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El gran desafío del paso de la empresa al emprendimiento

Cecilia Valleboni Forbes Staff

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Dieron el salto al crear su propia empresa tras capitalizar los aprendizajes obtenidos durante su paso por la vida corporativa. Las historias y experiencias de quienes se animaron.

21 Noviembre de 2017 11.39

Dieron el salto al crear su propia empresa tras capitalizar los aprendizajes obtenidos durante su paso por la vida corporativa. Las historias y experiencias de quienes se animaron.

Es saltar al abismo. Significa pasar de toda la contención que te da una corporación a algo que está solamente delineado en un plan de negocio. La incertidumbre es el combustible para lograr un emprendimiento.

Es apasionante y aterrador al mismo tiempo. Así suelen describir los emprendedores que dejaron puestos en grandes corporaciones y multinacionales para empezar su propio camino y crear su emprendimiento.

Aunque existe un preconcepto de relacionar al emprendedor con la juventud, hay muchos que lo hicieron después de los 35 o 40 años, tras haberse desempeñado más de una década en corporaciones y multinacionales. En algún momento de su carrera se plantean “dejar de trabajar para otros” y empezar a “trabajar para uno mismo”.

Isla Power

La historia de Martín Pochtaruk, hoy fundador de Isla Power, es la muestra de cómo un ejecutivo de alto nivel se anima a crear su propia empresa. Es el hijo más chico de la tercera generación de una familia de inmigrantes judíos rusos, que llegaron a la Argentina con monedas en los bolsillos, y hoy mantienen la empresa familiar con más de 1.000 empleados.

“Todos teníamos que estudiar económicas y trabajar en la compañía. Yo estudié física y entré al área de Investigación y Desarrollo de Techint en 1990”, rememora. En la firma, tuvo un crecimiento muy rápido: en cinco años cambió de posición una vez por año.

En 1995, reportaba a Paolo Rocca, que por aquel entonces era el presidente del área de Tubos. Estuvo en Houston un año y luego se trasladó a Canadá. Viajaba 250 días al año. Así fue como en 2004 se desvinculó y decidió buscar trabajo en una empresa canadiense.

Lo contrataron de una siderúrgica que estaba saliendo de la quiebra, y el plan era llevarla de la quiebra a la venta. “Trabajé en la mejora de costos y en buscar el match del posible comprador. La vendimos en junio de 2007, y el precio de la acción se elevó de US$ 1 a US$ 64”, recuerda.

Allí se quedó dos años trabajando desde la base en Londres, sabiendo que su trabajo en la compañía tenía fecha de vencimiento. Sabía que, en 2009, tenía que hacer otra cosa. Entre entrevistas de trabajo en Canadá y la posibilidad de apostar un proyecto propio, delineó un business plan para fabricar paneles solares.

Todo fue ?dice Pochtaruk ? muy rápido. En abril de 2010 se autofinanció, en mayo construyó el edificio y en septiembre empezó a fabricar. Hoy, Heliene factura US$ 75 millones, tiene fábricas en Ontario (Canadá) y Minnesota (Estados Unidos) y en 2017 creció un 300%.

Después de años de experiencia en el mundo corporativo, la mayoría de los emprendedores no puede resignar la tentación de dirigir grandes proyectos. Y después de 21 años expatriado las raíces tiran.

Encontró y se animó a la oportunidad de hacer algo en la Argentina. “Volvés y la señora que te despacha el pan en la panadería es la misma. El encargado del edificio es el mismo que cuando yo iba a la universidad. Es una situación muy especial”, describe.

Así creó, junto a Antonio Antonopoulos y Nigel Etherington, Isla Power, que cuenta con más de US$ 1.200 millones en inversión acumulada y tiene tres proyectos en desarrollo: dos solares y uno eólico en San Juan, por 195 megavatios, lo que significa US$ 220 millones de inversión a ejecutarse en 2018.

“Desde el punto de vista de la generación, hay un punto de inflexión. Tenemos desarrollos encaminados y estamos haciendo ofertas a empresas que quieren desarrollar in situ”, explica.

