Forbes Argentina
Ivan-Carriño
Editorial
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Juan vivía en una pequeña ciudad donde casi todos se conocían entre sí. Dado el alto grado de confianza que había, Juan no tenía problemas en pagar sus compras utilizando pagarés con su firmá

13 Marzo de 2018 09.24

Juan vivía en una pequeña ciudad donde casi todos se conocían entre sí. Dado el alto grado de confianza que había, Juan no tenía problemas en pagar sus compras utilizando pagarés con su firmá

Todos fiaban a sus clientes, puesto que siempre, sin ninguna excepción, las deudas en el pueblo se honraban. Juan detectó que esta situación podía generarle enormes beneficios si lograba defraudar al sistema. Así fue que, en exceso de todo lo que él podía producir, emitió una cantidad exorbitante de pagarés.

Los utilizó para gastar en el supermercado, comprarse un auto nuevo, cambiar todo su guardarropa y remodelar su casa. Éxito rotundo. Había descubierto la pólvora: emitir pagarés era la receta de la prosperidad.

El chiste, sin embargo, le duró poco. Una vez detectado que las deudas eran incobrables, sus pagarés perdieron todo valor, le llovieron los juicios y Juan terminó tras las rejas.

Parecida a la historia de Juan es el affaire de los argentinos con la inflación.

Entre 1975 y la actualidad, emitir papelitos de colores generó la tasa de inflación más alta y sostenida de nuestra historia. En paralelo, nuestra decadencia económica (medida como la división entre nuestro PBI per cápita y el de los países desarrollados) se profundizó como nunca.

Sin embargo, todavía hay analistas y funcionarios que creen que “un poco de inflación es buena”. Peor aún, estando en el top 10 mundial en términos de aumento del nivel de precios, piensan que “una mancha más al tigre” no debería ser un problema.

Como en la historia de Juan, el pensamiento de que la inflación es buena para el crecimiento se apoya en la teoría de que, si hay más pesos dando vuelta, entonces habrá más capacidad de consumo, lo que hará que los negocios vendan más, contraten más gente, y así.

Pero, al igual que en el pueblo, no se puede crecer a fuerza de emitir papelitos. Si así se procede, a lo sumo se conseguirá un espejismo de prosperidad, pero a largo plazo las cuentas habrá que terminar pagándolas. Por las buenas (en un proceso gradual) o por las malas (con una recesión).

La inflación vs. el crecimiento

La historia reciente de Argentina no nos deja mentir. En un estudio del Banco Central, se observa que, entre 1975 y 2015, “los períodos de mayor inflación son los de peor desempeño” cuando se compara la tasa de inflación con el crecimiento del PBI per cápita.

Lo mismo puede verse al estudiar los últimos cuatro años. Si comparamos el Estimador Mensual de Actividad Económica del INDEC con la inflación anual entre enero de 2013 y noviembre de 2017, observaremos que el aumento de la inflación estuvo directamente correlacionado con una caída de la actividad económica.

En 2014, por ejemplo, cuando Fábrega decidió devaluar el peso, la inflación se disparó y la economía cayó, y comenzó a recuperarse una vez que empezó a reducirse la inflación.

A fines de 2015 sucedió lo mismo. El salto inflacionario derivado del fin del cepo y el parcial sinceramiento de las tarifas complicó la rentabilidad empresarial y la economía se desplomó. Hoy en día, la actividad se recupera sensiblemente, con una inflación 20 puntos más baja que la de 2016.

La teoría y los datos destruyen un mito bien extendido: la inflación no es amiga del crecimiento, sino todo lo contrario. Hay que aprender esta lección. Si no, será difícil que ?como quiere el Gobierno y deseamos todos? podamos crecer de manera sostenible por 20 años.

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