto más perturbador es que normalizan la idea de que nuestro comportamiento y lo que hagamos sean administrados directamente por aplicaciones. Son dos precedentes peligrosos para la privacidad y la libertad individual, mucho más graves que cualquier riesgo de filtración de los datos sobre nuestra salud.

Es cierto que Google y Apple diseñaron su API de notificación de exposición ?lanzada para desarrolladores la semana pasada? pensando en la seguridad y la privacidad. Sin embargo, aunque sus especificaciones técnicas describen un sistema descentralizado en el que los datos se pueden almacenar solamente en un solo dispositivo, cualquier aplicación de rastreo de contactos basada en esas especificaciones reduciría inevitablemente la privacidad del usuario. En el mejor de los casos, no la aumentarían.

Por un lado, los investigadores de la ciberseguridad ya afirmaron que agentes malignos lo suficientemente determinados podrían sacar correlaciones entre los contagiados con otros datos personales usando la API. Por el otro, la API de Google y Apple y cualquier aplicación basada en ella entrañan dos riesgos a la privacidad mucho más generales y peligrosos.

Siempre conectados

El primero es que cada aplicación de rastreo de contacto exige mantener encendido el smartphone todo el día, ya sea que uno salga a caminar, vaya al supermercado u haga otra cosa. De entrada, esto ya implica una enorme pérdida de privacidad.

Como demuestran numerosos estudios e investigaciones, los smartphones y muchas de sus aplicaciones rastrean la ubicación del usuario y registran ?y comparteñ los datos que ingresa en ellas. Por ejemplo, una investigación hecha por The New York Times en 2018 identificó por lo menos 75 empresas en EE.UU. que reciben datos de ubicación anónimos ?pero que permiten identificar al usuarió de unos 200 millones de usuarios de dispositivos móviles.

Otros estudios detectaron que cerca de dos tercios de las aplicaciones para smartphones comparten diversos datos con terceros. Uno de esos estudios concluyó que los celulares con Android registran la ubicación incluso en modo avión. Y uno del Washington Post publicado el año pasado descubrió unos 5.400 rastreadores de datos (la mayoría en aplicaciones) en un iPhone que reenviaban datos a terceros.

En otras palabras, los smartphones son muy perjudiciales para la privacidad. Esos dispositivos y sus aplicaciones transmiten constantemente la ubicación y otros datos a muchísimas empresas. Lo que es más importante, a esas empresas les interesa usar esos datos para influir y controlar la conducta del usuario, por lo general publicitándole productos o servicios “relevantes”.

El conocimiento es poder

Con demasiada frecuencia, los analistas de la privacidad se concentran exclusivamente en el riesgo de que los datos se filtren a los demás. Es cierto, la mayoría de la gente no quiere que su vecino se entere si se contagió el coronavirus, pero pocos se detienen a preguntarse por qué importa esto. ¿Es porque la privacidad es valiosa por sí misma? Se podría afirmar que sí, pero en realidad la privacidad importa y vale ante todo porque protege a la gente de interferencias e intervenciones. Uno puede querer que los vecinos no se enteren, digamos, de su amor por el ballet ante el riesgo de que se burlen y lo hagan avergonzarse de querer ser bailarín. En otras palabras, uno puede preocuparse por que interfieran ?de manera directa o indirectá en la posibilidad de que uno se desarrolle como persona según su propia conciencia e idea de sus intereses.

Esto es exactamente lo que pasa con la privacidad en los smartphones y la tecnología digital. No alcanza con no compartir los datos con las personas “equivocadas” (pero sí con cientos de terceros “legítimos”). Para proteger la privacidad de verdad, también hay que evitar interferencias e intervenciones. Al alentar a los usuarios a tener sus smartphones siempre cerca, las aplicaciones de rastreo de contactos con coronavirus no superan esta prueba. Estimulan el uso de smartphones, lo que deriva en más rastreos de ubicaciones y anuncios más personalizados. Esas publicidades tratan de modificar el comportamiento del usuario. En pocas palabras: menos privacidad.

Con total normalidad

Esto nos lleva al segundo gran problema para la privacidad de estas aplicaciones: aunque estemos acostumbrados a que los anuncios intenten modelar nuestros consumos, las aplicaciones de rastreo de contactos normalizan la idea de que las aplicaciones dirigen y administran la vida y el comportamiento de millones de personas. Todas esas aplicaciones buscan notificar situaciones en las cuales el usuario podría haber estado cerca de alguien que afirma estar infectado; una vez que lo hacen, aconsejan al usuario que se aísle, que se quede en su casa y no salga.

Este es un problemón para cualquiera que se preocupe por el futuro de la privacidad y las libertades personales en la era digital. Sería distinto si esas aplicaciones pudieran garantizar que el usuario estaba infectado con coronavirus, pero hay una gran probabilidad de que también envíen notificaciones a muchas personas que no están infectadas. Como escribieron científicos de la Universidad de Washington para la Brookings Institution el mes pasado:

“Los falsos positivos (avisos de exposición cuando no la hubo) pueden aparecer con facilidad [?] Los estudios sugieren que en promedio, una persona tiene decenas de contactos estrechos por día ?episodios de contacto directo o conversaciones personales?, pero incluso sin aplicar medidas de distanciamiento social, una persona infectada transmite el virus en promedio a solo 2 o 3 personas durante todo el ciclo de la enfermedad”.

Las aplicaciones que rastrean el contacto con el coronavirus terminarán exigiéndoles a miles (si no millones) de personas que hagan una cuarentena innecesaria. En la mayoría de los casos, en vez de impedir la propagación del virus, lo único que lograrán es insensibilizar al público respecto a la pérdida de su privacidad y su libertad personal. Los usuarios se acostumbrarán a que una aplicación les diga cuándo quedarse en sus casas y cuándo salir. Básicamente, se habituarán a delegar decisiones sobre su conducta a las aplicaciones y la tecnología digital. En ese proceso, sufrirán el tipo de interferencia externa en su conducta que se supone que la privacidad impide.

Además, una vez sentado este precedente, otras aplicaciones podrían imitarlo y aprovechar nuestra insensibilidad a la tecnología que viola la privacidad. Después del coronavirus, podríamos ver aplicaciones y dispositivos que nos digan cuándo comer, cuándo ir a comprar, adónde ir a comprar, cuándo hacer ejercicio, cuándo irse a dormir, etc.

Naturalmente, esta todavía es una posibilidad (relativamente) remota. Sin embargo, ya hay gente dispuesta a usar aplicaciones de rastreo de contactos por la idea de que esas aplicaciones los protegerán, por lo que no es exagerado imaginarse que esta misma gente use otras aplicaciones de control de comportamiento con la idea de que la ayudarán a mantenerse en forma, sana, empleable, querible, atractiva o lo que sea. Por eso, repito: la pandemia del coronavirus nos contagió más que una enfermedad.

Autor: Simon Chandler

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