Urban Station

Hay otros casos en los que el destino o los planetas parecen alinearse. Con la premisa de crear un lugar de trabajo que combine la informalidad de un bar con la comodidad del hogar, cuatro exejecutivos de multinacionales crearon, a fines de 2009, Urban Station, un centro de coworking.

Juan Pablo Russo aportó el expertise de importantes agencias de publicidad, donde trabajó para multinacionales y big players de consumo masivo. Pasó por Savaglio-TBWA, McCann Erickson y una agencia boutique del grupo WPP.

“En los brainstorming con clientes o con los miembros del equipo salen ideas de todo tipo y color. Siempre me quedaban en la cabeza y veía cómo podía convertirlas en un negocio”, recuerda. Y añade: “Hacía tiempo que había decidido tomar esa avenida, la de ser emprendedor, la de encontrar un espacio para innovar”.

Así bajó el negocio, por entonces potencial, a un Powerpoint. Y, a través de contactos, convocó a un grupo multidisciplinario. Russo aportó el expertise en el área de publicidad, donde había conocido a Florencia Faivich, quien se desempeñaba como directora de Marketing en Coca-Cola, y había tenido como jefes a Marcelo Cora, en el pasado socio de la internacional Accenture, y a Claudio Bisurgi. “Fue como una salida masiva de multinacionales”, recuerda el entrepreneur.

Su negocio fue innovador. Casi sin saberlo, seis meses después de la primera apertura de Urban Station en Palermo, se inauguraba el primer WeWork en Nueva York. “Los primeros meses, veíamos cómo crecíamos a la par hasta que ellos despegaron”, describe.

La llegada de la empresa de origen estadounidense a la Argentina potencia aún más el negocio. Asegura que ayuda a la comunicación, aunque también busca diferenciarse: “Desde el modelo de negocios planteamos como misión democratizar la oficina. Por eso tienen salida a la calle. Sea una hora y media o dos meses”, enfatiza.

De hecho, explica, el perfil es muy heterogéneo: puede haber un ejecutivo trabajando hasta una wedding planner que les presenta a los novios las propuesta para su boda.

Hoy, de aquel Powerpoint que funcionó como el plan de negocios de Russo, logró la apertura de 13 sucursales en cinco países (cuatro en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, cinco en Chile, dos en Colombia, una en México y una en Egipto).

Esta última apertura fue, en palabras de Russo, “una experiencia desafiante”. Fue en 2015 y, aunque el espíritu es el mismo, en El Cairo, en el espacio donde suele haber café, hay té y una sala para rezar.

“Más allá de las diferencias culturales hay un nuevo paradigma que es universal: cambió la manera de trabajar”, explica el entrepreneur, que emplea a más de 30 personas en el mundo.

Adiós a la vida corporate

Suelen ser personas con una carrera sólida, un buen sueldo y la posibilidad de sumar más responsabilidades a su cargo. Pero lo que en realidad se preguntan es qué sigue después.

Es que, en general, el cambio no se da solo a nivel profesional. También es personal. Esto fue lo que le sucedió a Daniel Miguez, fundador de Emprear. Estudió ingeniería y el tema emprendedores fue siempre una constante en su vida.

“Ya como estudiante fantaseaba con crear una asociación de apoyo a emprendedores de todo el país”, recuerda. La idea, que nació en 1998, recién se conceptualizó en 2002. Es que, en 1998, a pesar de tener la idea de la ONG en la cabeza, entró a Coca-Cola Femsa como consultor senior de Planeamiento Estratégico, un trabajo codo a codo con el presidente de la compañía.

“Yo empecé a querer innovar y proponía nuevos negocios. Al principio, me escuchaban y parecían interesados. Pero después no se avanzaba. Así que junté la plata para volver a la ONG y hacerla volar”, rememora.

Eso fue en 2005, cuando también se empezó a hablar muy fuerte de emprendedurismo, y hasta fue uno de los propulsores de Buenos Aires Emprende. Hoy, a los 43 años, Miguez no es solo el fundador de una ONG que busca acercar a todos los actores del ecosistema emprendedor, sino que es un emprendedor.

