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Liderazgo
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19 Enero de 2017 16.11

James Dyson, el señor de la reinvención, repensó los productos domésticos y se convirtió en uno de los hombres más innovadores del mundo.

Con un traje azul a lunares y zapatillas rayadas, James Dyson se desvía de un camino asfaltado que cruza el complejo de 15 hectáreas de su compañía. El millonario de 69 años, flaco como un alfiler, pone la nariz bien cerca del vidrio polarizado que reviste su nuevo laboratorio ultra-secreto, el D9, un pulcro cubo de dos pisos.

Es día de mudanza en este nuevo centro de investigación de US$ 200 millones, y del otro lado del vidrio docenas de jóvenes ingenieros están sacando sus equipos y acomodándose en sus nuevas oficinas. Su trabajo en D9 será el de experimentar de manera temeraria, fallar constantemente y documentar esos fracasos en las agendas negras de la compañía, que forman la base para aún más experimentos, más fracasos, y también una salida corporativa al margen en litigio de patentes.

No rendirse

Rara vez este ciclo sin fin de fracasos resulta en un revolucionario producto nuevo: la aspiradora sin bolsa (cinco años, 5.127 prototipos), el robot 360 EYE (17 años, más de mil prototipos) y el secador de pelos Supersonic (4 años, 600 prototipos). Pero esos éxitos suman: los 58 productos de Dyson generaron US$ 2.400 millones en ventas en el último año y ganancias netas estimadas de US$ 340 millones, aun cuando Dyson reinvirtió el 46% del Ebitda (ingresos de la compañía antes de interés, impuestos, depreciación y amortización) de la compañía en I+D. Dyson es dueña del 100% de la compañía, que vale unos US$4.800 millones.

D9 es la reluciente piedra basal de las esfuerzos constantes de Dyson para atraer ingenieros recién salidos de la universidad para que trabajen con él en la sede central de la compañía cerca de Malmesbury, un antiguo pueblo de 5.400 habitantes dos horas al oeste de Londres. La edad promedio de los ingenieros es 26 (tiene 3.000 alrededor del mundo y quiere contratar a otros 3.000 para 2020), y su juventud no es un accidente. ??El entusiasmo y falta de miedo son importantes, y más fáciles de tener cuando sos joven”, dice Dyson.

Dyson es conocido por haber creado la primera aspiradora sin bolsa hace tres décadas, y su compañía todavía recibe el 70% de sus ventas de las aspiradoras, muchas de las cuales son livianas, dispositivos de mano y operados a batería. Pero Dyson también tuvo éxitos con el secador de pelo Airblade, el humidificador Dyson y el Pure Cool Link, un ventilador que hace las veces de purificador de aire. La última maravilla de su estudio es el secador de pelo Supersonic.

Dyson gastó US$ 71 millones (y le pasó el peine a casi 1.600 kilómetros de pelo humano) desarrollando el dispositivo de US$ 400, que supuestamente elimina el daño por el calor y reduce las voladuras incontrolables. Se lanzó en Japón en abril y tendrá su debut en Estados Unidos muy pronto.

Reinvención a futuro

Ahora, Dyson planea invertir cientos de millones de dólares en desarrollar al menos 100 nuevos productos para 2020, casi el doble de lo que tiene ahora en el mercado y el equivalente al número de productos lanzados al mercado desde que se fundó. Y aunque no suelta bocado sobre lo específico, revela que muchos de los nuevos productos tendrán que ver con el cuidado personal y la iluminación. Pero su mayor apuesta son las baterías.

Para él, la actual batería recargable de litio-ion que le da energía a la mayoría de los gadgets del mundo no mantiene una carga el tiempo suficiente y necesita ser más segura (ocasionalmente se prenden fuego). Fiel a su naturaleza, en vez de mejorar drásticamente la tecnología litio-on existente, Dyson está abriendo un nuevo camino, experimentando con baterías litio-on de estado sólido que usan cerámicas.