Durante 10 años, estuvo planeando la creación de una empresa de nanobiomateriales, Mabb, y hoy exporta a Israel. Los implantes es algo que necesitan más de 500 millones de personas. Y solo 20 millones tienen acceso. Así fue como surgió la idea de crear un implante hecho de nanopartículas de cerámica.

Sin embargo, pasar por Coca-Cola Femsa fue una escuela. “Me permitió ver cómo una operación se sustenta. Ver todo desde arriba y aprender cómo se manejan los recursos”, recuerda.

En este sentido, Pochtaruk explica que el paso por una corporación de la magnitud de Techint es una manera de conocer distintos tipos de liderazgos. “Te permite elegir cuál ejercer y comprender el trabajo en equipo”, explica.

Es que a muy temprana edad el ejecutivo tuvo la posibilidad de trabajar mano a mano con aquellos que fueron los pilares del crecimiento e internacionalización del grupo. En los 90, la era en que Techint salió al mercado para comprar empresas y derivó en el nacimiento de Tenaris, Pochtaruk vivía con su valija.

“Trabajar con Paolo Rocca y Carlos San Martín, personas que propulsaron esta internacionalización, me dio una visión del mundo muy grande”, reconoce el emprendedor de 52 años.

Y añade: “De Rocca y su entorno se puede aprender mucho. Yo estuve desde los 24 años hasta los 39 en el grupo. Me permitió crecer como humano y como profesional. Trabajé con gente que hoy es referente”.

Autocare

La realidad es que el ADN emprendedor se manifiesta de distintas maneras. En algunos casos, el paso por la multinacional es una “inspiración” para luego lanzarse con lo propio. Emiliano Bello detectó una oportunidad de su propia experiencia.

Trabajó en empresas multinacionales de consumo masivo. Pasó por el área de ventas de Aguas Danone, por Michelin Argentina, donde también fue piloto de prueba, y por Arcor. En todos los casos tenía auto de compañía y ese fue el puntapié inicial para crear Autocare, una firma de gestión de flotas.

A esto se suman, claro, su mochila familiar (es hijo de mecánico y creció rodeado de autos de competición) y sus estudios de química, los cuales complementa con una licenciatura en Comercio Internacional, con maestría en Negocios y en Finanzas.

“Cuando empecé era difícil explicarles a las empresas qué hacemos. Creamos un mercado”, destaca Bello. Es que, puertas adentro de las empresas, ocuparse de la compra de nuevas unidades, el mantenimiento, la mecánica o los pasos a seguir en caso de siniestro están descentralizadas.

Como estudio de mercado, consultó entre sus amigos gerentes o directores que tenían auto corporativo y ninguno sabía cómo funcionaba. “Me decían que arreglaban el auto y pagaban con la tarjeta corporativa”, dice.

Y no es un tema menor: es uno de los principales costos no productivos de la compañía, entre amortización, combustibles y reparaciones. Además de la línea para atender cualquier contratiempo, se ocupa de todos los datos de documentación, el vencimiento del registro del conductor y la gestión de las infracciones.

Así, el servicio de administración de flotas de vehículo tiene varios aspectos: el mecánico (gestiona 800 talleres en todo el país), la documentación y la gestión de infracciones.

Hoy la firma tiene más de 25 clientes, como Dow, Microsoft, Motorola, Intel, Pfizer, entre otras. Además, desde diciembre del año pasado, es partner en Argentina y Uruguay de la primera compañía europea que hizo esto: Anteveni.

Así, la empresa que arrancó con $ 100.000 de inversión inicial hoy factura más de $ 30 millones. Además, desde 2015, es la primera empresa en América Latina que certifica norma ISO 9001 en Administración y Manutención de vehículos corporativos.

“Haber ocupado posiciones de liderazgo en multinacionales me ayudó en todo. Entendí por dónde pasa el punto relevante y qué no puede faltar. Aprendí a trabajar con un valor agregado y me permitió entender por dónde pasa una gestión exitosa”, asegura.

http://www.forbesargentina.com/generacion-3i-jovenes-alto-impacto/

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