Para eso, Dyson realizó la primera adquisición en la compañía de la historia en octubre de 2015, pagando US$ 90 millones por Sakti3, una promisoria start up de baterías. Dyson promete gastar US$ 1.400 millones para instalar una fábrica de baterías e invertir en I+D en los próximos cinco años, una apuesta gigante para una compañía de su tamaño. Pero Dyson está convencido, alegando que pronto estará fabricando las baterías más duraderas y confiables del mundo y apuntando de lleno al mercado global de baterías litio-on, que se estima en US$ 40.000 millones.

El camino de la creación

Las semillas de la determinación y resiliencia de Dyson fueron plantadas a orillas de Norfolk, en el noreste de Inglaterra. Logró que lo aceptaran en un programa de graduados en el Royal College of Art sin completar su curso de grado. Desarrolló ahí un diseño original para un techo de aluminio. Eso lo llevó a reunirse con Jeremy Fry, un inventor de renombre. Los dos se llevaron bien, y Fry le ofreció su primer trabajo full-time en su compañía manufacturera.

Años después, Dyson tuvo la idea de chupar el polvo molesto que generaba su trabajo instalando un ventilador industrial hecho a mano con un mecanismo de giro rápido en el techo de la fábrica. Al mismo tiempo, se peleaba con la aspiradora Hoover reformada de la familia (no tenía plata para comprar una nueva): se apagaba cuando se llenaba la bolsa.

Un domingo de 1978, después de mirar los movimientos de un artefacto inspirado en un cíclope, Dyson se fue corriendo a casa y arrancó la bolsa de su aspiradora. La reemplazó con una versión de cartón de lo que había hecho en la fábrica. Funcionó bien como para animar a Dyson a crear una versión masiva para el mercado.

Por los próximos cinco años, Dyson gastó miles de dólares (y horas) haciendo 5.127 prototipos. Cuando finalmente estuvo lista, en 1983, la aspiradora sin bolsa de Dyson era tan poderosa que separaba aire de tierra a una velocidad de 1.500 kilómetros por hora y podía aspirar el humo de cigarrillo del aire.

Para pagar su deuda, decidió patentar la tecnología. Le tomó otros dos años conseguir su primer gran cliente: Apex, una compañía japonesa, le pagó US$ 78.000 en mano y un 10% de las regalías para el desarrollo de su aspiradora G-Force con un precio de US$ 1.800.

Pero Dyson quería lanzar su propia marca. Usando un préstamo de US$ 1.000.000, presentó la icónica Dyson Dual Cyclone en 1993. A pesar de su precio de US$ 300, el doble que la competencia, fue un éxito, transformándose en la aspiradora mejor vendida de Gran Bretaña: US$ 1.600 millones en ventas en 1997.

La licencia

Su pasión por la invención está encarnada en esas agendas negras que sus ingenieros llevan a todas partes. Ahí escriben cada idea que se les ocurre; cuando las llenan, se guardan en una bóveda para acceder si quieren información anterior.

Pero muchas veces se usan como la prueba fundamental para los pedidos de licencia de Dyson y los frecuentes litigios. La compañía gasta unos US$ 6,5 millones al año en litigios por patentes, y es de conocimiento público que Hoover aceptó pagarle a Dyson más de US$ 6.000.000 en 2002 por violación de patente en su tecnología ciclón.

El hombre dueño de 7.500 patentes globales tiene ahora una obsesión con las baterías: imagina un “enorme número de oportunidades de productos” y por eso pagó US$ 90 millones por Saki3. Es una de varias compañías, incluyendo Toyota, Nissan y Bosch, que están apostando a que las baterías de estado sólido reemplazarán a las baterías recargables actuales, aunque muchas están enfocadas solo en aplicaciones automovilísticas.

Quizás el obstáculo más grande sea el costo exorbitante. Hoy, costaría por lo menos US$ 2.000 hacer un batería de estado sólido para darle energía a una aspiradora inalámbrica, de acuerdo a varios expertos en baterías. Dyson aduce que puede reducir estos costos drásticamente y fabricar estas baterías económicamente en un futuro no tan lejano. Otros no están tan seguros. Pero él hace caso omiso a las dudas: “Nos motiva lo imposible”.

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